Las buenas obras (incluso de Cristo) y la predestinación

Habíamos dejado a nuestro amigo Calvino defendiendo la gloria de Dios, hasta el grado, en él siempre destacado, de ni siquiera dejar escapar la idea de que la humanidad del hombre Jesús, por sus obras, lograra su divinización. No sé yo muy bien si el “sólo Cristo” de algunas teologías tiene en cuenta este hecho. No es extraño que el papado, a este Calvino, no lo quiera ni ver; y propusiera el ejercicio espiritual a los jesuitas de “arreglar” a la persona de Cristo, para que pudiera ser lugar de divinización del género humano con y por sus obras religiosas. Proponer que incluso “los méritos de Cristo provienen de la sola gracia de Dios”, es piedra de tropiezo de todas las entidades religiosas de salvación.

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Seguimos con el breve ensayo (pero que algo inteligente, ya ven, da para mucha reflexión) del profesor Antonio Rivera, sobre las respuestas de Calvino a aquél judío, y, entre las principales, está ese esfuerzo del reformador de conciliar la redención con la predestinación.

En este sentido, el judío no propone sino una contradicción que un teólogo escolástico ya había “explicado”. Como el autor señala, y otros filósofos actuales toman en cuanta, fue Duns Escoto (-1308) el que, en su comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo, “ya había afirmado que en sí misma la pasión de Cristo no tenía un valor particular ni una eficacia especial (…), todo su valor y eficacia procedían de la voluntad divina, la cual había predeterminado, desde siempre, que su Hijo se encarnara en un hombre y que la pasión de éste fuese suficiente para lograr la redención”. Con ello se estaría en “el último esfuerzo de la Edad Media para no hacer depender el concepto de Dios del valor que los hombres se conceden a sí mismos”. (Blumenberg)

El judío, en sus objeciones al cristianismo, nos dice nuestro autor, ya había advertido que la Ley “prohíbe hacer a Dios semejante a la criatura humana, y, por tanto, no permite representar a la divinidad a imagen del hombre. Pues de ello también podría deducirse algo tan absolutamente impío como pensar que Dios es sólo una invención, un fruto de la imaginación, de la criatura humana. No obstante, si hay un teólogo capacitado para dar respuesta a esta objeción del judío, ese es Calvino, el reformador que más ha denunciado la humanización de Cristo, y que mejor puede defenderse de la acusación de hacer a Dios semejante a la criatura”.

Sigo citando al autor: “En realidad, todo el sistema teológico de Calvino depende de la respuesta a la supuesta contradicción entre la obra redentora, la cual también está unida a la doctrina de los méritos o buenas obras, y la predestinación y la justificación por fe.

Calvino no ve, por supuesto (…) ninguna discrepancia entre el eterno decreto de la elección y la redención. El reformador salva la aparente contradicción subrayando que las Escrituras emplean dos maneras de hablar, y que por este motivo los dos términos de la contradicción se corresponden con dos puntos de vista, el de Dios y el de la criatura humana. Desde el primero, el relativo al decreto de la predestinación, el Hacedor siempre nos ha amado, incluso antes de la creación y, a pesar de la caída, de la redención. Pero, desde el punto de vista del hombre, estamos separados de la divinidad hasta el sacrificio de Cristo. Es decir, sólo tras la liberación del Hijo, Dios vuelve a amarnos. Calvino escribe que el Espíritu Santo usa ordinariamente esta 'forma de hablar' -que Dios ha sido enemigo de los hombres hasta que fueron devueltos a su gracia por la muerte del Salvador- porque 'se adapta muy bien a nuestro sentido', y 'para que comprendamos perfectamente cuán miserable e infeliz es nuestra condición fuera de Cristo [el autor cita la Institución]. Ahora bien, 'aunque este modo de hablar sea debido al deseo de Dios de acomodarse a nosotros', ello no significa -advierte el reformador- negar la verdad de la redención”.

No veo mejor opción que seguir citando al autor (¡al final, voy aponer aquí medio ensayo!). “Por eso, si hablamos de dos puntos de vista, resulta inevitable pensar que el genuinamente teológico es el de Dios, el que nos dice que su actitud hacia los hombres no puede cambiar como consecuencia de la acción posterior de Cristo, pues la voluntad de la suma perfección debe ser por fuerza inmutable. Desde este enfoque no tiene sentido la historia de la redención si Dios no quiere, desde el principio, que tenga lugar la acción liberadora de Jesús (…) El cristocentrismo calvinista subraya fundamentalmente la divinidad de Cristo. Y, ciertamente, para Calvino, el Hijo es antes Dios que Mediador”.

¡Más cita! “En suma, la respuesta de Calvino a la tensión entre la humanidad y divinidad de Cristo se puede sintetizar en dos afirmaciones. Primera: si bien el oficio sacerdotal está ligado a la encarnación, Cristo ha sido Mediador antes de manifestarse a través de la carne, y sigue siéndolo después de su muerte. Por eso escribe Calvino, siguiendo a Pablo, que Dios 'nos amó ya antes de la Creación del mundo (desde el decreto eterno de la elección) para que fuésemos sus hijos en unión de su Unigénito, incluso antes de que fuésemos algo'. Y segunda: el mismo Cristo ha tomado parte en la elección divina, ya que es una de las tres personas de la Trinidad. De esta manera, el decreto de salvación también está fundado en Cristo, el cual, como Mediador eterno, ha hecho efectiva la elección, aunque no estoy seguro de que esta sea la palabra más adecuada, pues la eficacia resulta incompatible con la eternidad. De cualquier modo, gracias a su sacrificio, el Hijo hace eficaz el amor que Dios-Padre muestra a los elegidos desde siempre.

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Todo ello pone de relieve que la cristología de Calvino no apunta tanto a la regeneración de la criatura cuanto a la perfección de Dios. A diferencia del Cristo de los humanistas cristianos, el del reformador nunca corre el peligro de rebajarse a niveles humanos, y por ello puede superar fácilmente las objeciones del judío”.

El autor presenta dos objeciones más del judío. Nosotros lo dejamos aquí. Termino con la cita que pone de la Institución sobre la cuestión tratada. “Respecto a que fuimos reconciliados por la muerte de Jesucristo, no se debe de entender como si Jesucristo nos hubiese reconciliado con el Padre para que éste nos comenzase a amar, porque antes nos odiase; sino que fuimos reconciliados con quien ya antes nos amaba, aunque por el pecado estaba enemistado con nosotros”.