Memoralia de ALEC: Porque toda vida merece ser contada.
David, el de la Biblia, rey y aventurero o, si prefiere, aventurero y rey, llenó sus alforjas con experiencias de todo tipo. Desde su adolescencia, cuidando las ovejas de la familia hasta que, cercano ya a la muerte, le pusieron en la cama para que calentara esos huesos que ya no tenían vuelta, a una joven virgen que, más tarde, habría de ser el motivo para la muerte de uno de sus muchachos.
La vida de aquel David fue una aventura de principio a fin; sin embargo, más que nada se le recuerda por su desliz con la que llegó a ser la madre del rey Salomón y por los salmos que escribió y que han quedado registrados en las Escrituras.
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Pero no es de este David que quiero escribir hoy. Ya habrá tiempo para eso.
El David de quien quiero escribir no es ni poeta, ni músico ni loco (aunque de eso, todos tenemos un poco). Y he decidido escribir acerca de él por lo que significó en una etapa importante de mi trabajo ministerial al frente de la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC. ¿Su nombre? David Befus, doctor en Economía, ex presidente de la Misión Latinoamericana, hoy día retirado y residente en Lakeland, Florida. Hombre de pocas palabras, dirige desde allí un proyecto concebido para desarrollar fuentes de trabajo entre las clases más postergadas de Latinoamérica.1
No sé mucho de su vida pero para los efectos de esta semblanza eso no tiene importancia porque mi enfoque irá por otro lado.
Tomé contacto visual con David cuando llegó a Costa Rica en calidad de misionero asignado a uno de los ministerios que por aquellos años de 1970-80 florecía esplendoroso. Digo que tomé contacto visual con él porque creo que nunca nos hablamos. Y no estoy seguro si alguna vez nos saludamos. Él tenía su mundo y yo tenía el mío. Estábamos en la misma ruta pero corríamos por carriles paralelos.
Pasaron los años, se introdujeron cambios profundos en la estructura ministerial de la Misión, nosotros nos movimos a Miami y dejé de saber de David.
Hasta que apareció como presidente de la Misión. Ya no era el joven que yo había conocido en Costa Rica. Había madurado lo suficiente como para que se lo escogiera para desempeñar la nada fácil tarea de presidir una Misión de larga y honorable trayectoria pero que ahora empezaba a hacer agua por todos lados.
Y en su calidad de presidente, llegó a Miami.
Lo que viene a continuación no me lo dijeron ni él ni nadie. Lo deduzco por la forma en que ocurrieron las cosas. Usted juzgará.
Como buen administrador, quiso saber con qué personal tenía que habérselas. Al revisar la lista de misioneros, tropezó con mi nombre. Quiso saber qué hacía yo; así es que dio instrucciones a su secretaria para que me ubicara y me trasmitiera su deseo de verme. Así se hizo y así ocurrió.
Acudí a la cita. Ya instalados en su oficina, me preguntó qué estaba haciendo. Le dije lo que estaba haciendo. Debe de haberse sorprendido porque me preguntó si podía visitarme en mi casa, donde por ese entonces tenía yo mi oficina. Me pareció algo inusual y un poco sospechoso pero le respondí que con todo gusto lo recibiría en mi casa.
Yo le había dicho que estaba escribiendo tratados evangelísticos, publicando un boletín literario, escribiendo y grabando mensajes bíblicos de un minuto para las radioemisoras de habla hispana. Y no me creyó. “¿Todo eso estás haciendo en tu casa?” Le dije que sí y que tenía otros proyectos en camino. "Quiero verlo” me dijo. Y vino.
No le costó mucho trabajo darse cuenta de que lo que yo le había dicho en su oficina era exactamente lo que comprobó en su visita a mi casa.
Tan impresionado quedó que me dijo: "Te ofrezco una oficina en la sede de la Misión". Supongo que eso no estaba en sus planes cuando decidió visitarme ni menos en los míos cuando lo vi llegar. Acepté su oferta y me instalé en una de las oficinas de la Misión.
David había comprobado que por lo menos uno de los misioneros de la MLA estaba haciendo lo que decía que estaba haciendo.
Hasta aquí vamos bien, ¿verdad? Pero ojo que apenas vamos por la mitad de la historia.
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Por esos días, yo tenía unos cuantos tratados escritos. Faltaba imprimirlos y para eso se requería dinero. David me dijo: "Dámelos. Yo los haré imprimir". Se imprimieron y se distribuyeron por aquí y por allá. Lo mismo ocurrió con los mensajes bíblicos. Había instalado un pequeño estudio de grabación en uno de los closets de mi oficina y los estaba grabando en casetes con mi propia voz. Después de escuchar algunos me los pidió y consiguió que se grabaran en discos compactos en la emisora "Faro del Caribe" de San José. Eran 260. Es posible que todavía estén sonando en alguna emisora cristiana de habla hispana.
En noviembre de 1999 llevé a cabo en la ciudad de Temuco, desde donde había salido 29 años atrás, el que soñaba con que fuera el primero de una serie de talleres literarios que habrían de venir después. Aun no nacía la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos. Nació bajo el impulso de aquel encuentro. Al darle a conocer el plan a David, se me ocurrió la idea de invitarlo para que fuera con nosotros a Chile. Aceptó la invitación y fue. Así como me sorprendió su interés en ir a mi casa, me sorprendió igualmente que haya aceptado viajar conmigo a Chile. Y volví a preguntarme qué lo motivaba. Estuvo con nosotros todo el tiempo que duró el taller e incluso nos acompañó a la ciudad balneario de Villarrica donde celebramos con un almuerzo el cierre de la actividad. La foto donde aparecemos David y yo, data de ese año, 1999, y fue tomada teniendo como fondo el lago Villarrica y el volcán del mismo nombre.
ALEC había nacido con una fuerza arrolladora. Pronto, organizamos un segundo taller, ahora en la ciudad de Miami. Lo programamos para el año 2001. Algo que nadie esperaba ocurrió por esos mismos días en los Estados Unidos. Las torres gemelas de Nueva York habían sido atacadas y derribadas por aviones suicidas. La conmoción que el hecho produjo impidió que algunos profesores que tendrían que viajar a Miami pudieran hacerlo. Se habían suspendido vuelos y tomado otras medidas de emergencia. De todos modos, nuestro taller se llevó a cabo sin mayores tropiezos. En el desarrollo de la actividad concebimos la idea de escribir y publicar un libro inspirado en el caso de las torres. Convocamos a un grupo de personas que habían asistido al taller, los organizamos en parejas y les dimos los temas que tendrían que desarrollar. Guillermo Serrano y yo seríamos los editores y escribiríamos también nuestros respectivos capítulos.
Antes de un año, el libro estaba terminado. Teníamos portada. Teníamos el título: “Las torres gemelas: su destrucción y su mensaje” pero no teníamos dinero para publicarlo. Hablé con David. Le conté mi historia. Y me dijo: “Te voy a prestar mil dólares y te voy a regalar otros mil”.
En septiembre del año 2002 tenía lugar en Miami la feria anual de literatura y música “Expolit”. Días antes que la feria abriera, un camión lleno de cajas con libros se estacionó en la parte trasera del edificio de la Misión. Eran nuestros libros que llegaban de Colombia donde se habían impreso. La bodega de la Misión estaba llena de cajas con libros que se habían publicado pero que no se movían. Cuando David vio las cajas de nuestro libro no pudo dejar de decir algo que no he olvidado: “¡Cuánto tiempo irán a quedar estas cajas en la bodega!”
A los pocos días, Expolit abría sus puertas. Guillermo y yo nos hicimos de unos cuantos ejemplares y nos dirigimos a la feria. No sabíamos exactamente lo que haríamos. Probablemente ofrecerlos a algunos expositores. El tema de las torres gemelas estaba caliente. Nuestro libro tenía una presentación atractiva, cumplía con todos los requerimientos de un libro de calidad en su forma y el fondo nos parecía adecuado para creyentes. En nuestro primer recorrido por los pasillos, nos encontramos con un stand con un gran letrero que decía “Libros Luciano”. Algo habíamos oído de Luciano pero era casi nada. No lo conocíamos así es que nos acercamos a una joven que atendía a los visitantes y le preguntamos. Nos indicó a tres personas que conversaban animadamente a unos metros de donde estábamos. “El más bajito” nos dijo, “ese es Luciano”.
Nos acercamos y a una distancia prudente para no interrumpir la conversación, nos dispusimos a esperar. No habría pasado un minuto cuando Luciano se volvió a nosotros y nos dijo: “¿Me esperan a mí?” Le dijimos que sí, canceló la conversación y nos llevó a su stand. Allí tenía una mesa y algunas sillas y nos invitó a sentarnos. Le dijimos quiénes éramos y en qué andábamos. Le hablamos del libro y pusimos sobre la mesa los ejemplares que habíamos llevado. ¡Sin muchos preámbulos y sin nada de regateos nos los compró todos! Cuando digo todos me refiero a los tres mil ejemplares que habíamos impreso. ¡No lo podíamos creer! Nos pusimos de acuerdo en los detalles, nos pagó por adelantado mil dólares, los mismos mil dólares que corrimos a devolver a David. Cuando le dijimos que habíamos vendido los tres mil ejemplares, no lo creyó, pero cambió de actitud cuando le hicimos entrega de los mil dólares que nos había prestado. Con asombro vio cómo retirábamos las cajas que pocos días antes habíamos descargado. ¡No lo podía creer!
Cuatro años después de Chile, y ya estructurada la ALEC, fuimos a España y reunimos a un buen grupo de personas en un taller en la ciudad de Alcalá de Henares, famosa por haber salido de allí el autor del Quijote. A partir de ese encuentro, un grupo de asistentes con talento aceptó el reto de escribir una obra cristiana de ficción de ciertas características específicas. Antes de dos años habían completado sus trabajos. En ALEC nos encargamos de elaborar las portadas y compaginar cada obra. Consultamos costos y se nos dio una cantidad imposible para nosotros. Teníamos los libros terminados pero no teníamos medios económicos para publicarlos.
En una de mis ocasionales visitas a Miguel Ángel De Marco en su oficina del segundo piso de la sede de la Misión, le compartí mi problema. Me dijo: “Habla con David”. No se me había ocurrido hablar con David. Fui y hablé con él. Le dije: “Tengo siete obras terminadas pero no tengo dinero para publicarlas”. Sin darle muchas vueltas al asunto, tomó una decisión: “Te voy a prestar el dinero que necesitas. Sin intereses. Tendrás un año para devolverlo”. Echó mano a un fondo especial que existía para contingencias como la mía y me extendió un cheque por la suma de nueve mil seiscientos dólares. ¡Ahora era yo el que no lo podía creer! Con ese dinero, ordenamos en Publidisa, Sevilla, España la impresión de la totalidad de la Colección Primicias.2
Mientras Publidisa trabajaba en nuestros libros, nosotros nos dimos a la tarea de organizar un Encuentro, esta vez en el Centro de Retiros “Pinos reales”, San Martín de Valdeiglesias, Madrid programado para que la entrega de los libros coincidiera con el encuentro. La actividad tuvo lugar del 21 al 24 de septiembre de 2006 y libros y autores se encontraron una mañana en lo que fue una experiencia inolvidable.
Puse al tanto a David de lo que estábamos haciendo y planeando. Lo invité para que fuera con nosotros a España. Aceptó y fue. ¿Increíble? ¿Increíble que nos prestara nueve mil seiscientos dólares sin firmar un papel y con solo darnos la mano como garantía? ¿Increíble que nos regalara mil dólares y nos prestara otros mil para publicar “Las torres gemelas” y que le devolviéramos el préstamo antes que ni él ni nosotros habíamos imaginado? ¿Increíble que aceptara ir con nosotros a Chile en 1999? ¿Increíble que Luciano nos comprara, de un solo paraguazo, los tres mil ejemplares? ¿Increíble que antes de que se cumpliera un año, le hubiésemos devuelto a David los nueve mil seiscientos dólares que nos había prestado? Diga usted.
Nunca le pregunté a David qué era lo que lo motivaba a darnos un apoyo tan significativo, dejando incluso sus deberes de presidente por algunos días para ir con nosotros a Chile y a España. Preferí quedarme con la idea de que lo hacía porque veía que estábamos haciendo esfuerzos concretos para cambiar la historia de Hispanoamérica en materia de literatura cristiana producida por nuestra propia gente y directamente en nuestro idioma.3
Conmigo, David se arriesgó. En algún momento lo noté como si estuviera preguntándose a sí mismo si estaba loco haciendo lo que hacía. Sé que en muchas instancias de su mandato como presidente de la Misión, tuvo que nadar contra la corriente, enfrentar con valentía a quienes lo criticaban y se le oponían. Y, seguro de su honestidad, buena fe, capacidad y visión para ejercer la Presidencia de una entidad misionera como la MLA, fue adelante e hizo lo que sentía que tenía que hacer. Conmigo y con ALEC, se arriesgó. Y ni yo ni ALEC le fallamos. Fue la mejor manera de darle las gracias.
Posiblemente alguien que lea este documento se pregunte cómo fue que Eugenio y ALEC pudieron reunir los nueve mil seiscientos dólares que David nos había prestado para devolvérselos en el plazo de un año. La respuesta es la siguiente: “Cada uno de los autores se comprometió a vender sus libros. Y el producto de las ventas se fue reuniendo poco a poco hasta completar la cantidad requerida. Pero no solo eso sino que el director de ALEC con su esposa, se fueron a Chile con todos los ejemplares que pudieron llevar y recorrieron el país de iglesia en iglesia ofreciéndolos (véase foto). El director de ALEC y su esposa no esperaron que otros hicieran este trabajo. Ellos pusieron las manos en el arado y no miraron atrás.
David Befus, acerca de quien he escrito estas memorias, ya no está con la Misión Latinoamericana ni con la United World Mission. Está retirado, reside en Lakeland, Florida donde desarrolla un proyecto para crear fuentes de trabajo en América Latina.
Las fotos: Cire Orellana en el cuarto de la hostal donde nos hospedamos en Santiago, con los libros en sus manos y en cajas que llevamos desde Miami, preparándonos para salir a recorrer Chile. La foto le fue tomada por su marido. Luego, el director de ALEC posa en el salón de conferencias de LAM en Miami, con las siete obras y sus autores.
Nota: No se trata de vivir de glorias pasadas; se trata de recordar hechos de cierta excepcionalidad que el autor considera propios de quienes cuentan con el favor de Dios. ¡De eso se trata!
Notas
2 El nombre Colección Primicias respondía al deseo de ALEC de que estas siete obras fueran las primeras de las que vendrían después. Nuestro sueño era que estos y otros escritores que habrían de surgir de los planes de ALEC siguieran escribiendo hasta convertirse en permanentes, llegando a adquirir su independencia como autores. Era el sueño, como tantos otros que no llegaron a concretarse. Pero este es tema merece otro artículo.
3 Este y otros temas tocados al pasar en esta nota, merecen que se les dedique también una debida atención.
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