Estos cultos han recibido una gran influencia de las liturgias de los monasterios, o de los aislados, que eran considerados como los modelos más espirituales.
Estaba caminando por la Revolución Francesa, (ahí nos encontraremos) y casi se me olvida que habíamos quedado en vernos en Jerusalén, en medio de un culto, a finales del siglo IV, donde ya está todo bastante corrompido.
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Y seguimos en lo mismo. La iglesia primitiva está corrompida, y de sus corrupciones saca el papado sus dogmas. Esa es su unidad y santidad; y su poder.
Y llegamos a ese culto de la mano de una mujer, las feministas se la quitan de las manos (no es broma), una especie de monja hispanorromana, Egeria (también se escribe de otra manera).
Seguro que con buenos dineros, dispuso viajes por la cristiandad conocida, con la meta especial de tierra santa, donde más mártires habría. Tomó notas, y con ellas, esta viajera, nos da los mejores avisos de cómo andaba el cristianismo.
Si no fuera por el almanaque y la manera de hablar y vestir, se podría pensar que nuestra guía es una locutora de alguna televisión moderna, describiendo alguna liturgia de semana santa en torno al santo sepulcro actual.
La iglesia papal, por cierto, por aquello de no quedar como una más, pues la oriental es también custodia de ese lugar, y, también por no dar cancha a los judíos, se llevó la liturgia de tierra santa a su tierra santa del Vaticano, y allí hace su misa de algo en semana santa, con un via crucis y todo, que termina en un sitio (calvario, pero sin Calvario).
En eso el papado siguió la costumbre. En Sevilla, alguien se trajo las medidas para un recorrido semejante al de Jerusalén, y convirtió a un palacio, que aún existe, en la popular “casa de Pilatos” (con ese), pues ahí comenzaba el camino, y luego por otros sitios, con las paradas y caídas, hasta llegar, entonces a las afueras de la ciudad, al templete que hicieron como calvario.
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Con el tiempo quedó dentro del casco urbano, y al lado construyeron una fábrica de cervezas, muy apreciada en la ciudad (la Cruz del Campo).
Los de aquí dicen que el terreno donde el palacio se levantó, fue venta sagrada de la Inquisición. Y que, ya puestos, queda bonito decir que este recorrido es el germen de la actual semana santa. ¡Viva la Inquisición y la Santa Tradición! (Que esto lo cantaban los que se levantaron contra el invasor francés. Que ya es miseria. Como si la Inquisición y la Tradición no hubieran invadido nada nuestro. ¡Ay, España!)
Con los datos que nos dejó la buena Egeria, nos vamos a arrimar a ese culto en Jerusalén. De todos modos, conviene recordar que estos cultos han recibido una gran influencia de las liturgias de los monasterios, o de los aislados, que, al ser considerados como los modelos más espirituales, casi celestiales, inducen a las iglesias a copiar al máximo sus formas.
En esos monasterios se rezaba día y noche, se cantaban salmos, y, ya se sabe, cuanto más tiempo, mejor; que la equivalencia a todo un martirio, no se consigue con un par de padrenuestros. Los cultos en las iglesias tienden a imitarlos.
A eso debe añadirse la muy temprana corrupción que produce lo que se llama eucaristía. No tenemos apenas datos, de los que disponemos no se nos dice cómo empiezan las cosas, sino que se dan ya hechas.
Y en eso ya hecho, la eucaristía como sacrificio es muy temprana. Ello llevaba anejo la figura sacramental del obispo, y, bajo su jerarquía, los presbíteros o sacerdotes.
Lo uno dependía de lo otro, y viceversa. En un primer momento, la llamada eucaristía, esa oblación especial, se ofrecía junto con una comida en común, lo que se podría llamar santa cena. digo se “ofrecía”, o se recibía, que de todo hay.
A veces es la comunidad quien se ofrece como oblación sagrada a Dios; otras, es Cristo a quien ofrecen los sacerdotes como oblación, eso sería ya la eucaristía.
Pero todo, al principio, en forma de ágape comunitario. (Por supuesto, los niños, participaban. Cuando se distanció la eucaristía, como sacrificio separado del ágape, entonces a los niños también se los separó. Se puede decir que, de la santa cena participaban; del sacrificio de la eucaristía, no.)
Resumo lo que nos dice nuestra Egeria, que se llevó, por lo menos, tres años en Jerusalén (desde allí visitó los entornos). Nos pone cómo vio ella el culto diario en la ciudad, el dominical, y, el más especial, el de cuaresma y semana santa. (¡Cuaresma y semana santa! ¡Que ya están corrompidos!)
Es preciso anotar que Jerusalén, para finales del siglo IV, es ya un centro de peregrinación.
En solo 50 años, el modelo proliferó; pues se hacía en torno al santuario, mandado construir por Constantino, sobre el sepulcro. Todo ello con la colaboración, casi revelación, de su madre Elena, y el “descubrimiento” de la vera cruz, junto a las de los otros dos, pero alguien “vio” la verdadera.
La cruz, la tumba, la resurrección (Anástasis), son los centros terrenos de adoración y atracción de peregrinos. Ya era costumbre tradicional en el cristianismo (corrupto) buscar lugares sagrados, eso tan pagano e idolátrico.
Y no había mejor terreno que la misma Jerusalén. Los lugares altos de Israel, se multiplican en la cristiandad antigua, y luego siguió la idolatría, hasta hoy (Fátima, Lourdes...) (“... Y clamarán a los dioses a quienes queman ellos incienso, los cuales no los podrán salvar en el tiempo de su mal, porque según el número de tus ciudades fueron tus dioses, oh Judá, y según el número de tus calles, oh Jerusalén, pusiste los altares de ignominia, altares para ofrecer incienso a Baal”. Jeremías.)
El centro de la adoración era la iglesia del santo sepulcro, y la capilla de la resurrección (anástasis), con la rotonda. Culto diario. A las 3, antes del primer canto del gallo, se abren las puertas de la capilla.
Ya esperan monjes y monjas (esto es la iglesia primitiva o antigua, no se olvide). También están los laicos, que llenan el espacio. Comienzo de maitines; se cantan salmos e himnos, con oraciones ofrecidas por varios sacerdotes o diáconos.
Amanece, comienzan las laudes, con sus salmos correspondientes (¡iglesia primitiva! ¡Salid, salid!). Aparece el obispo, con su ayudante. Entra en el lugar del sepulcro; hace una oración.
Los catecúmenos están presente, se ora por ellos, luego por los bautizados. El mismo formato tiene el culto ofrecido por el obispo la sexta y la nona. La décima comienza con las candelarias; toda la rotonda se ilumina con candelas. (Se encendían con la lumbre de la que permanecía siempre encendida en el sepulcro.) Desde allí, todos, con el obispo, se van al Gólgota, donde éste, delante y detrás de la cruz, da su bendición. Ya es de noche. Se acabó el culto.
El domingo. Todavía de noche, viene la multitud. Se reúnen en torno a la iglesia. Esperan. Las puertas de la capilla están cerradas. Encienden las lámparas. Algunos sacerdotes les proporcionan liturgia.
Primer canto del gallo; todos adentro. Allí se encuentran al obispo ya sentado en su trono (así se llama). Todo se llena de incienso que sale del sepulcro (es domingo, algo especial). El obispo o su ayudante lee los pasajes de la pasión (¡que leen la Biblia! Como ahora), mostrando los sufrimientos de Cristo.
Murmullos de lamento de la multitud. En procesión van al monte de la cruz, allí el obispo da su bendición. Todos a casa, que hay que dormir, pues ya mismo tienen que volver al culto.
Amanece. Todos a la iglesia del sepulcro. Entres tres y cuatro horas de servicio. Sermones de sacerdotes, concluidos con el del obispo (que había un montón de predicación).
Por si falta algo, los monjes acompañan, cantando, al obispo a la capilla. El domingo la capilla solo se abre para los bautizados. Se terminó el culto.
Quedan, como cada día, las vísperas, con sus salmos y rezos. (El papado no inventa estas cosas, estas cosas “producen” lo que luego será el papado. Se debería pensar en estas cosas.)
Ni siquiera les resumo lo que nuestra Egeria nos dice sobre la celebración especial de cuaresma y semana santa. Lo pueden imaginar. Si un día normal, y luego cada domingo, tenía ese formato, pues en la liturgia de semana santa, todo se multiplica.
Solo apuntar que el severo ayuno cuaresmal, en oriente tenía el detalle de que no contaban los sábados y domingos, por lo que había que sumar más días.
Otro apunte, por su crueldad, quiero ponerles; era cuando el obispo sacaba la reliquia de la vera cruz. La gente creía que eso era la cruz donde crucifican al Cristo. Esto es cruel idolatría, estafa y engaño monumental. Y era lo más solemne del viernes de “pasión”.
Una curiosidad: se señala que un diácono tenía el cometido de que ningún peregrino, al besar la madera, se llevara entre los dientes una virutilla, como reliquia milagrosa. Manos fuera, solo beso. (¿Cuánto incisivos se habrán dejado los peregrinos como reliquias en esa madera?)
No lo pone nuestra Egeria, pero les pongo un resumen, de otra fuente [Cirilo, en nota de Lietzmann.], sobre cómo se hacía el bautismo en esos formatos, ya, es mi opinión, tan corrompidos.
Los candidatos, previa instrucción, extensa, del obispo, son llevados delante de la capilla bautismal. (Seguimos en Jerusalén.) Mirando al oeste, signo de oscuridad (¡oriente es la luz!), sacuden sus manos y le gritan al demonio que lo repudian, que niegan su compañía y sus obras.
Luego se vuelven hacia oriente y confiesan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y admiten “un solo bautismo para arrepentimiento”. Entonces se abre la puerta de la sala del bautisterio, y entra el grupo (no sería muy numeroso).
Se desnudan, y no sienten vergüenza, como al principio Adán. (Por otra fuente, Hipólito, sabemos que las mujeres también se desnudaban, claro está, en dependencias separadas. Si alguna tenía su costumbre, se aplazaba el bautismo para mejor ocasión.)
Ahora se les ungía con aceite consagrado (iglesia primitiva, ¡corrupción!), para limpiarlos de cualquier resto de corrupción, y protegerlos de los ataques del maligno. (¡Supersticiones!, que ya llenan el cristianismo.
De ahí sale luego el papado. Soy pesado, pero es que no se enteran.) Luego entran, uno a uno, al bautisterio propiamente, y allí se sumergen (por lo que sabemos, no tendidos) tres veces, como Cristo estuvo tres noches en la tumba, y luego salían.
El simbolismo, me parece un poco raro, pero es lo que se hacía. (Por supuesto, no siempre se podía aplicar realmente. También valía que el agua te cayera de lo alto.)
Ahora el Espíritu venia sobre el bautizado, como sobre Cristo en el Jordán (eso decían, yo no lo creo, pero hay que ponerlo así), por medio de ungirlo con aceite sagrado en la frente, nariz, orejas, y pecho.
Todo con señal de la cruz, tan efectiva contra el demonio. Terminada la unción (“cristianización”), salían de la capilla (estamos en este caso donde Jerusalén), y recibían la eucaristía de manos del obispo en la iglesia del santo sepulcro.
Así eran las cosas. Cristo y su sangre derramada, que nos limpia de todo pecado, seguramente estaría en siete mil que no habían doblado su rodilla ente este Baal. Si nuestro Dios no nos hubiera dejado resto escogido por gracia, todos como Sodoma y Gomorra.
La semana próxima, d. v., seguimos con algo que a casi nadie le interesa. Es que la Biblia, en este caso el Nuevo Testamento, lo forma, conserva, y luego traduce, una iglesia corrupta, llena de idolatría. Así son las cosas. Así fueron en Israel con el Antiguo Testamento.
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