A pesar de su disparidad de creencias, sus vidas tienen coincidencias sorprendentes junto con diferencias evidentes.
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Aunque Samuel Escobar y Mario Vargas Llosa son dos escritores de estilos, géneros y esferas del pensamiento diferentes en varios aspectos, ambos los leo siempre con igual perplejidad y asombro. No solo disfruto sus publicaciones sino también que me intereso con curiosa atención por las revelaciones que ellos hacen de sí mismos y de otros personajes que han impactado sus vidas y pensamientos.
Son dos hombres de una misma generación, de origen en tiempo y lugar casi exactos. Los dos intensos, decisivos y muy influyentes desde sus respectivas cosmovisiones y ámbitos. Sus ubérrimas trayectorias literarias han marcado toda una época para las letras y el pensamiento, en especial para los latinoamericanos. Vargas Llosa desde el boom literario latinoamericano y Escobar desde el surgimiento de una teología que resalta la dimensión social del evangelio conservando su esencia bíblica y teológica en medio de rancios conservadurismos religiosos y alzadas armadas liberacionistas que mezclaban la doctrina cristiana con prácticas e ideas marxistas en la lucha por superar la situación opresión y desigualdad de los pueblos de América Latina.
Escobar es un escritor cristiano evangélico que ha desarrollado su ejercicio literario con notable sentido de llamado y misión. Su vida y escritos son una referencia inevitable si se quiere entender con propiedad el desarrollo y la misión de la iglesia evangélica en América Latina a partir de la segunda mitad del siglo pasado.
Vargas Llosa no tiene inclinaciones religiosas, se define como un agnóstico, sin dejar de ser, guardando un relativo respeto, un observador tímido y algo distante de la religión como fenómeno humano. Escobar, en cambio, es un creyente militante y comprometido que ha vivido su fe evangélica con singular pasión y entrega.
Vargas Llosa, convencido hoy de que la religión, esa forma elevada de superstición, como él la llama, ya no va desaparecer con el avance de los conocimientos, la ciencia y la cultura, sostiene un resignado agnosticismo en el que toda la existencia humana queda aniquilada para siempre sin ninguna esperanza ni perspectiva más allá la muerte.
Él justifica la permanencia de la religión porque solo desde su dimensión se les puede dar alguna respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia y más. Y solo desde este ámbito se puede dar a los mortales esa sensación de que existe un orden superior que les otorga sentido, paz, sosiego y esperanza, una trascendencia que ni la filosofía ni la literatura, tampoco la ciencia, han conseguido justificar racionalmente.
Admite Vargas Llosa que los esfuerzos de los más brillantes intelectuales han sido inútiles para convencer a los seres humanos de que la muerte constituye su extinción definitiva. Afirma que la religión va a permanecer porque el hombre seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar.
A pesar de esta disparidad de creencias, la vida de Samuel Escobar y Mario Vargas Llosa tienen coincidencias que son bastante curiosas. Ambos nacieron en Arequipa, Perú. La misionera inglesa que asistió en el parto a la madre de Samuel en 1934, fue la misma que atendió a la madre de Mario en 1936. Los dos estudiaron literatura en la Universidad de San Marcos en Lima. Ante ser escritores reconocidos ambos trabajaron desde el periodismo. Los dos han enseñado por temporadas en universidades norteamericanas, y actualmente ambos residen en España, Vargas Llosa en Madrid, Escobar en Valencia.
No sé cuántas coincidencias más prolongan el sorprendente paralelismo entre estas dos sobresalientes vidas, pero es resaltable que desde sus diferentes enfoques ideológicos estos dos escritores marcaron distancia y reaccionaron a su manera ante el marxismo y la revolución cubana.
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Mientras Vargas Llosa habla desilusionado de la revolución castrista, Escobar formó parte de un sustancioso movimiento teológico y social entre los estudiantes evangélicos de América Latina que buscaba rescatar la dimensión social del cristianismo sin contaminar ni comprometer la propuesta esencial del evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Es memorable, y dejó su marca entre los estudiantes evangélicos latinoamericanos, la publicación del libro “Dialogo entre Marx y Jesucristo”, escrito por Escobar.
Si el contraste para subrayar las “Vidas Paralelas” de la espada militar de Julio César y la de Alejandro Magno en la obra de Plutarco era el origen romano de uno, contrapuesto al origen griego del otro; en las plumas de Escobar y Vargas Llosa lo resaltable es un agnosticismo existencialmente inconsistente y poco reconfortante frente a una fe consagrada y vigorosa, proyectada con mucha convicción y firmeza en un afán permanente por dar a conocer de manera sustancial un evangelio liberador y trascendente que en lo temporal lucha por afirmar una vida digna y plena para todos, pero que también asegura una vida eterna y superior más allá de la muerte.
Mientras Vargas Llosa ha asegurado con su Nobel 2010 el más prestigioso premio literario que se otorga en la tierra; sin desconocer los méritos temporales concedidos a Escobar, al escritor cristiano le espera la corona de la vida que nuestro Señor Jesucristo ha prometido para aquellos que creen en su Palabra y confiesan su nombre. Por la gracia de Dios en Cristo Jesús, Vargas Llosa, sin declinar a su Nobel, tiene igual oportunidad de optar por esta corona eterna.
Vargas Llosa es una persona sencilla y realista, pero entiende que la religión es para la “gente común y corriente” que apela estas creencias supersticiosas como una forma de hacerle frente a esa parte de la realidad, misteriosa y desconocida, que el conocimiento y la razón humana no han podido someter a sus dominios. Desconozco cuál es el nivel de las relaciones personales y si las hubo alguna vez entre Mario Vargas Llosa y Samuel Escobar; si recuerdo hace muchos años que leí en la revista Certeza un análisis de Escobar de por lo menos una de las obras del afamado novelista.
Quizás la persona más apropiada, por las coincidencias de origen y su prominencia intelectual, para decirle a Vargas Llosa que hay una realidad gloriosa en Cristo que trasciende esta vida después de la muerte, sea Samuel Escobar.
Ojalá que estos dos brillantes arequipeños, ya en el otoño de sus extraordinarias y legendarias existencias, se pudieran encontrar para conversar un poco sobre la vida, la muerte y la esperanza eterna que hay en Cristo para los que creen en su Palabra y la guardan.
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