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La RAE, madre putativa de nuestra lengua

Tras mi petición a la RAE, recibí una respuesta que, lejos de molestarme, me ha hecho sonreír.

EL ESCRIBIDOR AUTOR 45/Eugenio_Orellana 30 DE ABRIL DE 2023 18:00 h
Imagen de [link]Sven Brandsma[/link] en Unsplash.

En Memoria de Melissa Edith Chau C.



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Hubo en Costa Rica un presidente que gobernó desde 1974 a 1978. Se dice que durante su presidencia tenía una forma muy curiosa de sacarse de encima a la gente que llegaba a su despacho en busca de ayuda. Los recibía y escuchaba atentamente y cuando consideraba que ya era suficiente, abría un cajón de su escritorio, sacaba un papelito, se lo daba al visitante y le decía que fuera a tal o cual oficina y se lo entregara al oficial que allí se encontraba. Si el papelito era de color rojo, la respuesta sería un rotundo no; si era de color verde, se le daba alguna esperanza; y si era de color blanco, se atendía de inmediato la petición.



No sé cuántos de mis lectores, si es que hay alguno aparte de Daniel que tiene que leerme por fuerza, tendrán la costumbre de mirar y admirar el cielo cuando está sin nubes. En cuanto a mí, es un deleite muy especial ver ese color azul celeste tan suave que cubre toda la bóveda. Una vez se me ocurrió preguntarle a Google el origen de ese color. Su respuesta fue más o menos esta: Se mezcla un color rojo tirando a rosado con un amarillo patito, un negro desteñido y una pizca de blanco nieve. Se pone todo dentro de esas botellas metálicas que se usan en los bares para preparar tragos, se agita durante quince segundos y luego se vierte en un tazón y tendrá exactamente el color del cielo. ¡Pamplinas! Ese color lo puso Dios aprovechando las “aguas de arriba” después de haberlas separado de las de abajo (Génesis 1.7) y al firmamento le puso por nombre “cielo”. Ese color suave y generoso representa la personalidad de Dios: un Papá bueno, amable y amistoso con el planeta que creó. Un rojo habría sido demasiado violento; un blanco, demasiado desteñido; un negro, para el espacio exterior y un verde como que sí como que no.



En uno de mis viajes al Perú relacionados con los talleres de literatura y otras actividades afines, conocí a varios amigos peruanos entre los cuales estaba una joven de nombre Melissa Edith Chau Castillo (foto). Puedo mencionarla por nombre y decir algunas cosas de ella porque ya está en el cielo. Cuando la conocí, alguien me dijo que Melissa padecía de un cáncer de pulmón. Por esos días, se veía saludable y disfrutaba de la vida. Era diseñadora gráfica. Me adoptó como su abuelo y yo a ella como mi nieta. Lo fuimos abuelo y nieta hasta que se fue. Quise viajar al Perú para darle mi adiós de abuelo, pero las condiciones de salud en que me encontraba no me lo permitieron. Lo lamento y lo lamentaré siempre. (Puede escuchar su voz tomada de los tantos audios que constituyeron parte de nuestra correspondencia).



Melissa era también escritora. Y aquí nos vamos acercando a la RAE. Por sobre su condición de escritora, Melissa era creativa. Le gustaba jugar con las palabras como un malabarista juega con cinco pelotitas de colores lanzándolas al aire y recuperándolas sin que se le caiga ninguna. Así fue como dio origen a una palabra nueva: palabaristaPalabarista: el que hace malabarismo con las palabras.



Texto distraído



La autora por fin había acabado su texto, lo dejó sobre la mesa y se fue. El texto era corto y muy interesante de leer, salió tras su autora, cruzó la pista y no vio el camión que se le venía encima. La autora llegó a la escena del accidente y se lo llevó inmediatamente al hospital para que le pusieran los puntos.



Tengo un amigo con quien mantenemos desde hace algunos años un intercambio de correos que pretende ser un diálogo aunque a veces adquiere características de monólogo a dos voces. Él vive en una ciudad A y yo en una ciudad B. Un día me contó que estaba escribiendo un ensayo en el que daba respuesta a uno de los casos misteriosos que encontramos en las Sagradas Escrituras. El título del ensayo decía precisamente eso: que la incógnita sería despejada. Como ese misterio me ha preocupado y no le había encontrado la respuesta, le pedí que me enviara una copia, lo que hizo gentilmente. El documento tiene unas diez páginas. Es un análisis de alto vuelo. Lo leí cuatro veces. La primera, con la esperanza de encontrar la respuesta que esperaba. No la hallé. La segunda, con un poco de escepticismo. La tercera, decepcionado y la cuarta, ya no lo leí. Le escribí pidiéndole que me señalara el lugar en el escrito donde estaba la explicación. Me contestó diciéndome que cuando fuera por la ciudad A, nos reuniéramos y satisfaría mi curiosidad. Dejé el asunto hasta allí aunque para mí habría sido mucho más fácil que me dijera, por ejemplo, busca en la página cuatro, en el párrafo sexto, línea dos y ahí está la respuesta. Con el permiso de la RAE, o sin él, cada quien tiene su manera de apearse.





Mi amigo es un teólogo. Él dice que no lo es quizás porque no tiene un Ph.D. otorgado por una universidad o seminario teológico aunque sí es un teólogo empírico si es que tal condición existe. Y yo soy un aprendiz de brujo. Y quizás ni eso. Cuando tocamos temas bíblicos, él se sumerge sin esnórquel en las profundidades del texto mientras yo no me atrevo a pasar de la orilla. Cuando mi amigo analiza un pasaje, va a los idiomas originales, hace comparaciones entre la época en que se escribió y la edad actual, pone a discutir a los Cuatro Evangelistas y escarba con fruición en los dominios de la etimología. Yo, en cambio, interpreto el texto tal como la versión que leo me lo presenta. Así fue como di origen a una palabra rara: literaturalista. Literaturalista es el que lee y entiende la literatura en forma literal sin complicarse la vida.



Y ya llegamos a la RAE. Con esas dos palabras, que en mi opinión hasta ahora aún no habían sido inventadas, escribí a la RAE. Pero antes de seguir con la respuesta que me dieron ellos, permitidme hacer una referencia a mi tiempo de estudiante. Nací en Chile. Y en la escuela primaria, la materia que tenía que ver con la lengua que hablábamos se llamaba Castellano. En esos tiempos se enseñaba y se hablaba castellano. Cuando salimos de Chile y nos vinimos acercando al idioma inglés, notamos que el castellano se nos había quedado atrás y terminamos hablando español que, para cualquier efecto, da igual. Hay una serie de argumentos, algunos válidos y otros no tanto, para justificar la desaparición del castellano como nuestra lengua en Latinoamérica aunque para mí, es otra de las invasiones del idioma inglés que con la modernidad reinante se nos ha metido hasta la cocina. Habrá que esperar un tiempo cuando China haga sentir todo su peso en nuestro entorno tercermundista. Quién sabe si las generaciones que vienen tras nosotros terminen hablando mandarín o cantonés.



Volviendo a la RAE. Me contestaron prontamente, lo que no dejó de sorprenderme porque alguien me había dicho que ellos no contestaban los mensajes que recibían. Lo agradecí. Me refirieron a otra dirección. También de allí recibí una respuesta a vuelta de correo conteniendo una explicación que, lejos de molestarme, me ha hecho sonreír. Lo explico de la siguiente manera. Cuando Einstein nació, nadie sabía lo que llegaría a ser una vez crecido. Ni sus padres. Su mamá se ocupaba de ese bebé dándole de mamar, cambiándole pañales cuando había que mudarlo y evitando que se resfriara. Pedirle a Albertsito que, a esas alturas, diera fe de su fama e influencia en el mundo de la ciencia, a nadie se le habría ocurrido. Cuando nació Jesús, ni su madre María ni su padre José sabían lo que llegaría a ser ese niño, a menos que lo hubiesen leído en las profecías del Antiguo Testamento. Pues, la RAE me dice que “es requisito fundamental para el mantenimiento y la inclusión de voces que corresponden a las distintas áreas y países de habla hispánica, que su empleo actual esté ampliamente documentado en textos extraídos preferentemente de los corpus de la RAE… Por tanto, para la incorporación o enmienda de una palabra o acepción al DLE es necesario testimoniar su uso según hemos relatado anteriormente. Si dispone de textos suficientes con los que podamos iniciar los trámites para posibles adiciones o enmiendas, puede mandarlos…”



No tengo queja alguna contra la RAE. Tampoco tengo “textos suficientes”. Si se le hubiese pedido a Einstein o a Jesús una declaración, posiblemente habrían dicho ¡gua, gua, gua! (De ahí el término guagua usado en Chile para los recién nacidos). Como digo más arriba, su respuesta me hizo sonreír. Pedirle a un recién nacido su currículo suena un poco extraño. Las dos palabras de este cuento: Palabarista y Literaturalista acaban de nacer. Son como Einstein cuando su madre lo dio a luz. O como el niño Jesús en el pesebre de Belén. Necesitaban desarrollarse y crecer y solo entonces habrían podido satisfacer las demandas de la RAE.



Cualquiera que me lea podría preguntarse, al llegar al final de estas disquisiciones, ¿bueno, y qué pasó con la madre putativa? Como ocurre a veces en el ámbito filial, poca relación se da entre madre e hijos. No es lo corriente, pero se da. En lo que a este escribidor respecta, como que he hecho lo que hace Dios con los altivos: los mira de lejos (Salmos 138.6). A la RAE, que despliega permanentemente su presencia sobre quienes se ocupan de juntar letras (según el dicho de un periodista catalán a quien acostumbraba a leer pero que últimamente pareciera que se fue ─o lo fueron─ a trabajar a otra galaxia) la he mirado de lejos. Pocas veces he golpeado a su puerta para preguntarle algo. Ahora, sin embargo, he pasado algunos momentos mirando por su ventana y me he encontrado con cosas que me han provocado más preguntas que respuestas. Aunque los intelectuales que la integran son personas que se han ido renovando desde los días cuando nació allá por el siglo XVIII, aventuro a decir que allí se requiere sangre nueva. Gente joven, de entre 30 y 40; gente viajada por todos los rincones del mundo hispanohablante con su celular en la mano y no que se queden solo en España. Han aceptado, por ejemplo, la palaba culo. Claro. Los españoles hablan de culo con parecida asiduidad como los chilenos hablan de poto. Pero culo no es una palabra de uso corriente en Latinoamérica; más bien pareciera ser una expresión que se evita. Han aceptado la palabra almóndiga por albóndiga. Un poco en chunga = broma, porque a una viejita por allí se le trabó la lengua y en lugar de decir albóndiga dijo almóndiga, la RAE le dio carácter de uso universal y la metió dentro de las palabras nuevas. Con todos los años que tengo y conociendo, un poco, la forma de hablar de “nuestra gente al sur del río Bravo”, nunca me había encontrado con esa tal almóndiga, pero sí he disfrutado de las albóndigas que preparaban en casa. Igual cosa ocurre con la palabra palabro. ¿Palabro? ¿No querrán decir palabrota? Palabrota, sí; pero ¿palabro? ¡Avemaríapurísima! Pareciera que he estado viviendo en el planeta del lado porque ¿palabro de uso corriente? ¡Válgame Dios! Y así podríamos seguir poniendo el punto sobre las íes de otros términos aceptados por la RAE por su supuesto uso corriente mientras mis dos palabras: palabarista y literaturalista, ambas con un sentido e interpretación lógicos y hasta bien que suenan, me han sido vetadas porque acaban de nacer. Como Einstein o como Jesús, o como… ¡gua, gua, gua!



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Termino diciendo: Con RAE o sin RAE, prefiero palabarista a palabro. Y literaturalista a almóndiga. Con toda esta argumentación, que sospecho que haría sonreír a la RAE si llega a saber lo que he escrito, prefiero volver a Salmos 138.6 y seguir mirando a la RAE desde lejos. El idioma lo hacemos nosotros, no ellos. De ahí lo putativo. Para muestra, un botón.


 

 


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