¿Distraídos? Si no pensamos, otros lo harán por nosotros

“No seáis como caballos o mulos que nada entienden, con el freno y las riendas hay que dominar su brío, …Yo, necio, no comprendía nada, era como un animal ante ti… El buey conoce a su dueño, el asno, el pesebre del amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no entiende”. Sal. 32:9; 73:22; Is. 1:3 (Versión La Palabra).

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En este país existen más teléfonos móviles que personas. El consumo de estos aparatos sobrepasa las cuatro horas diarias. Hoy, con un solo click, puedes conocer cualquier noticia en el mundo en tiempo real. Esta es la generación más informada de la historia de la humanidad. Y, sin embargo, cuando dialogamos somos incapaces de mantener la atención más allá de unos pocos minutos. Trascurrido ese tiempo, la mayoría de nosotros comenzamos a ponernos nerviositos y a mirar el móvil para ver si hay algún mensaje de whatsApp, correo, instagram o twiter.

Pero, lo más dramático es que cada vez somos más incapaces de entablar una comunicación auténtica. Sobre cualquier tema, siempre existen dos o más bandos enfrentados: el nuestro, o sea, el de los buenos y los inteligentes que tienen la razón, y el de los otros, los malos, los imbéciles y los ignorantes que no se enteran de nada. En nuestras plácidas y distraídas vidas nos dejamos seducir por caricaturas simplonas de la realidad rehuyendo los matices. Preferimos las mentiras simplistas de los populistas antes que las verdades incómodas de los expertos. Sobre todo, porque para evitar pensar, nos protegemos cada vez más bajo el manto de la masa que opina, siente y actúa como nosotros.

Ser parte de la masa siempre resulta fácil, barato e irresponsable por varios motivos. Formar parte de una masa nos hace sentir más fuertes porque nos presenta la oportunidad de imponernos con el poder que no tenemos cuando estamos solos. La masa nos mantiene también en el anonimato. En ella somos uno entre muchos, por tanto, reducimos la responsabilidad personal a una milésima parte de la que tenemos cuando estamos solos. Una vez liberados del peso de la responsabilidad, adquirimos el derecho a practicar cualquier exceso sin importar el daño que hagamos. Por último, la masa nos transforma en sumisas ovejas de la manada. La oveja va con el rebaño porque es rebaño, mira a su alrededor y todo son ovejas. ¿Por qué va a manifestar un comportamiento distinto al de los suyos? (“Distraídos” Thibaut Deleval).

Hace casi cien años, uno de los filósofos españoles con la mente más lúcida de su siglo: José Ortega y Gasset, escribió en su libro “La rebelión de las masas” unas palabras que, en una sociedad tan distinta a la nuestra, todavía hoy resisten el paso del tiempo:

“El hombre moderno tiene unas ideas concluyentes sobre cuanto acontece en el universo. Por eso, ha perdido el sentido de la audición. ¿Para qué oír si ya tiene dentro cuanto hace falta?.… No hay cuestión de la vida pública donde no intervenga, ciego y sordo, como es, imponiendo sus opiniones… La vida es un caos donde está perdido. El hombre lo sospecha, pero le aterra encontrarse cara a cara con ella y procura ocultarla con un telón fantasmagórico donde todo está muy claro. Le trae sin cuidado que sus ideas no sean verdaderas; las emplea como trincheras para defenderse de su vida, como aspavientos para ahuyentar la realidad”.    

En este mundo, hoy como ayer, el pensamiento se ha convertido en un acto de rebeldía y de valentía. Sobre todo, porque tenemos ante nosotros un desafío constante que no es otro que el de descubrir, pensar y vivir la verdad, en medio de un mundo en el que la posverdad satura todos los espacios. La costumbre de no pensar que algo es mentira, confiere a ese algo la apariencia superficial de ser verdad. El problema es que ya no queremos tener tiempo para ir construyendo un pensar responsable, porque a menudo priorizamos estímulos, sensaciones y emociones que nos tragamos como píldoras que distraen nuestra atención de lo esencial, sin apercibirnos de cuáles son sus efectos secundarios. Como decía Virginia Woolf: “A la gente lo único que le gusta es sentir, sea lo que sea”.     

Hace ahora cincuenta años John Stott escribió un pequeño libro titulado “Creer es también pensar”. En la introducción pronunciaba unas palabras sobre las que, salvando las distancias, tendríamos que meditar con seriedad: “Lo que me asusta de esta generación es la medida en que se parapeta en la ignorancia”. La mente del ser humano participa en los devastadores resultados que el pecado nos ha traído, pero que esto sea cierto no es excusa para renunciar al pensamiento y refugiarse en las emociones, porque también esa dimensión de la condición humana se encuentra contaminada por las consecuencias del mal. Importa recordarlo en medio de una sociedad como la nuestra. Necesitamos pensar pero, sobre todo, necesitamos centrar y dirigir nuestros pensamientos en presencia de la Verdad, tomando conciencia de que la Verdad ni la fabricamos, ni la inventamos, ni la descubrimos nosotros, la Verdad preexiste y nos enfrenta con la oscura penumbra que late en nuestro interior, porque es ella quien nos mide, es ella quien nos examina y es solo ella quien nos proporciona guía, luz y fuerzas para seguir andando en el camino. Soli Deo Gloria.

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“Si vosotros permaneciereis en mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Yo soy el camino, la verdad y la vida…” Jn. 8:31-32; 14:6.