Job: la fe en tierra de penumbra

El dolor lleva a la crisis, la crisis a mil preguntas y las preguntas, tantas veces sin respuesta, llevan a un callejón sin salida. Ante la experiencia del mal y del dolor le nacen al ser humano los interrogantes más demoledores que golpean su vida, su identidad y su esperanza: ¿Dios, la vida, la muerte, el sentido de la existencia, la injusticia, la violencia? De pronto, todo se vuelve cuestionable. En estos capítulos Job ya no es el de antes, le han fallado sus acompañantes, sus seres queridos, su salud, su estima social, ha sido despojado de casi todo, se encuentra agrietado por dentro y sacudido en sus certezas más profundas.

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¿Cómo se puede vivir la fe, sin claudicar, en tierra de penumbra?

1. Haciéndola germinar en la tierra fértil de la sabiduría Job 28:1-4

La oscuridad de las galerías subterráneas de las minas, que se encuentran en un terreno profundo, escondido y oculto a toda experiencia humana porque nadie lo ha rastreado antes, la describe Job como símbolo de la situación que vive: tinieblas y sombra de muerte. Ese es un lugar que nunca nadie ha pisado porque encierra al ser humano en una serie de experiencias incomunicables e incomprensibles. Pero es allí, precisamente, en esas profundidades tenebrosas donde se aprenden las grandes lecciones de la vida, porque en el paso por la oscuridad se encuentran las vetas más ricas del oro en el que se convierte la fe que aprende a discernir la sabiduría que lleva a experimentar el cuidado pastoral de Dios. 1 Ped. 1:6-7.

El conocimiento se puede transmitir, la sabiduría no. La sabiduría de la que hablamos no se encuentra en las cátedras de teología, ni en los magisterios eclesiásticos, sino en el espesor de la vida con sus itinerarios, tantas veces dolorosos, inciertos y sorprendentes, ese es el lugar donde comprendemos el principio de la sabiduría: El temor de Dios. El temor de Dios es el reconocimiento consciente de su presencia que nos libera de todos los miedos, porque nos permite acercarnos a él creyendo que, pase lo que pase, es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.  Si la fe germina en esa tierra fecunda, entonces se hace posible creer y vivir, aun en tiempo de penumbra.

2. Dejándonos sorprender por el Señor. Job 38:1-4

A lo largo de todo el libro, Job ha puesto a Dios en el banquillo de los acusados. En medio del dolor inexplicable y brutal se ha preguntado si Dios es justo o es injusto, si le sigue bendiciendo o se ha convertido en su verdugo, si practica el bien, o practica el mal, si vale la pena seguir creyendo, o lo mejor es que Dios le quite la vida.  A partir de aquí, sin embargo, Dios se convierte en el que interroga y le hace a Job un total de 50 preguntas a lo largo de los capítulos 38 y 39. Estas son algunas de esas preguntas:

¿Quién es este que confunde mis designios pronunciando tales desatinos?  ¿Dónde estabas tú cuando cimenté la tierra? Dímelo tú, si tanto sabes. ¿Quién clausuró el mar con una puerta cuando salía impetuoso de su seno? ¿Has mandado alguna vez a la mañana o has señalado su puesto a la aurora?  ¿Puedes atar los lazos de las pléyades? Job. 38:2, 4, 8, 12. Conclusión: ¿Quiere el censor discutir con el todopoderoso? El que critica a Dios que responda. Job 40:2

¿Cuáles son los dos mensajes de Dios a Job en esta cascada de preguntas a las que no sabe ni puede responder?

1. Yo soy el eterno Dios, Creador, Omnipotente, Señor de historia y dueño de la creación, del tiempo y de todo lo que sucede dentro de sus límites. No soy el “Dios relojero” que me he limitado a poner en marcha la maquinaria de la creación desentendiéndome de ella. Yo soy el Dios que cuida, sostiene y sustenta la realidad supervisando cada detalle de cuanto sucede en este mundo y en el universo entero. ¿Puedes tú sentarte conmigo en la misma mesa para comprender la realidad desde ese gran angular, conociendo todo lo que ocurre en este cosmos y las causas que lo originan, para luego ponerme en el banquillo de los acusados y juzgarme?

2. Escucha Job, y quienquiera que seas que me juzgas, el mundo que yo hice al principio era un mundo lleno de vida, de belleza, de sentido, de armonía, de orden, de justicia y de amor. Era un mundo habitable, un mundo pensado y construido para la plena realización del ser humano, un mundo diseñado para disfrutar de plenitud y de significado. Pero el mundo que ha reconstruido la condición humana no se parece en nada al original, es un universo violento, cruel, desestructurado, injusto, contradictorio y egoísta; es un mundo de mentira, sufrimiento y muerte. Es un mundo herido por el pecado que alberga el corazón de la humanidad, porque el pecado se clava en la convivencia humana, pudre un pedazo del mundo y crea un contexto de mal. Y los gemidos de la creación lastimada, empezando por los seres humanos, son evidencias incontestables de un mundo en proceso de descomposición.

Por eso, todos los dramas de la condición humana que sacuden tantas veces la conciencia colectiva del mundo, obedecen al trabajo del mal, y a eso nadie es inmune porque vivimos sitiados por la injusticia, el pecado y las consecuencias que de él se desprenden. Ante una realidad así no puede existir la promesa de un mundo sin dolor, porque mientras haya voluntad en un universo libre de no seguir la palabra del Creador, el mal encontrará una entrada.

Existen conflictos de la fe que nunca van a ser resueltos porque vivimos en un contexto de mal; experimentamos y seguiremos haciendo, situaciones personales de dolor que no tienen más explicación que la existencia de un mundo injusto; vivimos y continuaremos viviendo en medio de realidades contradictorias en las que no vamos a entender nada de cuanto nos ocurre. Pero si nuestra fe persevera, aun en tiempos de penumbra, entonces se hace posible caminar y avanzar para seguir conociendo y descansando en el Dios vivo y verdadero porque: “Creer no es más que una perseverante búsqueda de Dios a través de todo aquello que lo disfraza, distorsiona y desfigura”.

En el fondo, el misterio de Dios y el sufrimiento son imposibles de comprender en plenitud, pero están ahí no para ser explicados sino para ser vividos, aceptados y acogidos porque, por encima de todo, seguimos creyendo que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. Porque hay fe allí donde se renuncia a afianzarla por medio de algo visible. Por eso, si esa confianza persevera aun en tiempos de penumbra, aunque nuestras vidas quedasen reducidas a solo Dios, eso sería suficiente, porque él siempre es la luz en medio de las noches más oscuras.

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Concluyo con una célebre oración de Tomas Merton que, en este contexto del sufrimiento y sus consecuencias, merece la pena rememorar como una plegaria en tiempos de penumbra: “Señor, Dios mío, no tengo idea de adónde voy. No veo el camino delante de mí. No sé con certeza donde termina. Tampoco me conozco a mí mismo en realidad, y el hecho de que piense que estoy siguiendo tu voluntad no significa que lo esté haciendo en verdad. Pero creo que el anhelo de agradarte te agrada de verdad”.  Soli Deo Gloria      

Notas:

Job 28:1-4, 12-13, 20-21, 23-28; 38:1-4, 8,12