Con demasiada carga el trayecto se convierte en una carga insoportable.
“Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar, este mandamiento recibí de mi Padre… Nuestro Salvador Jesucristo quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio… Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y fue sepultado, y resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Jn. 10:18; 2 Tim. 1:10; 1 Co. 15:3-4.
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Creer en el Jesús resucitado significa tomar conciencia de que su vida no se encuentra en las ruinas de la historia, sino que ha vencido al pecado y a la muerte haciendo reversibles sus consecuencias devastadoras para provocar sufrimiento y desesperación.
Creer en el Jesús resucitado es vivir en una esperanza que no avergüenza porque sabemos que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado como garantía de nuestra salvación eterna. Rom. 5:5.
Creer en el Jesús resucitado es vivir para transmitir la Buena Noticia de un nuevo mundo que Dios ha comenzado a construir trayendo vida a los muertos, consolación a los que lloran, alivio a los dolientes, sanidad a los enfermos y luz a los ciegos.
Creer en el Jesús resucitado es saber que un día el Señor de la historia pondrá fin a este mundo y hará nacer otro en el que ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor porque todas las cosas serán hechas nuevas por aquel que es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Apoc. 21:4
Ahora bien, mientras ese momento llega, cabría preguntarse: ¿Por qué no podemos vivir como Jesús afirmando: Nadie me quita la vida sino que soy yo quien de mí mismo la pongo? Seguir al Resucitado significa aprender a dar la vida por aquello que realmente merece la pena, porque de ninguna manera podemos consentir que quede muerta y sepultada en las ruinas de nuestra propia historia. ¿Qué es aquello que “nos quita la vida”? ¿Distracciones, decisiones equivocadas, caminos torcidos, miedos, lastres pesados, conflictos no resueltos, ausencia de proyecto existencial? ¿No es cierto que, a menudo, dejamos que todas estas cosas nos “quiten la vida” y la conviertan en algo estéril y sin valor?
“Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” He. 13:1-2.
Hace unos años, por razones deportivas, tuve ocasión de hacer algunas rutas del camino de Santiago. Son muchas las experiencias novedosas que uno va a cumulando a lo largo de ese itinerario, además de los preciosos paisajes que se van recorriendo en cada etapa. Sin embargo, algo que me llamó mucho la atención fue que, en cada albergue donde paraba a descansar habían expuestos a la vista de todos los peregrinos una gran cantidad de objetos: chubasqueros, botas, bufandas, paraguas, cantimploras, linternas y zapatillas. ¿Qué hacían allí? Eran objetos de los que se habían desprendido los caminantes porque suponían demasiado peso para el camino. Con demasiada carga el trayecto se convierte en una carga insoportable.
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¿Nos vamos entendiendo? ¿Cuáles son las “cargas” que aplastan nuestras vidas impidiéndonos avanzar? ¿Qué pesados lastres vamos acumulando en el camino que acaban convirtiéndose en un sin vivir? ¿Quién nos está quitando la vida? Necesitamos contestar con urgencia a esta pregunta, porque como mujeres y hombres transformados por el poder de la resurrección de Jesús somos llamados a poner la vida sola y exclusivamente al servicio del evangelio del reino de Dios. Soli Deo Gloria.
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