¿Igleburger o comunidad de servidores?

Rom. 12:4-18

Menú Whopper: Porción de hamburguesa de carne picada de carne de ternera de 113.4 g. (1/4 de libra) hecha a fuego, rodajas de tomate, de cebolla y de pepinillos encurtidos al eneldo, y hojas de lechuga, dentro de un bollo de pan con sésamo en su parte superior. ¡Todo por 7.80 euros! ¡Qué chollo!  Mucha gente que va a la iglesia como si fuera a un “Burger”. (“Igleburger”. Álex Sampedro).

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Le hemos quitado importancia a todo lo que Dios nos dice y lo hemos convertido en comida rápida, en un producto para saciar nuestras necesidades del momento. Llevamos una vida de iglesia acomodada y a gusto del consumidor, una iglesia de la burguesía, hecha por nosotros y para nosotros. Escuchamos la Palabra de Dios como si fuera una hamburguesa que tiene que saber muy bien, pero poco nos interesa si realmente nos alimentará y será de provecho para nuestras vidas, o no convertirá en obesos espirituales acostumbrados a que nos lo den todo sin quemar un solo gramo de grasa espiritual.

¿Queremos ser una “Igleburger”, o una comunidad de servidores? ¿Cómo pasamos de ser indiferentes “gorditos felices” alimentados por “Fast Food”, a convertirnos en discípulos servidores con una dieta saludable?

1. Aprendiendo a convertirnos en creyentes maduros. Ef. 4:1-14; 1 Co. 13:11.

Si evaluamos la relación que nos une, muchos de nosotros nos atreveríamos a decir que es de verdadero amor fraternal. Pero eso no basta ¿Podríamos afirmar que se trata de un amor fraternal adulto? ¿O tendríamos que confesar que, en muchos casos, profesamos un amor niño? ¿Cuál es la diferencia?

Los niños aman, pero a menudo lo hacen desde el egoísmo. El suyo no es un amor sacrificial, sino interesado, centrado en que todo gire alrededor de la satisfacción de todas sus necesidades. ¿Amamos así? ¿O es el nuestro un amor desinteresado y servicial? Los niños aman, pero por regla general no suelen entender la trascendencia de las relaciones familiares. Los niños, a veces, son “pirómanos” capaces de hacer saltar chispas, y si no se convierten en incendios familiares es solo porque existen adultos a su alrededor que los apagan   reconduciendo sus intenciones y actitudes. ¿Amamos provocando fuegos? ¿O amamos desde actitudes comprensivas y constructivas desactivando las llamas y actuando como bomberos?

Los niños aman, pero lo hacen buscando gratificaciones inmediatas. Si hacen algo, por poco e irrelevante que sea, andan siempre detrás de un reconocimiento. Persiguen “medallas” por cada esfuerzo que realizan, quieren que se sepa, que se les distinga, que se les premie ¿Amamos buscando la luz de los focos? ¿Amamos pretendiendo que se nos destaque, que se nos condecore o recompense? ¿O lo hacemos de manera desinteresada sabiendo que la gloria tiene dueño y no somos nosotros?

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2. Aprendiendo a vivir como una comunidad de iguales.

Nuestra iglesia evangélica bautista en la calle Quart de Valencia está formada por más de veinte nacionalidades. Diferentes idiomas, tradiciones, culturas y costumbres. Países geográficamente muy distantes. Sin embargo, hemos sido llamados en una sola iglesia donde existe:

IGUALDAD. Todos somos iguales ante Dios. Todos los seres humanos tenemos la misma dignidad, merecemos el mismo respeto, igual reconocimiento, la misma justicia social porque todos hemos sido hechos por el mismo Dios, creados a su imagen y semejanza.

DIFERENCIA. Todos somos diferentes, tenemos una identidad propia e intransferible; somos hijos de lugares muy distintos; hemos sido educados en entornos muy diversos, pero somos lo que somos porque esos distintivos nos otorgan sentido de pertenencia convirtiéndonos en personas únicas. La Iglesia de Dios está formada por mujeres y hombres de todo pueblo, tribu, lengua y nación.

RECIPROCIDAD. Significa “Correspondencia mutua, Interacción, intercambio”. Desde la convicción de la igualdad y el respeto a la diferencia, hemos de ser capaces de interactuar, es decir, de convertirnos en una comunidad de servidores sin distinciones de clase alguna.

La Iglesia, que es una en la que hay muchos, crece sólo y en la medida en la que cada cual desarrolla la actividad que le es propia. Y esa actividad no es un favor que les hacemos a los otros miembros, sino una deuda de servicio, de responsabilidad y de acogida que hemos contraído desde el momento que tomamos conciencia de que somos una comunidad de iguales: La Iglesia de Dios. Soli Deo Gloria.