El nombre de Jesús y el poder de su sangre son suficientemente poderosos para romper e inutilizar cualquier ataque o influencia de Satanás.
Como hemos visto en capítulos anteriores, hay quienes quieren que nos despidamos definitivamente de la idea de los demonios y de sus tentaciones, influjos y posesiones, pues, a juicio de ellos se trata de un resto supersticioso de primitivas religiones. Pero sería un lamentable error porque los mismos signos que advertimos en la conducta del endemoniado gergeseno se pueden observar a lo largo de la historia y hasta el día de hoy en las personas poseídas, y punto por punto. Vamos a enumerarlos:
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1- Resistencia vehemente contra la influencia divina (v.7). En la presencia de Jesús el poseído empieza a dar grandes voces y se resiste a su influencia (Mateo 8:28; Marcos 1:23) El fenómeno de la resistencia ha continuado siendo una constante a través de los siglos y hasta hoy.
2- Extraordinaria fuerza física. Nadie podía atarle (v.3-4).
3- Gran ferocidad contra las personas (Mateo 8:29).
4- Cambio de voz y el hablar de otro desde el interior del poseído (v.7,9).
5- La incontrolable inclinación a auto lesionarse físicamente (v.5).
6- Conocimiento sobrenatural (v.6,7). Los poseídos dan claras señales de comprender el significado de la persona de Jesús para el tiempo y la eternidad.
7- Transmisión oculta a los animales (v.12).
8- Grandes voces y gritos a todas horas (v.5)
9- Sanidad total instantánea (v.15).
Cuando todas estas señales se dan en una misma persona, no hay que dudar de que nos encontramos ante un caso de posesión. No obstante, la psiquiatría moderna no ofrece ningún diagnóstico contra la posesión. Simplemente la califica entre los trastornos psíquicos como la epilepsia, la histeria, la psicosis y otros. Pero lo trágico es que, si estamos ante un caso de posesión, la medicina no tiene ninguna posibilidad de ayuda. Por otro lado, si se trata de un trastorno psíquico, la liberación suele empeorar la situación del enfermo si se le dice que las medicinas no constituyen ayuda para él y que debe renunciar a ellas como un acto de fe en el poder de Jesús.
El mismo Sigmund Freud era cada vez más pesimista mientras se esforzaba en desentrañar analíticamente los síntomas de la posesión. Finalmente, concluyó que “somos vividos por poderes desconocidos”. De manera que hablar de enfermedades nerviosas y psíquicas no satisface, porque no nos convence la actitud de declarar inexistente algo, simplemente porque no lo entendemos. Algunos psicólogos interpretan hoy el exorcismo como el intento de reintegración en el “propio” yo de una parte de la psique que se ha separada de esta y funciona de manera autónoma, para lo que no está capacitada, de ahí los trastornos psíquicos.
Las características propias de Satanás y sus demonios se manifiestan en una variedad de posibilidades. La posesión es el caso extremo. Esta se da cuando la persona, libre y voluntariamente, por medio de la palabra y de determinados actos, se ha sometido y entregado al poder de los demonios. La posesión puede ser total o parcial. Dependiendo del grado de entrega y compromiso, la influencia satánica puede ser de mayor o menor grado o intensidad. Los poderes invisibles toman posesión de la persona, convirtiendo su cuerpo en morada, y desde allí llega a dominar el pensamiento, la voluntad y las acciones del individuo. Existen ejemplos de crímenes y de malos tratos cometidos bajo la posesión demoníaca. El afectado no muestra ningún rasgo sobresaliente, pero en secreto cultiva prácticas ocultistas y realiza actos por la inducción de los poderes de las tinieblas.
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Otra forma de influencia maligna consiste en lo que podríamos denominar envolvimiento. En estos casos el afectado está sujeto a la influencia satánica, pero desde fuera. Desde ahí los espíritus inmundos ejercen su poder sobre el individuo y su entorno.
Otra forma más débil de influencia demoníaca consiste en la amenaza espiritista. En estos casos se trata de personas que, al servicio de los demonios, tratan de influir negativamente sobre otros valiéndose de conjuros mágicos, al objeto de ocasionar daños y perjuicios y provocar miedos, angustias y desesperación.
Otra variante de las malas artes del maligno consiste en la atadura espiritista. Se suele dar entre personas que alguna vez participaron en prácticas ocultistas. Y también pueden haberse dado por transmisión generacional de padres a hijos.
Pero por muy grande que sea el poder de Satanás y sus espíritus en todas las manifestaciones reseñadas, lo cierto es que nada de lo dicho podrá sostenerse tan pronto lo hayamos traído delante de Jesús. Satanás y sus demonios han sido derrotados. Jesús los venció, triunfando completamente sobre ellos en la cruz. El nombre de Jesús y el poder de su sangre son suficientemente poderosos para romper e inutilizar cualquier ataque o influencia de Satanás, por muy poderosos que sean estos. De esto habla la Biblia en muchos lugares y con ella coinciden los testimonios recogidos en los campos de misión del mundo.
Resulta difícil distinguir entre los fenómenos causados por la influencia de los demonios y los propios de las enfermedades originadas por trastornos mentales, tales como la esquizofrenia, la psicosis, las neurosis, determinadas depresiones y otros. Esto se debe a la astucia y artimañas de Satanás, que se esconde o se disfraza detrás de estos fenómenos para así poder realizar mejor sus malévolos planes y alcanzar sus objetivos de destrucción. Y es que, un enemigo que no se ve, no se puede combatir.
No existen criterios médicos o psicológicos para la referida distinción, porque la realidad de lo demoníaco no se puede captar científicamente. Los recursos racionales o científicos no son los adecuados para esta tarea. Ocurre como con las pruebas racionales para demostrar la existencia de Dios, al final, no son suficientes. En Dios se cree o no se cree. La fe no necesita de argumentos racionales para sostenerse. La fe es una gracia divina. La fe tiene razones que la razón no entiende. Son razones de orden espiritual. Es la obra del Espíritu de Dios en nosotros. La persona que ha tenido una experiencia de conversión a Cristo no necesita de argumentos para creer en él. Cree por la acción del Espíritu Santo. La prueba de la fe es el argumento relacional. Y lo mismo cabe decir de la posesión de los demonios. Los que han estado sujetos a su yugo, saben de su existencia y malas artes, aunque no lo puedan demostrar racionalmente.
Hace falta mucha pericia para establecer un diagnóstico acertado, determinando si nos encontramos ante una enfermedad psíquica o se trata de un caso de influencia demoníaca. Para esto se requiere de autoridad espiritual, y sobre todo del don de discernimiento de espíritus. Hay que evitar que la persona afectada por una de estas dos realidades se diagnostique a sí misma. En el caso de que sea necesaria una valoración del enfermo, y si el afectado tiene la clara intención de entregar su vida a Jesucristo, recomendamos contar con la presencia de un experimentado consejero espiritual para llevar a cabo la liberación de una posesión, perturbación o influencia de demonios.
Los demonios son realidades espirituales de maldad. Poderes extraordinarios. Ante esto, es necesario que tengamos muy claro que son poderes derrotados. Están encadenados, por muy larga que sean sus cadenas y no obstante todo el daño que puedan causar a las personas, la gran verdad es que están limitados y tienen que doblegarse necesariamente ante la palabra de Jesús.
En la lucha contra los poderes espirituales de maldad, resulta de la mayor importancia que el nombre de Jesús, el único vencedor sobre ellos, reciba la honra debida y que no le sea robada por el consejero espiritual ni en lo más mínimo. Cuando se opera la liberación, no es el consejero espiritual quien ha vencido, sino solo Jesús. Por tanto, solo suya es toda la honra. Además, nuestra obligación es aprender de él. Debemos estudiar la manera como Jesús se acercaba a los enfermos y tratarlos así también. Esto, especialmente, es importante en relación con el tema del enfrentamiento con los poderes demoníacos.
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