Un estudio de Mateo 14:22-34; Marcos 6:45-52; Juan 6:16-20.
Cuando estudiamos un milagro, muchas veces nos damos cuenta de que aunque hay un elemento sin duda extraordinario, muy a menudo hay varios elementos que también son inexplicables desde el punto de vista humano.
En este caso los fenómenos milagrosos son:
Un viento muy fuerte e inesperado que sin duda es parte del plan perfecto de Dios.
El hecho de que Jesucristo los puede ver a una gran distancia en medio de la noche.
El hecho de que Jesucristo camina sobre el mar.
El hecho de que Pedro camina sobre el mar.
El hecho de que Jesucristo parado sobre el mar puede sostener el peso de Pedro.
La inmediata calma del viento.
La barca llegando inmediatamente a su destino.
Habiendo acabado con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el Evangelio de Mateo nos dice que enseguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud.
Sin duda que luego de un mensaje extenso muchas veces el predicador está cansado, y al final, cuando despide a la congregación, no le es fácil debido a la fatiga mental después de un largo día de trabajo. Pero no era así para el Señor Jesús.
Él personalmente va a despedir a la multitud. Él no deja esta función para un asistente. Seguramente que, al despedirlos, se le acercan de nuevo gran cantidad de personas que le ruegan que ore por ellos y que los aconseja sobre qué hacer con ciertas dificultades de la vida.
En Mateo 14:23 leemos: “Una vez despedida la gente, subió al monte para orar a solas; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”. Después de un día de mucho trajinar en que sin duda muchos llegaron para presentarle sus dificultades y problemas, él va al monte a orar a su Padre.
No va a descansar sino que va a orar. Observen las pala-bras: “subió al monte para orar a solas, y cuando llegó la noche, estaba allí solo”. ¿Será posible que esté orando por esos discípulos que están navegando y que pronto van a tener una prueba grande?
Mateo 14:24 nos dice: “La barca ya quedaba a gran distancia de la tierra, azotada por las olas, porque el viento era contrario”. Marcos 6:48 dice: “Viendo que ellos se fatigaban remando, porque el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche, él fue a ellos caminando sobre el mar, y quería pasarlos de largo”.
¿Cómo es posible que él los pueda ver en medio del lago que está a varios kilómetros de la ribera en la oscuridad de la medianoche? El mar de Galilea mide en ciertas partes más de 13 kilómetros de ancho.
Sin duda que aquí hay un elemento sobrenatural. No solamente por verlos en la oscuridad y a la distancia, sino al observar que están remando con gran fatiga, es decir, que no solamente no habían progresado sino que se estaban cansando y las olas arremetían con furia sobre la embarcación.
Quizás un joven en el día de hoy nos diría que esto es muy sencillo. Jesucristo está usando un telescopio con lentes de visión nocturna. Pero nosotros creemos que aquel que está de rodillas en la cumbre del monte, no ve solamente las siluetas de los hombres sino que claramente ve la fatiga en sus rostros y que van cediendo en sus esfuerzos.
¡Qué consuelo es para nuestro corazón el saber que cuando nosotros andamos en medio de las dificultades, Él lo sabe, lo conoce todo, y podemos reconfortarnos en las palabras de 1 Pedro 5:7: “Echad sobre él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de vosotros”.
Mateo 14:24 nos dice: “La barca ya quedaba a gran distancia de la tierra, azotada por las olas, porque el viento era contrario”. Aquí vemos tres detalles importantes: La barca estaba a gran distancia de la tierra; ahora ya no había posibilidad de volver fácilmente a la ribera; estaban en una situación en que realmente no tenían más posibilidades que soportar la situación.
¡Cuántas veces en nuestra vida nos encontramos en la misma situación! No podemos ir “ni para atrás ni para adelante”. Recordemos que era una barca; no era un gran barco ni un transatlántico. Era una pequeña nave de pescadores.
Pero esto no era todo, estaba azotada por las olas; es decir, las olas arremetían contra la barca. Cualquiera que haya navegado sabe que cuando esto sucede, el peligro de que una ola voltee la embarcación es una realidad.
Las olas no la acariciaban sino que la azotaban. Es de interés que el término que se usa aquí es basanizo, un término que cada vez que se emplea en el Nuevo Testamento da la sensación de un tormento.
Por ejemplo, en Marcos 5:7 el endemoniado gadareno dice: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.
En Mateo 14:25 leemos: “Y a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos caminando sobre el mar”. Los judíos dividían la noche en tres vigilias. Los romanos la dividían en cuatro vigilias. La cuarta vigilia sería entre las tres y las seis de la mañana.
Es de notar que esta es una hora muy especial desde el punto de vista médico, dado que es en este tiempo que tenemos el mínimo de las hormonas suprarrenales. Es a esa hora cuando se produce la mayoría de fallecimientos debido a enfermedades crónicas, y cualquiera que haya tenido que ir a trabajar de improviso en tal horario nos dirá que es una de las partes más difíciles del día.
Observen que dice: “Jesús fue a ellos caminando sobre el mar”. Él pudo haberse quedado en el monte orando por los discípulos para que no les pasara nada y llegaran bien a la orilla, pero en su infinita gracia y misericordia decide ir donde están los suyos.
Notemos también que Jesucristo no camina sobre las aguas para exhibirse como en un espectáculo teatral o de circo. Si fuera así lo hubiera hecho durante el día en presencia de la multitud.
Me parece que hay varias razones para esto: la primera razón es que él los vio en una situación de gran necesidad. Ellos estaban en medio de la tormenta, estaban muy cansados de remar contra la corriente dado que el viento les era contrario.
Recordemos que no todos los discípulos eran pescadores, y los que eran hombres de “tierra adentro” hacía rato que deseaban poder volver a la orilla y estar sobre tierra firme. De igual modo sabemos que en las tormentas y dificultades de nuestra vida el Señor Jesús está dispuesto a venir a socorrernos. Muchas veces los salmos de David expresan esta verdad.
Por ejemplo, el Salmo 34:15 dice. “Los ojos de Jehovah están sobre los justos; sus oídos están atentos a su clamor”. En el versículo 19 dice: “Muchos son los males del justo, pero de todos ellos lo librará Jehovah”.
En segundo lugar, caminar sobre el mar era el camino más corto para llegar a donde estaban sus discípulos. El mismo Salmo nos dice en los versículos 17, 18: “Clamaron los justos, y Jehovah los oyó; los libró de todas sus angustias. Cercano está Jehovah a los quebrantados de corazón; él salvará a los contritos de espíritu”.
En tercer lugar, nos dice el Evangelio que quería precederlos o adelantárseles, o sea ir delante de ellos. No solamente el Señor quería llegar adonde estaban sus discípulos sino quería ir delante de la embarcación para guiarlos y “abrir camino” en medio de las olas.
Pero una de las cosas en las que tenemos que insistir es que la razón por la cual Jesús camina sobre el mar es para poder estar físicamente presente con los discípulos. Es decir, él pudo haber utilizado algo sobrenatural como enviarles un ángel para decirles que no se preocuparan, que todo iba a estar bien, pero no lo hace así sino que quiere estar con ellos, precederlos y guiarlos.
Alguien se preguntará: “¿cómo es posible que un hombre pueda caminar sobre las olas del mar sin hundirse?”. Y la respuesta la tenemos en el libro de Job 9:8-10 donde leemos: “Por sí solo extiende los cielos y camina sobre las ondas del mar. Él hizo la Osa Mayor, el Orión, las Pléyades y las constelaciones del sur. Él hace cosas tan grandes que son inescrutables, y maravillas que no se pueden enumerar”.
El andar sobre las olas muestra una vez más que Jesucristo es Dios y que por lo tanto él no está sujeto a las leyes de la naturaleza. Como Creador, él mismo da esas leyes. Marcos 6:49 nos dice: “Pero cuando ellos vieron que él cami-naba sobre el mar, pensaron que era un fantasma y clamaron a gritos”.
Me pregunto: “¿Cómo es posible que todos estuvieran de acuerdo en que era un fantasma si ninguno de ellos había visto jamás un fantasma?”. Supongo que alguno empezó a ver algo sobre las olas: “¿Qué es eso?”. Y otro respondió: “¡Parece que es un fantasma!”. “¡Sí, es un fantasma!”, confirmó otro; y así uno por uno se convencieron de que eso que veían era algo que nunca antes habían visto.
¡Qué triste cuando en nuestra vida muy a menudo no reconocemos la persona del Señor Jesús! Los discípulos pensaron que era algo sobrenatural, algo mágico, algo que no era real. Y muchos en el día de hoy piensan que Jesucristo es “un fantasma”; que él es el que no es.
La Biblia nos enseña que él es el eterno Hijo de Dios. No es otro filósofo más de los muchos que caminaron sobre la tierra. Aunque enseñó como ningún otro antes ni después de él, es más que un maestro.
Jesucristo no es un ser como nosotros que fuimos creados en el momento en que fuimos engendrados. Él estaba con su Padre Dios todopoderoso desde la eternidad infinita antes de venir a nacer en este mundo.
El problema originado, cuando interpretamos erróneamente la per-sona del Señor Jesús, es que se producen ciertas reacciones naturales. Un fantasma es algo que engendra miedo al ser humano. Jesucristo nunca quiso asustarnos.
Por el contrario él dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). El Señor Jesús se acerca a ellos en el momento de la dificultad y ellos no lo reconocen. Están confundidos y tienen miedo.
El susto es tal que ellos gritan de pavor. Esta palabra “gritaron” es el mismo término que se emplea en Mateo 8:29 hablando del endemoniado gadareno, y da una sensación de crisis: “Y he aquí, ellos lanza-ron gritos diciendo: ‘¿Qué tienes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?’” (ver también Mat. 9:27).
La palabra “miedo” en griego es phobos de donde nosotros usamos palabras tales como claustrofobia o hidrofobia. Yo creo que hay dos clases de miedo: el positivo o bueno y el negativo o malo.
Le llamo miedo malo a aquel que nos paraliza, que hace que no hagamos lo que debemos hacer por el temor a que las cosas no marchen bien. Ese es el miedo negativo que paraliza.
Pero tenemos también el miedo bueno o positivo. Es el temor que tratamos de inculcarles a nuestros hijos de no tocar algo caliente para que no se quemen. Hay algo que en las Escrituras es llamado el temor reverencial.
Por eso en Proverbios 9:10 leemos: “El comienzo de la sabiduría es el temor de Jehovah, y el conocimiento del Santísimo es la inteli-gencia”. Es el sentimiento de tener reverencia a Dios al darnos cuenta de lo infinito de su grandeza y lo impenetrable de su santidad. Mucho se ha perdido en el presente de la reverencia a las cosas divinas.
“¡No temáis!” (Mat. 14:27). En el Salmo 27:1 leemos: “Jehovah es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehovah es la fortaleza de mi vida; ¿de quién me he de atemorizar?”.
A esta meditación la podíamos haber llamado muy bien “Las cuatro caras de Pedro”. El aspecto del rostro de Pedro va a cambiar en forma sucesiva mientras tratamos de meditar en las palabras que siguen.
En el versículo 28 del capítulo 14 de Mateo leemos: “Entonces le respondió Pedro y dijo: ‘Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas’”. Aquí vemos a nuestro amigo Pedro con toda su sencillez y al mismo tiempo con osadía. Es que sin duda Pedro había visto muchas veces ciertas aves reposar sobre las olas y subir y bajar con toda tranquilidad.
Habrá pensado: “¡cómo me gustaría a mí poder hacer eso!”. El Señor Jesús le da el permiso y el versículo 29 nos dice: “Y él dijo: ‘Ven’. Pedro des-cendió de la barca y caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús”.
Una vez más notamos que Pedro es un hombre de valor y que puede hacer cosas que quizás algunos de los otros no se animan a hacer. En nuestra mente concebimos el rostro de Pedro mostrando una mezcla de emociones. Es que él sin duda tiene miedo, pero está entusiasmado por la perspectiva de caminar sobre el agua.
Y cuando da los primeros pasos y ve que puede hacerlo, se pinta en su rostro la satisfacción como respondiendo con su arrojada actitud a los discípulos que dirían o pensarían: “¡Yo no lo haría! ¡Es una locura!”. Pero Pedro también tiene el orgullo de aquel que puede hacer algo que los demás no pueden o no se animan a hacer. “¡Miren, miren bien que yo puedo caminar sobre el agua!”.
Ahora, los discípulos en la barca dicen: “¡Miren lo que está haciendo Pedro, es increíble! ¡Qué valor!”. “¡Qué proeza!”, exclama otro. Yo comparo a Pedro con un niño que está aprendiendo a caminar. Se ha levantado, da unos pocos pasos, se tambalea para todos lados, mira a su madre con orgullo y pocos segundos después está sentado de golpe en el suelo.
¡Qué espectáculo! Pedro está avanzando mirando a Jesús. Y sin duda Jesucristo lo mira y lo recompensa con una gran sonrisa, porque ese discípulo ha tenido la fe de hacer lo que la mayoría de nosotros no nos animaríamos a hacer.
Pero el relato bíblico nos dice en el versículo 30: “Pero al ver el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó, diciendo: ‘¡Señor, sálvame!’”.
Ahora tenemos la segunda cara de Pedro que se caracteriza por miedo y pánico.
Observemos en primer lugar la mirada equivocada. Es la mirada que se dirige al peligro. La mirada hacia la dificultad aparta nuestros ojos del bendito Señor Jesús. Por eso las Escrituras nos dicen en Hebreos 12:2, 3: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.
Considerad, pues, al que soportó tanta hostilidad de pecadores contra sí mismo, para que no de-caiga vuestro ánimo ni desmayéis”. En Hebreos 11:27, hablando de Moisés, nos dice: “Por la fe abandonó Egipto, sin temer la ira del rey, porque se mantuvo como quien ve al Invisible”.
A menudo en nuestra vida miramos al viento fuerte. Es que el viento intenso hace mucho ruido y puede hacer mucho daño. Oremos para que el Señor nos ayude y en los momentos de dificultad no apartemos nuestros ojos de aquel que está sentado en el trono.
Cuando leemos en Hechos 7:55 acerca de Esteban, vemos que él está en una situación crítica. Va a ser apedreado hasta la muerte. La Biblia nos dice: “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo y puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios”.
Volviendo a Pedro, ahora su cara ha cambiado. La sonrisa de orgullo se ha transformado en una boca que clama: “¡Señor, sálvame!”. El entusiasmo de sus ojos ha desaparecido y vemos el miedo que está en su corazón. Si pudiéramos ver su rostro en la noche obscura veríamos que el terror lo ha empalidecido.
Pedro tuvo miedo; sin duda que estaba aterrorizado. La Escritura nos dice: “…y comenzó a hundirse”. ¡Qué susto para Pedro! No sabemos si el agua le llegó a la rodilla o a la cintura pero se empezó a hundir. Pero ¡alabado sea el Señor por su fidelidad!, no se hundió del todo.
Dios muchas veces nos permite estar en situaciones en que parece que nos estamos hundiendo. Uno de los versículos de las Escrituras que me ha ayudado mucho es 1 Corintios 10:13: “…pero fiel es Dios, quien no os dejará ser tentados más de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación dará la salida, para que la podáis resistir”.
Esta palabra“tentados” se puede también traducir “probados”. Y Dios sabe exacta-mente cuánto podemos aguantar. Él no nos dejará soportar ni un kilo, ni un gramo más de peso que el que podemos resistir.
Si vamos a comprar un hilo de nailon para pescar, ha sido estudiado exactamente cuánto pue-de resistir sin romperse. ¡Alabado sea Dios! Él sabe exactamente cuánto podemos resistir (ver también Sal. 69:1, 2; 124:4, 7).
Miremos ahora la tercera cara de Pedro. En Mateo 15:30 leemos: “¡Señor, sálvame!”. Sin duda que Pedro sabía que el Señor Jesús tiene poder para sacarnos de las situaciones desesperantes. Él no dijo: ¡Jesús, sálvame!, sino que reconoce su dignidad y lo llama Señor. En el Salmo 34:7 leemos: “El ángel de Jehovah acampa en derredor de los que le temen, y los libra”; y este ángel nunca ha sido derrotado en una batalla ni ha perdido a quien tiene que guardar.
Mateo 14:31: “De inmediato Jesús extendió la mano, le sostuvo y le dijo: ‘¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?’”. ¡Qué escena tan indecible! Jesús de Nazaret, que está parado sobre el mar, extiende su mano rápidamente y levanta al que se está hundiendo.
El viento tempestuoso ruge con todo su poder. Las olas suben y rompen con fuerza contra la embarcación. Algún discípulo exclama con horror: “¡Pobrecito, se va a ahogar!”, y en medio de todo ese caos el Hijo de Dios está allí con toda calma, parado sobre el mar, y con su brazo potente sostiene a un hombre que acaba de rescatar de las aguas.
Y aquí tenemos la tercera cara de Pedro que es muy difícil de describir. Es un rostro que tiene una expresión conmovedora; tiene la muestra del terror de aquel que está a punto de morir ahogado y tiene a su vez la mirada de agradecimiento de quien sabe que ha sido rescatado. Las Escrituras no nos dan detalle de cómo hizo Pedro para subir de nuevo al barco.
¡Qué imagen extraordinaria, simbólica del Señor Jesucristo el Salvador de los pecadores! Él es aquel que en el día de hoy está salvando con su mano poderosa a los que claman a él.
Observen que la Palabra dice: “de inmediato”, es decir, al instante Jesús le tomó a él. No lo dejó hasta que se quedara sin fuerzas y medio ahogado como hacen los salvavidas profesionales, sino que de inmediato le tomó a él.
Ahora, el Señor Jesús le hace a Pedro una pregunta escudriñadora que por supuesto se aplica también para los discípulos en la barca y para nosotros también: “¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.
Me pregunto a mí mismo cuántas veces el Señor Jesucristo me habrá hecho esta pregunta. ¿Por qué dudaste? Yo creo que el Señor le está diciendo a Pedro que no era necesario dudar: “Yo no te puse en esta situación para que fracasaras; era posible hacerlo pero tenías que ejercitar tu fe”.
El rostro que hace unos segundos estaba emblanquecido por la palidez del miedo ahora se torna rojizo por la vergüenza que todos tenemos cuando alguien nos dice algo que sabemos que no hicimos bien. Para mí, este concepto es extraordinario; que el Señor pueda hacer que no seamos derrotados.
Por eso el apóstol Pablo dice en Romanos 8:37: “Más bien, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. Pero consideremos el significado de las palabras: “hombre de poca fe”.
En el griego es una palabra única de la misma manera que nosotros usamos en nuestro idioma el diminutivo para mostrar que el tamaño es menor. Así decimos un pancito cuando el pan es pequeño, o un arbolito indicando que el árbol es de poca altura. Cinco veces se usa en el Nuevo Testamento esta palabra (Mat. 6:28-30; ver también Mat. 8:23-26; 16:6-8).
Hemos visto hasta ahora tres de las caras de Pedro. Ahora nos toca ver la cuarta cara del Apóstol. Mateo 15:32, 33 nos dice: “Cuando ellos subieron a la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca le adoraron diciendo: ‘¡Verdaderamente eres Hijo de Dios!’”.
El relato nos dice que “ellos subieron a la barca”; y yo le he preguntado a muchas personas quién subió primero, y todos están de acuerdo en que Pedro subió primero, no por cortesía sino por el deseo de estar cuanto antes en lugar seguro.
Ahora Pedro está de regreso en la barca con el Señor y los otros discípulos. En el momento que pisan la embarcación el viento se calma y todo se tranquiliza. Las olas pierden su energía furiosa y el mar de Galilea se transforma en algo calmado y hermoso.
Pero notemos las palabras del Evangelio: “Entonces los que estaban en la barca le adoraron…” (v. 33). El rostro de Pedro ahora ha cambiado. Probablemente, los discípulos muestran en la posición del cuerpo su actitud de espíritu.
No sabemos si Pedro se arrodilla pero no nos cabe duda de que su corazón está puesto espiritualmente de rodillas y que de su espíritu surge la alabanza y gra-titud a ese Salvador que ha sido tan real para él. El rostro cambiado de Pedro ahora es el rostro del adorador. El miedo ha desaparecido, y hay un aspecto distinto en su cara.
En las palabras de 2 Corintios 3:18: “Por tanto, todos nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
Hemos visto pasar la cara del apóstol por estas cuatro fases. La primera, la del orgullo por hacer algo que los otros no se animaban a hacer. La segunda, la del pánico cuando se da cuenta de que se está hundiendo.
La tercera, la del agradecimiento cuando el Señor extiende su mano y lo sostiene. Y la cuarta, la de la adoración. ¡Cuántas veces en la vida de cada uno de nosotros nos damos cuenta de que hemos puesto esas cuatro caras!
Nos podemos preguntar: “¿Por qué lo adoraron?”. Creo que lo hicieron porque se dieron cuenta de que era el Hijo de Dios. Ningún israelita adoraría a otro ser humano. Pero han visto en su habilidad de caminar sobre el mar y calmar el viento que él es Dios, y han visto que al sostener al discípulo en peligro, son una realidad las palabras del Salmo 46:1-3: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por eso no temeremos aunque la tierra tiemble, aunque los montes se derrumben en el corazón del mar, aunque sus aguas rujan y echen espuma, y se estremezcan los montes por su braveza”.
El Evangelio de Juan en el capítulo 6:21 nos da un detalle impor-tante: “Entonces ellos quisieron recibirle en la barca, y de inmediato la barca llegó a la tierra a donde iban”. Habiendo sufrido la prueba, el Señor Jesús los lleva enseguida al lugar a donde se dirigían.
Yo me imagino la barca yendo a toda velocidad como si estuviera tirada por un motor de quinientos caballos de fuerza. Pero no era la fuerza humana, ni la fuerza de un motor la que lo impulsaba sino el poder de Dios.
Mateo 14:34 nos dice: “Cuando cruzaron a la otra orilla, llegaron a la tierra de Genesaret”. Si alguien les hubiera preguntado: “¿Cómo les fue en la travesía? Nosotros desde aquí vimos que había una tormenta muy grande en el mar, el viento era terrible”. Creo que Pedro les podría haber dicho como diríamos nosotros: “¿Se la hago corta o quiere la historia con todos los detalles?”.
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Tomado del libro: Un médico examina los Milagros de Jesús. Publicado por Casa Bautista de Publicaciones Editorial Mundo Hispano. Autor: Dr. Roberto Estévez .
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