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Monacato: corrupción de la iglesia primitiva

El monacato, con su vertiente individual o colectiva, desde su mismo nacimiento, es un modelo religioso donde la doctrina fundamental es la visión del hombre con capacidad para cooperar en su salvación.

REFORMA2 AUTOR 7/Emilio_Monjo 26 DE FEBRERO DE 2023 13:00 h
Imagen de [link]Mateus Campos Felipe[/link], Unsplash.

Como soy cortito en eso de explicar, a veces, un ejemplo puede ser útil. Sobre la “reforma” gregoriana, la del papa de las tres coronas (y porque no le cabían más, que si no...), del que conversamos hace unas semanas, y de la que comenté que incluso algunos teólogos evangélicos la ven con buenos ojos, porque suponen que era una defensa del “cristianismo” contra, pues no se sabe muy bien qué, porque el poder político también era cristiano y defensor del cristianismo, les pongo unas palabras de un teólogo y escritor muy influyente (leí todas sus obras, las analicé, incluso traduje algo suyo): “El papado creció en poder porque le dio libertad a Europa en la forma de una iglesia cuya vida era superior que la de los señores feudales. El conflicto iniciado con Hildebrando [Gregorio VII] no terminó con su muerte. Con altibajos, continúa hasta hoy”. (Rushdoony, 1986) Que un teólogo, con buena intención y doctrina, declare eso, creo que es un desastre. (Uno de sus colaboradores alardeaba de que su campeón religioso era Bernardo de Claraval. Un desastre.) No sé cómo explicarlo, pero una “cristiandad” así, no necesita que venga una ideología de género, u otra cosa, para arruinarla y derribarla, ya se apaña ella solita, le basta y sobra con sus pastores y teólogos.



 



Esta es la perspectiva que mantengo al tratar la cuestión del monacato, que considero un ejemplo bien claro de la corrupción del cristianismo. Y me refiero al cristianismo de la “iglesia primitiva”, o como lo queramos llamar; también vale “iglesia antigua”, que podemos llevar hasta finales del siglo V. La premisa es que el papado ulterior, no “fabricó” sus corrupciones (de alguna sí tiene el derecho de autor), sino que las tomó de la iglesia antigua, y luego, eso sí, las asumió como dogmas. Cuando se dice: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados... (Ap. 18:4)”, que algunos (ya casi nadie) aplicaron a la iglesia papal, lo que yo mantengo aquí es que eso no puede ocurrir si antes no se sale de la iglesia antigua, con sus corrupciones. Me parece que esa fue la perspectiva errónea, y con resultados muy dañinos, de la evolución de la Reforma, hasta hoy: pensar que se podía salir del papado, quedándose en la iglesia antigua, con sus padres y corrupciones. A “esa” iglesia primitiva, no hay que volver, sino escapar de ella.



 



El monacato, con su vertiente individual o colectiva, desde su mismo nacimiento, es un modelo religioso donde la doctrina fundamental es la visión del hombre con capacidad para cooperar en su salvación, y arreglar, progresando, su santidad. Para que eso se admita y admire, ha sido necesario que se construya, poco a poco, todo el edificio que, en palabras de un buen historiador (MacCulloch), “tendrá que rechazar Agustín con su doctrina de la sola gracia”. (Otro día lo tratamos, pero, en mi opinión, la figura de Agustín, bien mirada, o sin tener por dónde mirarla, que de todo incluye, junto con la Reforma en sus inicios, supone un momento de frescor y renovación, de reforma de la buena, con los que nuestro Dios visita a su pueblo. Ya está al caer otro de esos momentos; pero no caerá sin que caigan los templos y palacios que expulsan al Cristo. Cuando esto ocurra, nosotros, muy contentos.)



 



Creemos en la salvación por la fe. Bien. Y estamos en contra del catolicismo que cree en la salvación por obras. Discurso común, pero, muy, muy confuso. Si yo creo, con mi amigo Pablo, Pedro, y otros, en la salvación sólo por la obra del Redentor, tengo que estar en contra, no del papado, eso luego, sino de Ireneo (-202), Tertuliano (-220) y Orígenes (-253), por poner alguno. Estos autores “arreglaron” el cristianismo para que no fuese percibido como una doctrina sólo apta para analfabetos, chiquillos, y esclavas (el primer “crucifijo” es un grafito del siglo II donde se pone a Cristo con cabeza de burro, y un zagal adorando). La altura y capacidad del ser humano, que propone en formas diversas la filosofía griega o romana, es perfectamente compatible con el cristianismo. ¿Dónde se va a encontrar más a gusto Platón? Nada de una cruz que sea escándalo, que ya se sabe, aquél Pablo no solo era misógino, sino un poco tarado intelectual; presentan una cruz de la la dignidad y valores humanos. Nada de la cruz sucia y despreciable del Calvario, que ese Cristo no le viene muy bien a la dignidad humana; si acaso, sus discursos humanistas, que con un poco de edición, pueden incorporarse a los escritos de los mejores filósofos griegos o latinos.



 



Estos autores de la iglesia antigua llevan a cabo una defensa del cristianismo, presentándolo como algo connatural a la cultura del imperio, en oriente o el latino, ¿Por qué perseguir a los cristianos, si realmente suponen una argamasa que puede serle de gran utilidad al imperio? ¿Dónde encontrar mejor doctrina del valor y el mérito humano? Si los pensadores paganos procuran, con diversos caminos, acercar a los hombres a sus dioses (divinizarlos), en el cristianismo es donde eso se ha logrado con creces, y se ofrece a todos. Ireneo propone, con su gran conocimiento de la Biblia (lo tenían todos los padres antiguos), que Dios ha descendido al hombre por su Espíritu, y luego, por su encarnación, “eleva” al hombre hasta él. La lucha de siglos, ahora se termina triunfal en el cristianismo. La cruz, para que la acepten, la han revestido de la “dignidad” de la cultura griega. Con ella el hombre activa todos sus poderes y virtudes naturales, y alcanza el mayor grado de mérito. La salvación, con su santificación, por medio del mérito humano, no es del papado (es un copión), sino de Tertuliano (y otros padres antiguos). Él introduce en el pensamiento teológico cristiano la doctrina de la satisfacción por el pecado. Con el bautismo se te perdonan todos los pecados (para eso vale la obra de Cristo), y recibes el Espíritu Santo, luego te tienes que conservar puro, por supuesto, por tus fuerzas (con alguna ayuda espiritual). Si pecas, ya tienes una deuda contraída, y tienes que satisfacerla. Ahí aparece la idea del mérito. La salvación, en todo caso, es una cooperación entre el pecador y Dios, cada uno aportando sus obras. Ya tiene mérito que, después del bautismo, cumplas los preceptos o mandamientos de la ley, pero lo más de lo más, es que alcances a cumplir los consejos evangélicos. (Esto, que es la esencia del papado, es doctrina de Tertuliano.) También es burrada suya (luego asumida por otros), que el mérito del pecador convierte a Dios en deudor de ese pecador, pues un juez justo no deja de retribuir lo que corresponde (cuidado con los premios y las coronas). La sangre de los mártires, de su famosa frase, es semen de la iglesia, precisamente porque es el mérito mayor; de ahí, al cielo, divinizado de golpe. Incluso si no estabas bautizado, ese bautismo de fuego te valía mejor, pues tu sangre es materia pura, mientras que el agua es símbolo. Además, esa sangre es intercesora con Dios. Un desastre.



 



Orígenes, del que pongo una nota (estos padres, por supuesto, tienen muchos matices, que aquí ni se tocan), propone a Cristo, para “dignificarlo” en el mundo pagano de la cultura, como “modelo” (cuidado con esas enseñanzas) de vida virtuosa, especialmente por su capacidad de resistencia y sufrimiento. El monacato está muy influido por esta enseñanza. Cristo no ha vencido por ti de una vez para siempre, sino que es un modelo de lucha para que tú venzas. Tanto en el monacato individual, de Antonio y los monjes eremitas de Egipto o Siria, o el comunitario del cenobio o laura de cuevas, con Pacomio. Igual que antes la sangre de los mártires fue semen de la iglesia, ahora la lucha y victoria de los monjes ha venido a ocupar su lugar. Si la sangre era intercesora y meritoria, ahora lo es la vida, luego reliquias, de los monjes y sus lugares santos donde lucharon y vencieron. A la corrupción y supersticiones montadas sobre los mártires, ahora se añade las propias de los monjes.



 



Los enemigos del cristianismo derramaban la sangre de los mártires (tendremos un encuentro con eso), pero ahora son los nuevos “mártires” los que luchan con los enemigos, y los vencen. El monje es un mártir invertido. Esta lucha está sometida a sus propias reglas de la guerra santa. Es una pelea individual, donde prima el libre albedrío del campeón. La experiencia de algunos (Evagrio o Juan Casiano, por ejemplo), produce textos que se convierten en “manuales”. En ellos se describe la lucha individual, y las diversas formas del pecado que los demonios procuran. No es extraño que aquí ya tengamos listas de pecados y virtudes. Nada de la cruz redentora de Cristo, pero sí mucho via crucis. Ya he comentado, que el papado está formándose. El triunfo de los gálatas que corrompen la fe, contra Pablo y su evangelio. Por supuesto, los corruptores creían, y presumían de ello, en la Biblia, en su inspiración, en el pecado, en el infierno, en la Trinidad, etc.



 



Dos notas nos van a servir, para terminar. Una es con Atanasio (-373), (llevo hablando de esto hace años, y este ejemplo lo pongo siempre) el gran campeón de la ortodoxia trinitaria contra Arrio. Su defensa de la divinidad de Cristo es conocida. Se conoce menos, que su idea de la salvación era igual que la de Arrio. Por méritos, y especialmente, reflejada en el modelo monacal. En eso, tan amigos. Tan inútil por ella misma era la cruz del Redentor para uno como para el otro. El problema aparecía cuando la elevación, la divinización, del pecador que consigue integrarse en Cristo (siempre, recordemos, por su valía propia), con Arrio se quedaba un escalón más bajo que la propia Divinidad. Con el Jesús de Atanasio, se llega a lo sumo, porque Cristo es Dios de Dios. Luchan por definir a la persona de Cristo, pero en lo que atañe a su redención, están de acuerdo, con otros muchos, es una obra ineficaz sin la cooperación del pecador. Ya está formándose el papado. (También está estudiado, que con el modelo de Arrio, el emperador salía por una puerta, y con el de Atanasio, por otra; el tema se convirtió en asunto de política. Pero de la redención realizada una vez para siempre, y por voluntad y gracia soberana de Dios, de eso nada.) Que Atanasio escribiese la biografía de Antonio el eremita de Egipto (igual que después hizo Gregorio con Benito de Nursia, pura leyenda dorada), demuestra su reconocimiento del modelo monacal como expresión suprema de la vida cristiana. Pues con ella también demuestra que está corrompiendo la cristiandad. Puede parecer chocante, pero es así: el defensor de la divinidad de Cristo, es, al mismo, tiempo el corruptor del cristianismo, falsificando la obra del Redentor. Salid de ella, pueblo mío, y no participéis de sus corrupciones.



 



Otra nota (que la uso bastante) tiene que ver con Simeón el estilita. Cuando se concede al monacato ser la mejor expresión de la vida cristiana; una vida que “llega” a Dios, y se sumerge en su comunión, no estará de más que veamos a ese personaje que se “elevó” hasta Dios (y no es broma), subido, por más de treinta años, en una columna. Los eremitas solían apartarse de la sociedad, unas veces metidos en cuevas, en el puro anonimato. Eso era parte fundamental de su lucha. Pero éste, solitario también, se puso en medio, y bien a la vista. Allí subido, pedazo de púlpito, peleó contra el demonio y lo venció, allí hizo su obra, allí obró, ante la mirada asombrada de los visitantes (no sabemos si algún peregrino se llevó alguna reliquia suya cuando estaba subido, que hay gente muy rara; sí conocemos que de su columna queda sólo un pedazo, porque se llevaron el resto como reliquias santas). Teodoreto de Ciro, obispo complicado, a quien complicaron, escribió su biografía, junto con la de otros monjes sirios, en un intento de ponerlos al mismo nivel de elevación espiritual con sus colegas de Egipto o Palestina. Otro caso de un personaje que está involucrado, con mucho conocimiento, en los debates teológicos trinitarios, y que, sin embargo, demuestra qué modelo de salvación por méritos propone, cuando presenta a estos campeones de la fe como el mejor ejemplo de la misma. (En sus escritos mostrando a los nuevos mártires, usa un argumentario muy potente; pocas veces los llama monjes o eremitas, en su lugar emplea calificativos propios de los juegos deportivos. Sus monjes son atletas, a los que todos deben tributar el laurel de la victoria. De todos ellos, Simeón, al que conoció personalmente, sería el más completo y admirado.)



 



Que el monacato tuvo un dasarrollo extenso y multiforme, nadie lo duda. Que fueron creadores de maneras de pensar y vivir, pues también. Que al principio muchos eran analfabetos cerrados, pero que luego tienen su sus filas a gente del máximo nivel cultural. Que, y eso es el gran misterio, ostentaron poder y riquezas extraordinarios, con sus votos de pobreza, ahí están sus diferentes religiones con sus grandiosos edificios, pues los que empezaron en cuevas, menudas cuevazas se construyeron luego (Monte Cassino, Simopetra, Yorkshire, Sénanque, Durham, La Grande Chartreuse...). Durante siglos, la cristianización de Europa es tarea suya. Con el paso del tiempo, se funden con el papado, donde ya no se sabe dónde empiezo uno y termina otro. (Las críticas al papado, previo, y en la Reforma, tendrá al monacato como objeto principal. Wycliffe, Erasmo...)



 



No sigo, que van a poner en algún monasterio leer esto como penitencia meritoria. Nos vemos la próxima semana, d. v., no muy lejos, en las persecuciones con sus mártires. Igual que con el monacato. Fuente de corrupción, y soporte para el papado.


 

 


4
COMENTARIOS

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Alfredo
26/02/2023
15:06 h
4
 
Sr Monjo,el catolicismo no confunde nuestras obras con las obras de la gracia que son un don. ¿La fe sin amor salva? Lea 1 Cor.13:2.
 

Alfredo
26/02/2023
15:03 h
3
 
¿Sabe Sr Monjo que la salvación por obras es, según la Iglesia Católica, herejía pelagiana?¿y que salvación por fé más obras es herejía semi-pelagiana? Fé sin amor no es nada (1Cor.13:2). El "mérito" es no resistirse al amor de Dios. La ilusión del conocimiento es muy peligrosa, sr Monjo.
 

Esteban
26/02/2023
13:00 h
2
 
Pues claro que es cooperación, pero con auxilio de la Gracia. Claro, eso tú (autor), lo olvidas muy convenientemente. Como se llamaba esa falacia que consiste en desvirtuar a quien cuestionas... ?
 

Juan
26/02/2023
10:23 h
1
 
¿Y si la sola fe no fuese lo correcto? ¿O bien, por qué no considerar que la aceptación por fe conlleva también la necesaria participación meritoria? Es evidente que el pensamiento monacal en la Iglesia primitiva iba por los derroteros de que la salvación se alcanzaba no solo desde la aceptación por fe sino también incluido la meritocracia del creyente. Así San Efrén: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación». Ello no es posible si no te esfuerzas.
 



 
 
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