La forma más sencilla de poder bendecir a los que nos maldicen es mirar a Aquel que nos bendijo en lugar de a aquellos que nos maldicen.
No es raro escuchar conversaciones en las que, tras una injusticia, una herida o una ofensa, la respuesta más natural es la venganza. Familias en las que hijos desatendidos deciden olvidarse y abandonar a sus padres, matrimonios dañados porque un cónyuge reacciona de la misma manera en la que ha sido tratado, cristianos que son perseguidos por el simple hecho de tener fe en Jesús y un sinfín de situaciones en las que, tras un mal, la única solución parece ser pagar con otro mal.
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Ya en la Biblia, uno de los libros más antiguos que se conocen, se referencia el “ojo por ojo” y “diente por diente”. Sin embargo, hace aproximadamente 2000 años, Jesús entra en escena y revoluciona los paradigmas conocidos con las siguientes palabras:
Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen. (Mateo 5:38-44)
Estas palabras en encuadran dentro de lo que se conoce como el Sermón del Monte, en el que Jesús usa en repetidas ocasiones la siguiente expresión: “oísteis que fue dicho; pero yo os digo”; haciendo ver que él no venía a abolir la ley, sino que venía a retarnos a ir un paso más allá.
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¿Por qué Jesús nos pide algo que, aparentemente, parece más complicado que lo que ya había sido enseñado en el pasado? ¿Por qué la iglesia perseguida tendría que pagar con bien el mal de sus perseguidores? Lejos de pensar que Dios se complace en vernos sufrir, quizás es que detrás de este principio, se encuentren grandes beneficios para nosotros.
-En primer lugar, lograr este cambio de paradigma supone desenfocarnos de la realidad que ven nuestros ojos, para enfocarnos en una mirada de fe. Supone desenfocarnos de lo que sería “justo” para enfocarnos en la misericordia.
Es por eso que, la forma más sencilla de poder bendecir a los que nos maldicen es mirar a Aquel que nos bendijo en lugar de a aquellos que nos maldicen.
Desde un punto de vista psicológico, son numerosos los beneficios que aporta a nuestra salud el desenfocar nuestra atención de nosotros mismos, de una mirada egoísta y centrada únicamente en nuestras necesidades. De hecho, un número importante de las patologías psicológicas que aparecen, se deben a pensamientos negativos centrados en uno mismo. Mientras que se ha demostrado los efectos beneficiosos para la salud (disminución de la tristeza, del estrés y aumento de la concentración y la memoria, entre otros) del pensamiento centrado en aquellas cosas y/o actividades que tenemos a nuestro alcance y son positivas.
-En segundo lugar, supone desenfocarnos de la ofensa, para enfocarnos en el perdón. Desenfocarnos del daño para enfocarnos en la sanidad. Lo que nos lleva directamente a la esencia central de la Cruz.
Desde el ámbito de la psicología, están ampliamente demostrados los beneficios del perdón en la salud mental de las personas. Entre estos beneficios destacan: menor nivel de ansiedad, estrés y hostilidad; menos síntomas de depresión; un sistema inmunitario más fuerte; y relaciones más sanas, entre otros.
-Por último, el mayor beneficio de bendecir se encuentra en el propio poder de las palabras. Proverbios 18:21 señala que la muerte y la vida están en el poder de la lengua. Como sabemos, toda la Creación nace del poder de las palabras de Dios. La palabra tiene poder para provocar bendiciones y maldiciones. Además, el lenguaje tiene la capacidad de moldear nuestro pensamiento y en ultima instancia lo que somos (porque cual es su pensamiento en su corazón, así es él; Prov. 23:7). En la Escritura, se encuentran numerosos versículos que nos impulsan a utilizar un lenguaje que edifique, que anime y que bendiga.
Desde la psicología moderna, gran parte de las terapias ponen el énfasis en el lenguaje como medio para tratar la conducta o el comportamiento. En la medida que se modifica el lenguaje, se modificará el pensamiento, emociones y, por tanto, comportamientos. Paradójicamente, en el momento en el que bendecimos a otros, incluso a los que nos maldicen, algo que puede parecer ilógico y tedioso, termina siendo beneficioso fundamentalmente para nosotros mismos.
En conclusión, la clave de este principio se encuentra en el poder y la capacidad para generar en nosotros el carácter de Jesús. De hecho, el texto (Mt. 5) termina preguntándonos: Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
En la medida en la que vivamos llevando la segunda milla, poniendo la otra mejilla y bendiciendo a aquellos que nos maldicen, entonces seremos verdaderos testigos que reflejan el corazón de Jesús. La iglesia perseguida, con su ejemplo, nos enseña que esto es posible.
Es así como conseguiremos lo más importante, ser de ayuda para que las personas puedan encontrarse con el Jesús resucitado, que aún hoy en día, sigue pidiéndonos dar un paso mas allá.
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