A medida que la cifra de refugiados se dispara, se presenta una oportunidad para la iglesia de brillar de forma práctica.
Las cifras de refugiados a nivel mundial no han dejado de crecer en las últimas dos décadas. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en 2021 llegamos a la cifra récord de 89,1 millones de personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo.
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Para entender la gravedad de esta cifra, solo basta recordar que hace diez años la cifra era de unos 40 millones. Es decir, en solo una década, es como si toda la población de España fuese obligada a marcharse del país por causas de guerra o persecución.
El informe que la ONU acaba de publicar nos ayuda a poder situar mejor esta información, al conocer que casi el 70% de los refugiados proceden de solo cinco países: Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Birmania (Myanmar). La mayoría de los países de acogida son fronterizos de estos.
Las circunstancias que están impulsando la huida de personas son variadas, pero casi siempre coinciden los factores de la guerra o conflictos violentos, gobiernos autoritarios o una situación socioeconómica que deja pocas opciones para poder desarrollar un proyecto de vida.
El informe incide en los casos de violencia. “Según el Banco Mundial, 23 países, con una población combinada de 850 millones de personas, enfrentaron conflictos de intensidad alta o media en 2021. El número de países afectados por conflictos se duplicó durante la última década, con una cantidad desproporcionada de mujeres, niñas y niños expuestos a casos de discriminación profundamente arraigada y vulnerabilidad extrema”, expone.
Como este informe solo cuenta las estadísticas disponibles hasta el año 2021, podemos intuir que en la actualidad la situación es incluso peor. La invasión rusa de Ucrania ha provocado la huida de millones de ucranianos hacia diversos destinos. Aunque algunos comienzan a regresar a su país, todavía una gran parte sigue esperando o incluso planteándose asentarse en países como Alemania, Hungría, Rumanía o también España, viendo que el conflicto podría extenderse en el tiempo.
El reciente informe publicado por Puertas Abiertas sobre los cristianos perseguidos nos proporciona detalles sobre qué puede llevar a un cristiano a abandonar su tierra. La mayoría de las veces se trata de un ambiente hostil en el que no puede practicar su fe públicamente, donde su vida corre riesgo, o donde sufre discriminación en diversos ámbitos sociales que no le dejan otra salida posible que la huida.
En Protestante Digital hemos informado en los últimos meses de casos de persecución a cristianos en Nigeria, Afganistán, la zona de Oriente Medio o el sureste asiático, y por supuesto, también sobre Ucrania. Estas historias le llevan a uno a preguntarse qué haría si estuviese en su misma situación.
Sobre todo a partir de la crisis de Ucrania, serán pocas las iglesias evangélicas en España que no hayan podido conocer alguna historia de primera mano de hermanos que han tenido que huir de su país, convirtiéndose así en refugiados.
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En medio de estas situaciones difíciles, resulta alentador ver de qué forma muchos cristianos son de ejemplo, al mantenerse firmes en su fe y a la vez buscar la forma de ayudar a otros, comenzando por los mismos ucranianios. Ruslan Maliuta, un líder de la iglesia en Ucrania, nos contó cómo desde Suiza estaba coordinando decenas de grupos de ayuda, centrándose especialmente en niños huérfanos. Matías Radziwiluk nos explicó cómo los hombres de su misión -que no pudieron salir del país una vez había comenzado el conflicto- se dedicaron a evacuar personas y montaron un punto de distribución de ayuda humanitaria.
También hemos podido hablar de ayuda directa y acogida. En España, hay iglesias y entidades evangélicas implicadas en la acogida a personas que han tenido que huir de su país. Por supuesto, esto no tiene que hacernos olvidar a las víctimas de otros conflictos como el de Siria, que sigue dejando a millones de personas lejos de su hogar y en situación de vulnerabilidad.
Los cristianos somos llamados a ejercer el amor al prójimo ante estas situaciones. En una época en la que parece que el cristianismo ha sido desplazado a los márgenes de la sociedad y cultura europea, tenemos la oportunidad y responsabilidad de ser sal y luz, de forma que las buenas acciones “brillen a la vista de todos” para que, como dijo Jesús, “todos alaben al Padre celestial”.
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