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Nuevo Testamento: compuesto, conservado y traducido por una iglesia apóstata y corrupta

El poder de la Palabra de Dios está con nosotros. A casi nadie interesa. Nuestro rato de conversación será valioso.

REFORMA2 AUTOR 7/Emilio_Monjo 26 DE MARZO DE 2023 20:00 h
Imagen de [link]Florian Weichert[/link], Unsplash.

Lo que pone en el encabezado sobre el Nuevo Testamento, se podía decir igual del Antiguo, cambiando Iglesia por pueblo judaico. Al pueblo judaico se le encomendó la palabra de Dios; al pueblo cristiano se le encomendó la palabra de Dios. Corrupto y con odio al Señor el uno; corrupto y con odio al Señor el otro. Pero conservaron la Palabra que los matará. Y por esa Palabra se alegrarán los redimidos, escogidos por gracia, de un pueblo y del otro. No hay otro camino.



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Que la llamada “Iglesia del Nuevo Testamento”, no tenga el libro que llamamos Nuevo Testamento, pues no es una broma. Por ahí empezamos. Si estuviéramos por allí, se nos diría que nuestra esperanza, que es cierta, y está en los cielos, la hemos oído por la palabra verdadera del evangelio. Pero esa palabra verdadera no es un libro, sino un discurso, una declaración; una verdad transmitida de boca a oído. A los que ya la tenemos, puede que un apóstol nos escriba una carta.



Ese mismo evangelio, lo recibimos nosotros, si estamos en Colosas, pero es el mismo que lleva fruto en todo el mundo, desde el día que se ve y se conoce la gracia de Dios en verdad. Pero esa gracia en verdad no se ve o conoce en un documento, se ve y conoce en una palabra pronunciada por los que anunciaron. Y hay ya muchos que anuncian palabras falsas, falsos evangelios, falsas esperanzas. (Eso, por supuesto, ya, en abundancia, en las iglesias del tiempo apostólico.)



La única palabra de Dios escrita que tenemos en esos momentos, es el Antiguo Testamento, traducido, además, al griego, el de uso común. A esa palabra escrita, le viene una novedad, fresca y vigorosa, en el anuncio de la muerte del Cristo. Por su muerte, nos dicen, nos presentó Dios santos y sin mancha delante de él. Esto, que ya había ocurrido, luego se explica en una carta. Pero el poder redentor del evangelio ya ha actuado, sin papeles ni letras.



También habían palabras persuasivas, engañosas, para desviarnos de la verdad, pero tampoco eran textos escritos, sino discursos, predicaciones. Esas falsificaciones abundaban. Falsificaciones de algo que era verbal. Todo eso ocurría, aunque había una Escritura (el Antiguo Testamento). Ya me dirán, si Dios no guarda a los suyos en la verdad, dónde estaríamos, todos.



Alguien nos podría traer un escrito donde nos dicen que Dios, por su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad. Pero esa palabra no es un papel escrito, aunque luego se escribe esto en un papel, y se convertirá en la carta de Santiago. (Por supuesto, papel, aquí es una manera de hablar.) Incluso se afirma que hemos sido renacidos por la palabra de Dios, que permanece para siempre. Palabra que se nos ha anunciado por el evangelio que nos han anunciado. Pero no hay papeles, sólo el Antiguo Testamento. La predicación de la muerte y resurrección del Redentor, testificada por la Ley y los Profetas, es un anuncio, de momento, verbal, por la predicación, eso tan poderoso. El evangelio anuncia “la palabra”, ¡qué cosas!



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Con esos medios, con esas predicaciones, con ese poder del evangelio, porque anuncia la palabra de vida, en muchos casos confirmada por milagros y prodigios; con todo eso, abundan los que falsifican la predicación, hacen señales y milagros, y hacen mercadería, o procuran hacerla, de los creyentes. De los no creyentes, seguro. El camino de la verdad, así, será blasfemado. 



Con todo eso, cada bando usando lo que puede, para edificar o para confundir, si nos encontramos en Tesalónica, habremos recibido una palabra, en medio de grande tribulación, y desde allí, luego, habremos difundido la palabra del Señor por las regiones vecinas. Eso era verbal, predicación. Que la palabra del Señor corra y sea glorificada, no es repartir folletos o porciones de Biblia (cuando se tiene, vale, si son buenos los folletos), sino predicar, eso tan poderoso. Por eso es tan poderosa para corromper la predicación falsa, el anuncio del falso evangelio. Hoy seguimos igual.



En ninguna parte se presenta que, en cuanto haya un Nuevo Testamento, con todos sus libros, se acabó el problema. Pues eso no es el problema. Con las Escrituras, el judaísmo y el cristianismo, se han corrompido, precisamente haciendo uso de ellas. En la reunión de Jerusalén no se propone crear un comité de Escrituras para componer un nuevo Testamento, sino, después de mucha discusión, escribir unas cartas recomendando cosas que, si no estás al tanto de las leyes rituales levíticas, te pierdes. 



Los apóstoles y las iglesias cristianas se encuentran con una situación previa, en lo que respecta a la Escritura sagrada, lo que hoy llamamos Antiguo Testamento. Seguramente ahí tenemos un buen modelo de reflexión. De lo que se disponía era, en general, una traducción al griego (por mucho que algunos quisieron darle otro rango), la conocida como Septuaginta, los Setenta. Sabemos que era una obra con formas diversas, incluso con apreciación variable de los mismos judíos. Con la Torá, Pentateuco, como documento central, intocable, el resto tenía aprecios diversos, incluso habían incluido lo que luego se llamará canon largo, el de Alejandría; que no era aceptado por los judíos de Jerusalén. Su misma traducción fue fruto, no de un deseo santo y reverente por sus mentores, sino de arreglo cultural. Esto es muy común, como ocurre con las políglotas (Cumplutense,  y de Amberes). En muchos casos eran obras promovidas por gente nada cristiana.



Pues con esa traducción nace y crece el cristianismo. Cristo mismo la cita como Escritura. Y esto nos lleva a nuestra reflexión. El Antiguo Testamento se había formado, y se conservó, y luego se tradujo, por gente de todo tipo. Muchos, enemigos declarados de Dios. Esa era la Escritura del pueblo que se divide en dos reinos, y uno edifica dos templos con sus becerros de oro, y dice que esos son su Dios que los sacó de Egipto (reino del norte, Israel). Los del sur llenan el templo legítimo de dioses paganos, por dentro y por fuera (Jeremías, Ezequiel...). Con esa Escrituras los falsos profetas engañan al pueblo. Con esas Escrituras, ahora traducidas al griego, montan sus argumentos contra Cristo escribas y fariseos. Con ellas sacan a Barrabás, y ponen en la cruz al Cristo (que, por cierto, es palabra griega). Con ellas niegan a Dios y su palabra. 



En el cristianismo va a pasar lo mismo. La Escritura, la Biblia, nunca depende de la santidad de la Iglesia. Antes y después, le ha sido confiada por Dios, pero en manos corruptas. Nunca nos alegraremos en la Escritura por la Iglesia que la trae, sino por el Señor de esa Iglesia que la da y la conserva, incluso con las manos y propósitos indignos de sus enemigos. Esto es largo, pero es la historia de la cristiandad. 



“Ha crecido entre muchos un error muy perjudicial, y es, pensar que la Escritura no tiene más autoridad que la que la Iglesia de común acuerdo le concediere; como si la eterna e inviolable verdad de Dios estribase en la fantasía de los hombres. Porque he aquí la cuestión que suscitan, no sin gran escarnio del Espíritu Santo: ¿Quién nos podrá hacer creer que esta doctrina ha procedido del Espíritu Santo? ¿Quién nos atestiguará que ha permanecido sana y completa hasta nuestro tiempo? ¿Quién nos persuadirá de que este libro debe ser admitido con toda reverencia, y que otro debe ser rechazado, si la Iglesia no da una regla cierta sobre esto? Concluyen, pues, diciendo que de la determinación de la Iglesia depende qué reverencia se deba a las Escrituras, y que ella tiene autoridad para discernir entre los libros canónicos y apócrifos. De esta manera estos hombres abominables, no teniendo en cuenta más que erigir una tiranía desenfrenada a título de la Iglesia, no hacen caso de los absurdos en que se enredan a sí mismos y a los demás con tal de hacer creer a la gente sencilla que la Iglesia lo puede todo...



[Tanto por la sangre de los mártires como por otras muchas razones] Ellas, por sí solas no son suficientes para que se les dé [a las Escrituras] el crédito debido, hasta que el Padre Celestial, manifestando su divinidad las redima de toda duda y haga que les dé crédito. Así pues, la Escritura nos satisfará y servirá de conocimiento para conseguir la salvación, sólo cuando su certidumbre se funde en la persuasión del Espíritu Santo. Los testimonios humanos que sirven para confirmarla, dejarán de ser vanos cuando sigan a este supremo y admirable testimonio, como ayuda y causas segundas que corroboren nuestra debilidad. Pero obran imprudentemente los que quieren probar a los infieles, con argumentos, que la Escritura es Palabra de Dios, porque esto no se puede entender sino por fe.” (Calvino. Institución, Si pueden, lean los capítulos del 6 al 9 del libro primero.)



En la Iglesia se percibe desde el inicio, que se empieza a tener un conjunto de documentos (cartas o evangelios) a los que se les da el mismo crédito que al Antiguo Testamento, son Escrituras (como Pedro dice de Pablo). El interés por disponer un conjunto de textos “sagrados”, que sean de autoridad, es común tanto en los infieles como en los temerosos de Dios. Ambos bandos ven lo adecuado de poder sostener sus posiciones sobre unos textos autorizados. Eso lo quieren los fieles pastores, y los falsos maestros. El defensor de la verdad, y el defensor de la mentira, quieren apoyar sus posiciones sobre la Biblia. La Biblia, el texto de la Escritura, por sí misma, no soluciona el problema. (Otra cuestión es que haya gente, del exterior al cristianismo, que hayan procurado incluso la eliminación del texto como tal.)



En nuestros ratitos de conversación, ya es cotidiano que presentemos estas cosas que a casi nadie interesan, pero que son fundamentales. El Nuevo Testamento, igual que el Antiguo, fue entregado para su composición, conservación y difusión (traducción), a un pueblo lleno de apostasía y corrupción. Con esas Escrituras “dijeron” sus maestros su mentiras. 



Jerónimo, por ejemplo, y quien le manda traducir al latín la Biblia, el papa Dámaso, ¿son corruptores del cristianismo, o no? Una buena traducción, una buena herramienta, sí; pero lo que Jerónimo enseñó sobre el monacato, la virtud, la eucaristía, la santidad, el mérito, el matrimonio, la obra de Cristo, etc., son doctrinas contra la persona y obra del Redentor. ¿O no? Lo mismo pasa hoy. Nuestro Dios y Redentor nos conserva en sus manos, como ha hecho con sus Escrituras, aunque estemos en medio de todo tipo de errores y confusiones. Esa es nuestra victoria.



La semana próxima, d. v., nos vamos a otro sitio de gran confusión, para no variar. Será sólo un rato; a ver qué vemos en la Revolución Francesa.


 

 


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COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 

jorge varon
28/03/2023
21:06 h
3
 
Cuando Pablo le manda a Timoteo "... Ocúpate en la lectura ..." no le estaba señalando la muy "excelente" y fina literatura clásica, que predominaba en su época. Le está diciendo que la lectura de la palabra de Dios ( la que tenga a su alcance) le ayudará sin duda a fortalecer su fe y mantenerse fuerte en medio de la buena pero dura batalla en la que se encuentra inmerso. Gracias a Dios por el regalo de su palabra, reunida y conservada por su supremo poder y amor.
 

Alfredo
26/03/2023
15:58 h
2
 
El Señor Monjo opina que la interpretación de Jerónimo son doctrinas contra la persona y obra del Redentor. Los católicos opinamos que el Sr Monjo malinterpreta la Escritura y por ello malinterpreta también a Jerónimo.
 

Esteban
26/03/2023
11:58 h
1
 
gravísimo este artículo, fundado en odio a La Iglesia. Una sola pregunta basta para desmontar este escrito: quien es columna y baluarte de la verdad? si respondes honesta y ¨neotestamentariamente¨ habrás dado un paso importante. De lo contrario, te hundirás más y más en el odio a La Iglesia, que es la base de tu fé.
 



 
 
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