Génesis 1:26-28; 2:8, 15

Las Escrituras nos hacen saber que para Dios la creación del hombre y la mujer no consiste sólo en darles vida, sino situarlos en un campo ideal desde el que puedan desarrollarse como seres humanos en plenitud:

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* Un entorno físico. El Edén: Un hogar, un domicilio.

* Una tarea como seres activos: Labrar y guardar el huerto de Edén Un trabajo.

* Un marco de responsabilidad sin coacción: Libertad.

* Un campo de relaciones con los demás: Socialización.

Pero ¿Qué sucedió? El pecado llevó al ser humano a situarse muy lejos del Creador y de su proyecto original ¿Cómo es el mundo en el que vivimos hoy?  En un mundo/jungla como éste, se nos enseña desde la cuna a competir para lograr dinero, prestigio, poder y posición. Vivimos desde la competitividad en la necesidad de justificar nuestras vidas con cualquiera de las supuestas mil caras de la ambición por el éxito.

Con frecuencia solemos pensar, con espíritu piadoso e ingenuidad infantil, que todas esas cosas que se dan en el mundo, sobre todo en el contexto laboral, no van con nosotros. Los cristianos, en realidad, vivimos ajenos a todas estas cuestiones porque somos ciudadanos del cielo y peregrinos en la tierra, por tanto, lo nuestro es encerramos en una burbuja invisible y quedar aislados de esa influencia, como si estuviésemos vacunados contra los conflictos y adversidades que se dan en el universo del trabajo.

Aclarando equívocos sobre el trabajo y la misión de la iglesia

El equívoco más distorsionador que tendríamos que enfrentar sería aprender a no separar ambas cosas: Trabajo y Misión. ¿Por qué?

1. Este mundo nos invita a creer que nuestra fe es privada y que sobra en el mundo laboral. Por tanto, lo que hacemos en el tiempo libre es cosa nuestra, pero los valores cristianos no tienen cabida en el trabajo (“Por fin es lunes”. M. Greene). Curiosamente, sin apenas apercibirnos de ello, nuestra propia teología indocumentada con frecuencia refuerza esta idea cuando invocamos textos como éstos para defender estos criterios: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17:14-15). No somos del mundo, tampoco Jesús lo era, sin embargo, la petición del Señor no es que el Padre nos haga invisibles o se invente un modo de abducirnos al mundo de las estrellas, sino que en la tarea de estar en el mundo de un modo alternativo y responsable nos guarde y proteja.

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2. La teología cristiana, a menudo, distingue erróneamente entre trabajos sagrados y profanos. Los primeros son desempeñados por pastores y misioneros, que se dedican a “tiempo completo” al Señor (“Por fin es lunes” M. Greene). Los segundos, son la inmensa tropa de cristianos que tienen un trabajo secular y que, aparentemente, sólo dedican al Señor el tiempo que les sobra. En el imaginario colectivo del pueblo de Dios con frecuencia anida la idea de que los pastores (los elegidos) tienen la responsabilidad de preparar actividades que muevan a toda la iglesia a la misión. Los demás (la tropa), en cambio, son llamados a utilizar el tiempo libre que les permiten sus responsabilidades laborales para responder a esa tarea. Ahora bien, podría preguntarse:

¿Qué sucede con todas las horas que pasan la mayor parte de los creyentes trabajando en la fábrica, el hospital, la oficina, el banco, el hogar, la escuela, la universidad, el hogar, la carpintería o la fontanería? ¿Es que Dios nos deja a la entrada del trabajo y nos recoge a la salida? ¿No es el puesto de trabajo un lugar de misión? Todo lo que hacemos allí, tanto las tareas profesionales como las relaciones humanas ¿no tienen un valor intrínseco para Dios? ¿Ama Dios la justicia, la verdad, el amor y la misericordia en el trabajo como en el momento en que la iglesia está reunida? (“Por fin es lunes”. M. Greene).

No podemos concluir una semana de trabajo y decirnos a nosotros mismos que no hemos evangelizado, no hemos hecho ninguna tarea para Dios o no estamos sirviéndole, porque no es cierto y porque, además, esta idea nace de una percepción maniquea de la vida y de una distorsión seria acerca de la misión de la iglesia. La vida es de una pieza. Dios no nos abandona en la puerta del trabajo, como un padre deja a su hijo en la escuela. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo en todos nuestros quehaceres (Mt. 28:20).

3. Los cristianos, dispersos en el trabajo que cada uno desempeña no dejamos nunca de ser iglesia. La dimensión comunitaria de nuestro ser uno no queda escindida con la distancia. La iglesia siempre es iglesia, cuando estamos reunidos en el culto formal y cuando estamos esparcidos como luz del mundo y sal de la tierra en el mundo. Solemos orar por personas para que vengan a la iglesia cuando se hace una campaña evangelística, un concierto o una actividad local, pero ¿por qué no mostramos el mismo interés intercediendo por nuestros compañeros de trabajo y pidiendo que la iglesia ore por ellos? ¿No deberíamos revisar, resituar y redefinir nuestro concepto de iglesia y misión en el mundo?

¿Qué sucede cuando aprendemos a orar los unos por los otros en todos los ámbitos de nuestra vida: personal, familiar, eclesial, laboral? Sucede que los campos de misión de cada uno se convierten en uno solo del que todos participamos. No somos islas, estemos donde estemos no vivimos para nosotros, somos un pueblo, vivimos en un solo mundo y todos nos enfrentamos con desafíos semejantes, porque el trabajo es nuestro lugar de misión. Soli Deo Gloria.