La profecía es denuncia y anuncio, exhortación y ánimo, es recordarle al pueblo de Dios lo que el Señor ya ha dicho y hecho.
La semana pasada presenté a algunos de los personajes más fascinantes de la Escritura: los profetas. Empezamos aclarando algunos malos entendidos y poniendo las bases del recorrido que terminaremos en este artículo. En primer lugar, afirmamos que los profetas no son adivinos, sino personas que ponen el cuerpo para proclamar la Palabra de Dios. En segundo lugar, descubrimos que el rol de los profetas es el de ser la conciencia del pueblo de Dios; son personajes incómodos al statu quo y su propósito es comunicar fielmente el mensaje que recibieron de Dios a un pueblo que necesita recordar su identidad y propósito en medio del ruido de la vida. En tercer lugar, señalamos que los profetas denuncian la injusticia y los pecados sociales, al tiempo que anuncian la esperanza en la intervención divina. (Si no leíste la primera parte de este estudio, te recomiendo leer el artículo antes de seguir).
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A los profetas les toca una tarea muy difícil: persuadir a un pueblo de corazón duro, hipócrita y distraído. Para lograr semejante hazaña, hacen cosas muy raras. Usan todo tipo de recursos para convencer a su audiencia: poesía, historias, parábolas, canciones, símbolos, gestos, esculturas, happenings, etc. Los profetas son los artistas más importantes de toda la Biblia. Y déjame darte algunos ejemplos.
Hablemos primero del lenguaje. Los profetas usan todo tipo de discursos para comunicar la urgencia de sus palabras: lenguaje judicial, tomado de los contratos y las leyes de la época; lenguaje sapiencial, como el que usaban los sabios y maestros; lenguaje litúrgico, como el que se usaba en el templo; géneros populares, como las canciones de amor y las canciones fúnebres; y también encontramos himnos, lamentaciones, ironías, parábolas. En culturas orales, la rima y el ritmo de sus palabras ayudaban a la memorización y la comunicación.
Los profetas eran grandes poetas. A veces la gente los lee como si fueran un diario del futuro. Pero la profecía de la Biblia es pura poesía; está llena de imágenes, símbolos y metáforas. No siempre es muy claro lo que quieren comunicar, mucho menos para nosotros, que vivimos a miles de años de distancia. Por eso, aunque no es una ciencia exacta, lo mejor es leer a los profetas en su contexto histórico; preguntarnos: ¿cuáles eran sus problemas, preocupaciones o necesidades? Su mensaje debe entenderse a la luz de ese contexto.
Además de ser unos poetas increíbles, los profetas eran maestros del drama. Sus palabras iban acompañadas por acciones simbólicas; en el arte contemporáneo, a esto se lo llama “happening”. Y te tiro 4 ejemplos increíbles:
- Primero: Isaías anduvo en calzoncillos durante 3 años [Isaías 20]. En hebreo, la palabra galah – גָּלָה– significa tanto “desnudez” como “cautiverio”. Así que ver al noble Isaías andando en paños menores por Jerusalén era un recordatorio muy potente de la amenaza del exilio.
- Segundo: Dios le pidió a Jeremías que no se casara ni tuviera hijos. Esto era una advertencia profética para todo el pueblo de la destrucción inminente [Jeremías 16].
- Tercero: durante más de un año, Ezequiel usó una pequeña escultura para dramatizar la destrucción de una ciudad. Los judíos creían que estaba hablando de sus enemigos, pero la profecía era más terrible: la ciudad destruida sería la misma Jerusalén. [Ezequiel 4]
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- Y cuarto: el Señor le pidió al profeta Oseas un happening escandaloso: “Ve y cásate con una prostituta, de modo que algunos de los hijos de ella sean concebidos en prostitución. Esto ilustrará cómo Israel se ha comportado como una prostituta, al volverse en contra del Señor y al rendir culto a otros dioses” (Os. 1:2).
Estas acciones extravagantes querían llamar la atención, despertar la curiosidad, grabar a fuego en la mente de las personas el mensaje profético.
El tiempo de Elías, Isaías y Daniel terminó hace mucho. De hecho, hacia el final del Antiguo Testamento pareciera que la profecía se va terminando. El Salmo 74 habla de esto: “Ya no vemos tus señales milagrosas; ya no hay más profetas, y nadie puede decirnos cuándo acabará todo esto” [Salmo 74:9]. Pero cuando llegamos al Nuevo Testamento no encontramos un panorama de derrota, sino una nueva época de gloria de la profecía. Jesús es presentado como el cumplimiento de las expectativas mesiánicas de Israel. El evangelio de Mateo se esfuerza por demostrar que Jesús es el horizonte al cual apuntaban la Ley y los profetas.
Pero Jesús no solo es cumplimiento: también es el profeta definitivo. Al ver a Jesús, la gente recordaba a los profetas del Antiguo Testamento [Mateo 16:14; Mateo 21:11; Lucas 24:19]. Retomando el lenguaje de Isaías, el Señor resumió su propósito con estas palabras: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad, y que ha llegado el tiempo del favor del Señor» (Lucas 4:18-19).
Jesús hablaba con el mismo tono confrontador de los profetas; incluso hacía happenings proféticos, como la maldición de la higuera y la limpieza del templo. El Señor encarna la esencia del ministerio profético: es el que vuelve a recordarle al pueblo su verdadera identidad y propósito, el que denuncia a los hipócritas y da esperanza a los desahuciados, el que tiene un mensaje que no puede callar y está dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias para anunciarlo.
Pero la cosa no se termina con Jesús. En la iglesia primitiva, y por obra del Espíritu Santo, el ministerio profético seguía vivo. A veces incluía una predicción de eventos futuros [Hechos 11:27-28], pero no siempre [Hechos 13:1-3]. Como ya aprendimos, los profetas no son adivinos: son la voz de la conciencia del pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento profetizan tanto los varones como las mujeres [Hechos 21:9-12].
En 1 Corintios 14, Pablo dice que profetizar es mejor que hablar en lenguas; su deseo era que todos los cristianos pudieran ser profetas. Y obviamente, esto no significa que andemos por la vida tirándonos el horóscopo los unos a los otros. “El que dice una palabra de profecía fortalece a toda la iglesia” (1 Corintios 14:4).
La profecía es denuncia y anuncio, exhortación y ánimo, es recordarle al pueblo de Dios lo que el Señor ya ha dicho y hecho. Por eso la profecía sigue viva entre nosotros. Hoy más que nunca, entre tanto ruido, fundamentalismo, manipulación y extremismo, necesitamos recordar nuestra verdadera identidad y propósito. Eso es lo que hace la verdadera profecía.
En Mateo 7, el Señor Jesús dijo: “Ten cuidado de los falsos profetas que vienen disfrazados de ovejas inofensivas, pero en realidad son lobos feroces” (Mateo 7:15). A lo largo del Antiguo Testamento aparece constantemente la amenaza de los falsos profetas: personas que dicen hablar en nombre de Dios, pero solo hablan sus propias palabras. Pueden ser impostores, gente mal intencionada y manipuladora, pero también pueden ser personas honestamente convencidas de su error. Entonces, ¿cómo distinguir a los falsos de los verdaderos? Hay varios criterios bíblicos para detectar a los falsos profetas: el cumplimiento de sus palabras [Jeremías 28:9], su fidelidad a la revelación del único Dios verdadero [Deuteronomio 13] y la coherencia entre su mensaje y su vida [Jeremías 23:14].
Quizás quien lo dijo de la manera más directa y concisa fue Henri de Lubac; termino entonces este artículo con sus palabras: “Los falsos profetas no son personas que siempre hacen predicciones falsas. Más bien, son personas que no tienen por criterio soberano a la verdad; son aduladores de la opinión dominante según los tiempos y las circunstancias, sea la del ‘príncipe’, la de los ‘poderosos’ o la de las ‘masas’”.
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