Éste es un tiempo claramente peligroso y desconcertante para todos, pero la familia de Dios es un verdadero refugio en tiempos de crisis.
Mientras comparto esta reflexión, siento una inmensa gratitud, a la vez que una gran emoción, porque yo también fui un hijo pródigo que abandonó la casa del Padre y malgastó rápidamente su herencia perdiéndolo todo, incluso perdiéndose a sí mismo y, en mi temprana juventud, fui conquistado y recuperado por el amor incondicional de Dios Padre manifestado de forma clamorosa en la persona de su Hijo Jesucristo.
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Mientras escribo este artículo, estoy disfrutando del espectáculo estelar de la lluvia de estrellas las Perseidas, conocidas también como las lágrimas de San Lorenzo.
Éstas son estrellas fugaces que se dejan ver, por momentos, como destellos errantes que cruzan el espacio sideral y que resulta realmente asombroso. Ésta es, sin duda alguna, una exhibición estelar de la gloria de Dios en los cielos.
A propósito de las estrellas celestiales, el salmista nos recuerda que Dios contabiliza las estrellas de todas las galaxias de este casi infinito cosmos y a todas ellas llama por su nombre, y esto, más que poético, me resulta impresionante.
Si el Dios Creador de todo lo existente bautiza con nombre propio a los millones de estrellas del Universo, esto me hace pensar que también nos identifica a cada ser humano como criaturas singularmente especiales, porque somos especialmente únicos por la gracia de Dios y esto, además de emocionante, es realmente formidable.
Cuando Dios nos creó, nos facultó de cualidades extraordinarias y nos convirtió en virreyes de toda su creación, pero tempranamente nos echamos a perder por nuestra reiterada desobediencia a sus planes originales.
La sentencia de la muerte, tanto física como espiritual por la transgresión de nuestro pecado original, supone una verdadera tragedia para toda la raza humana, porque cuando muere un ser humano creado a imagen del Dios Todopoderoso, se destruye una primorosa obra del arte divino.
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Y como dijo el poeta, cuando alguien muere, todos nosotros también morimos un poco
Según nos declaran las Sagradas Escrituras, Dios no se complace en la muerte de nadie. Y lo grandioso de este asunto es que Dios muestra su amor hacia nosotros en que, siendo aún pecadores destituidos de su presencia, Cristo murió por nosotros para rescatarnos de nuestra auto condenación y este hecho es grandioso.
El profeta Isaías nos aporta el importante detalle de nuestra responsabilidad tanto personal como federal “Todos íbamos errantes como ovejas, cada cual se apartó por su propio camino, y el Señor cargó sobre Jesús las culpas de todos nosotros”.
Todos, de una u otra forma, somos hijos pródigos, como el protagonista de la parábola bíblica y, en la actualidad, como nunca antes, experimentamos una huida masiva hacia adelante o, más bien, hacia ninguna parte, anestesiando nuestra conciencia con toda clase de entretenimientos para evadirnos de nuestra responsabilidad, pero inevitablemente, tarde o temprano, tendremos que responder ante nuestro Creador, aunque en muchos casos podría llegar a ser demasiado tarde.
Pero mientras hay vida, hay esperanza, y ese Padre pródigo en favores que nos busca incesantemente está esperándonos cada día con los brazos abiertos, deseoso de abrazarnos y restituirnos a su comunión.
Pero es necesario que volvamos en sí y seamos capaces, con toda humildad, de arrepentirnos de nuestras faltas, que no son pocas, y así volvernos a Él sinceramente.
También existe un innumerable contingente de hijos/as pródig@s que estuvieron en comunidades evangélicas durante tiempo y que, por diferentes razones, abandonaron las iglesias, pero en lo profundo de su ser sienten cierta nostalgia y no consiguen encontrar el camino de retorno, quizás por temor a un nuevo desenlace o por ciertos prejuicios.
Es muy probable que muchos pertenecientes a este grupo de hijos pródigos en la dispersión estéis leyendo esta breve reflexión. De ser así, permíteme decirte, con todo el respeto y afecto de un desconocido, que desde hace años somos muchos los que oramos por ti y por tu familia.
El telegrama divino para ti en particular es : ¡Vuelve a casa, Papá te está esperando!.
Éste es un tiempo claramente peligroso y desconcertante para todos, pero la familia de Dios es un verdadero refugio en tiempos de crisis.
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