Con Jesús empezamos una nueva página en blanco en nuestras vidas, es un verdadero borrón y cuenta nueva.
A propósito del lamentable sainete que estamos viviendo en nuestro país sobre el inesperado tema de una amnistía exprés fuertemente cuestionada por gran parte de la magistratura del Estado y por amplios sectores de la población española, me ha hecho pensar en el verdadero sentido y significado de la autentica amnistía de Dios, que por supuesto tiene un gran calado y un efecto real sobre las personas que la abrazan, a diferencia de todas las componendas políticas de nuestros gobernantes al respecto.
Pero alejándonos del envenenado discurso social, entremos a valorar de verdad el hecho cierto de la amnistía divina hacia la raza humana en general, porque ello tiene una mayor trascendencia para todos nosotros.
En la intratable historia entre Dios nuestro Creador y el hombre y la mujer de todos los tiempos, descubrimos que todos los seres creados a la imagen de Dios tuvimos el privilegio de establecer una total relación con Dios y disfrutar de sus maravillosos recursos y de su gran sabiduría; pero nuestra transgresión desde el Edén, ya en los albores de la humanidad hasta hoy ha sido constantemente recurrente, tal como nos lo recuerda el profeta Isaías: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su propio camino…”. Este veraz diagnostico nos describe a todos y a cada uno de nosotros que pecamos de mil maneras diferentes.
Dios es un ser puro y santo en extremo y a su vez nos hace participantes de su misma naturaleza que tempranamente quebrantamos por nuestra rebeldía y desobediencia a sus benignos principios, rompiéndose el pacto de amor que originalmente se había establecido entre Elohim y la primera pareja, con un poderoso mandato multiplicador para las nuevas generaciones que tenían que surgir a partir del jardín del Edén.
La sombra del pecado humano atenaza nuestras conciencias desde entonces constantemente, aunque intentamos camuflarla con diversos subterfugios psicológicos y espiritualistas. La maldad y la mentira son las camaleónicas caras que nos inducen al autoengaño no aceptando nuestra responsabilidad moral ante el Dios que nos creó y que a pesar de muchos pesares nos ama incondicionalmente y nos quiere rescatar a toda costa de nuestro estado de muerte espiritual y de nuestro condenatorio destino eterno si nos reconciliamos con él antes de que sea demasiado tarde.
Lo grandioso de esta historia de amor del Dios creador hacia su criatura humana es realmente apasionante, porque cuando respondemos al llamado de Dios con sincero arrepentimiento, reconociendo nuestro pecado personal de facto recibimos la absolución divina que nos arrastraba a la separación eterna de Dios. Jesús con su muerte expiatoria en la cruz quita de en medio, entre el Dios santo y nosotros, nuestros horribles pecados, estado del que no podíamos redimirnos a nosotros mismos en modo alguno.
A partir de ese momento de confesión y reconciliación con Dios Padre a través de Jesucristo, “Dice el Señor: Nunca más me acordare de vuestros pecados y transgresiones”, según nos declara el Nuevo Testamento y tal como atestigua también el profeta Isaías “Yo el Señor, yo soy el que borro tus rebeliones y no me acordare de tus pecados”. Por tanto Dios no solo cancela la deuda moral de nuestros pecados en general sino que además se amnesia de nuestro pasado, olvidándolo todo por completo. Esto sí que es una verdadera amnistía total, amigos…
Con Jesús empezamos una nueva página en blanco en nuestras vidas, es un verdadero borrón y cuenta nueva. Este es el “Nunca más de Dios” que borra nuestro pasado y disipa nuestras sombras más oscuras.
Dios perdona y olvida, esta es una de las grandes características de este buen Dios nuestro. Satanás a veces intentara provocar en nosotros una sensación de inseguridad y un falso sentimiento de condenación por los pecados que ya han sido perdonados a todos los efectos, pero nosotros debemos de ratificarnos en la poderosa Gracia de Dios que sentencia categóricamente: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que estamos en Cristo Jesús…” Porque tal como proclamó nuestro bendito Salvador en su último aliento “Consummatum est” cumplido está, la deuda ha sido totalmente cancelada. ¡¡Aleluya!!
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