Los valores que ahora llaman judeocristianos, eran los que correspondían al derecho romano, la ley de la Roma imperial, y las leyes del Templo judío, que luego se unirán en el papado.
Calvino, que usó ampliamente a los autores de la iglesia antigua, explica el texto sobre el verdadero fundamento y lo que sobre él se edifica (1 Co. 3:11-15), diciendo que Pablo indica que algunos, aunque piensan en el único fundamento, sin embargo, por debilidad de la carne o por ignorancia, se ponen fuera de la estricta pureza de la palabra de Dios. “Tales fueron Cipriano, Ambrosio, Agustín y otros semejantes. Añade, si quieres, algunos más recientes, como Gregorio o Bernardo … Ellos mismos podrán ser salvos, pero con esta condición: que el Señor los saque de su ignorancia y los purifique de sus impurezas”.
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Esta es la razón de mi rato de conversación con ustedes. Reconocer que los valores que ahora llaman judeocristianos, eran los que correspondían al derecho romano, la ley de la Roma imperial, y las leyes del Templo judío, que luego se unirán en el papado (eso no lo digo yo, lo expuso el muy, a su manera, papista Carl Schmitt, del que el pasado año se cumplieron 100 de su “Teología Política”). La cruz del Calvario, con el Redentor sucio y despreciado, muerto, que siempre es locura o tropiezo, no pertenece a ninguno. Y si la quieren hacer suya, lo harán, como escoria sobre el único fundamento, aunque esa rebelión de hojarasca, la cubran de oro y plata. Eso se quemará, aún en el mejor de los casos, dejando algunos salvos. Nosotros nos quedamos desde ya en el fundamento, que luego el resto se queme, y ayudaremos en lo posible.
Con uno nos vamos de tiempo, así que, aunque lo propuse la pasada semana, hoy estamos con un Gregorio, el magno. Para la próxima, d. v., nos encontraremos con el de los dictatus. Además, antes de meterme con ese Gregorio, les meto a ustedes en una reunión, conservadora, de gente que defiende la inspiración total de la Biblia, que cree en los milagros, que defienden la Trinidad, y que están proponiendo la naturaleza adecuada de la predicación, y lo hacen con el referente de un líder modélico, al que presentan de ejemplo a seguir. Ese modelo (voy a entrecomillar lo que allí dijeron) “jamás se muestra preocupado por trazar una doctrina como 'suya', una originalidad propia. Más bien intenta hacerse eco de la enseñanza de la Iglesia, quiere sencillamente ser la boca de Cristo y de su Iglesia en el camino que se debe recorrer para llegar a Dios... [Este líder] Fue un apasionado de la lectura de la Biblia, a la que se acercó con pretensiones no meramente especulativas: de la Sagrada Escritura, pensaba él, el cristiano debe sacar no tantos conocimientos teóricos, sino más bien el alimento cotidiano para su alma, para su vida de hombre en este mundo... La humildad intelectual es la regla primaria para quien intenta penetrar en las realidades espirituales partiendo del Libro Sagrado [lo que no quita el estudio serio]... Sólo con esta actitud interior se escucha realmente y se percibe por fin la voz de Dios... Cuando se trata de la Palabra de Dios, comprender no es nada si la comprensión no conduce a la acción...” [Les pongo punto y aparte, para apartar los ojos de tantos renglones, pero seguimos en lo mismo.]
“El predicador debe mojar su pluma en la sangre de su corazón: podrá así llegar también a oídos del prójimo... [con esto ese líder propone también] Una armoniosa integración entre palabra y acción, pensamiento y compromiso, oración y dedicación a los deberes del propio estado de cada uno: este es el camino para realizar la síntesis gracias a la cual lo divino desciende en el hombre y el hombre se eleva hasta la identificación con Dios... Así tenemos para el auténtico creyente un proyecto de vida completo... [Este líder] Sintetiza en la palabra 'predicador': no sólo el ministro de Dios, sino también todo cristiano tiene la tarea de hacerse 'predicador' de cuanto ha experimentado en su interior, a ejemplo de Cristo que se hizo hombre para llevar a todos el anuncio de la salvación... Retomando su tema predilecto, afirma que el obispo según la Biblia es ante todo el 'predicador' por excelencia; como tal debe ser sobre todo ejemplo para los demás, de forma que su comportamiento pueda constituir un punto de referencia par todos. Una acción pastoral eficaz requiere que él conozca los destinatarios y adapte sus intervenciones a la situación de cada uno... Insiste en que el pastor debe reconocer cada día la propia miseria, de manera que el orgullo no haga vano, a los ojos del Juez Supremo, el bien realizado.”
Vámonos ya, y salgamos de la reunión mientras otros saludan al conferenciante y le besan el anillo. Se trataba de la segunda catequesis, 4 de junio de 2008, que el papa Ratzinger dedicó a San Gregorio, Papa Magno, “Siervo de los siervos de Dios”.
Ahora estamos en mejor situación para ver lo que miramos. Llegamos al inicio del siglo VII, no se olvide, y con Gregorio, nos dicen los de la iglesia Romana, se consolida el modelo papal, y con sus medidas institucionaliza la silla petrina. Vaya, que el papado va adquiriendo personalidad propia. Ya era hora. Y nada de sucesión apostólica (como nos dijo Ratzinger), sino pura contingencia histórica, sucesión de accidentes de la historia.
El Gregorio que nos ocupa, nació en Roma sobre el 540 y murió en el 604. Fue papa desde el 590. Como otros personajes cristianos de la época, era de familia rica (recordemos a Ambrosio), pues la aristocracia romana había encontrado en el cristianismo el lugar de mantenimiento y prosperidad de su estado tradicional. Especialmente, otro gran accidente de la historia, desde que Diocleciano, a final del siglo III, sacó de la ciudad la presencia imperial y la repartió en otros centros de poder más prácticos. Ningún emperador desde entonces se sentó en Roma. Que luego el papa se presente sentado allí como rey emperador, pues se lo pusieron en bandeja. La silla de Pedro es la del emperador, y la sostiene la antigua gloria de la ciudad de Roma, que el cristianismo se encargó de recuperar y conservar. El problema es que con esa conservación (teólogos cristianos se encargaron de unificar los valores), se produjo un sacramento especial de transustanciación entre el imperio y la iglesia Romana. El evangelio es el mensaje de la “romanidad”, la mezcla de los valores de la virtud romana con los del cristianismo. El antiguo valor “civilizador” romano sobre los pueblos bárbaros, es el que ahora reciben la gente a las que llegan los misioneros (monjes, especialmente), de tal manera que, al aceptar esa religión se han hecho portadores de la romanidad, y ¡sin legiones! (de momento). Ya ha salido de la incubadora la “civilización católica”. A nada que crezca, ya tenemos la “Europa de los valores”. Y a nada que se nos vaya el efecto de alucinógenos doctrinales, como nuestro Pablo dice que les pasaba a los gálatas, veremos que eso es la negación del Cristo crucificado, que con su muerte en el Calvario mató a la ley, romana o judía, y al templo, romano o judío. Este modelo de cristianismo, contra el que Pablo tanto se enfadó, ha resucitado (eso creen) a lo que Cristo mató, y a él lo han dejado en su tumba (eso creen). Ese otro evangelio de salvación es el de la ley y el templo, con sus valores. El evangelio de los gálatas insensatos, alucinados, es el que crece y se extiende. La “cristiandad” no es Pablo, son sus enemigos. Estos son los accidentes de la historia.
Todo esto lo sabía muy bien Gregorio. Pero en sus días los accidentes de la historia eran los que eran. Aunque seguramente fue prefecto de Roma, el cargo más alto, se metió a monje en un monasterio que él mismo había fundado con sus dineros (que no eran pocos). En esos tiempos el monacato ha alcanzado el grado máximo de experiencia santificadora en el cristianismo. En el 578 lo hacen parte de los diáconos romanos (siete), y luego lo mandan a Bizancio como apocrisiario. Ésta es una palabra que el papado soñaría eliminar del diccionario. Es su humillación, cuando quiere estar tan alto. Se trata de un legado (lo pueden adornar como quieran) que la iglesia Romana, el patriarcado de Roma, que con papa y todo no más de eso era, tenía que conservar ante la corte imperial en Constantinopla (la nueva Roma universal), para “escuchar y recibir órdenes”. Los años de estancia en la corte bizantina, sin embargo, les proporcionaba a estos apocrisiarios una experiencia, contactos e información, que luego los colocaba en muy buena situación para acceder al papado (varios lo fueron). Es el caso de Gregorio. Aunque él procuró precisamente fortalecer la estructura romana, para “liberarse” de la tutela de Bizancio.
En uno de esos accidentes de la historia, ya como papa, Gregorio tuvo que administrar, con mucho éxito, la defensa y supervivencia de la ciudad, entrando en lo que podría llamarse “esfera” civil. Y esa circunstancia ayudó a elevar su posición como papa. De manera que el suyo es un papado fundacional, y desde entonces, el modelo sobre el que edifican los que vienen.
Entre sus “reformas” para mejorar la estructura de la entidad que tenía que conservar la tumba de Pedro, se encuentra su énfasis en la predicación (como hemos visto en la catequesis de Ratzinger), pero sin olvidarnos de que todo está al servicio de un modelo de iglesia y salvación, no de la cruz soberana, sino de la mezcla de ley y templo: las obras meritorias, para cuya ejecución se necesita la ayuda de la predicación. No se anuncia a un Cristo Salvador, sino a uno que, bien usado, te “ayuda” a salvarte, siempre con tu colaboración ineludible. Es lo que hacían, individualmente, los monjes en los monasterios (o los eremitas), pero que ahora (seguramente porque pensaba que llegaba el fin del mundo) tenía que ampliarse a todo el pueblo, y para ello la predicción era el medio más eficaz. Este modelo es la negación de la gracia que, por ejemplo, Agustín había rescatado de Pablo. Curiosamente, otro accidente de la historia, Agustín propone la gracia salvadora frente a los méritos de la carne contra Pelagio (un monje), pero sin rechazar el modelo monástico, todo lo contrario, que se funda precisamente en la negación de la gracia de la salvación. Se usa la gracia, eso sí, pero nada más que como una herramienta para que el hombre, de sí propio, se eleve al cielo.
Esa “ayuda” a la santificación, lleva a Gregorio a, si no la formulación plena (que se hará siglos después), al menos, a la presentación del purgatorio como lugar donde se sigue “ayudando” a la santificación del pecador. Entre las ayudas, además de la predicación, se tiene a mano a la virgen María, las reliquias, etc. Se ve que la predicación, tan bien presentada, nunca podría ser buena si se hace contra las obras de la carne: reliquias, santos, etc.
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Su idea, muy aplaudida hoy, de “evangelizar”, no es más que la muy romana idea de “extender” los límites del imperio. Incluso, cuando envía a monjes para evangelizar a los ingleses, les pone el proyecto de recuperar el modelo que el imperio tuvo allí antaño. Sobre ese mapa se evangelizaría. (Algo pasa, que no tuvo en cuenta que ya había cristianismo hacía dos siglos, y con monasterios, en Irlanda, con vinculación, ese quizá fue el problema, con la iglesia de las Galias.)
Paro aquí, que si no van a parar la pantalla y dejar de leer, por pesado. Pero la cuestión sigue ahí: la predicación protestante actual, ¿debe tener a esta persona y época como un pilar modélico de la fuerza y santidad del cristianismo? ¿Los monjes que evangelizan y extienden el cristianismo, son modelo de fidelidad, o de corrupción?
La próxima semana nos vemos, d. v. Me meteré con el Gregorio VII, que tiene migas.
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