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Jesús, poderoso imán

La presencia de Jesús saca a los demonios de sus escondites y los expone a la luz.

LA CLARABOYA AUTOR 604/Felix_Gonzalez_Moreno 05 DE DICIEMBRE DE 2021 09:00 h
Imagen de [link]Forrest Moreland[/link] en Unsplash.

“Cuando vio, pues, a Jesús de lejos, corrió, y se arrodilló ante él”



(Marcos 5:6)



Este encuentro tiene lugar en la oscuridad de la noche. Pero lo cierto es que, ni siquiera la oscuridad encubre de Dios, de Jesús. Dice el salmista inspirado: “Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día” (Salmo 139:11-12). Y esto ocurría aquella noche en los campos de Gérgesa. Aun envueltos en la oscuridad de una noche de tormenta, los demonios fueron descubiertos y tuvieron que comparecer ante su divino juez, el Hijo de Dios, Jesucristo. Ciertamente la oscuridad no encubre de Jesús, ni a los hombres ni a los demonios.



 



Lo vio



¿A qué hora tuvo lugar el encuentro entre el  endemoniado y Jesús? Tuvo que ser en la madrugada. Esta historia bíblica está relacionada con la precedente en el mismo evangelio, en la que vemos a Jesús calmar la tempestad en el lago que amenaza al hombre exteriormente. Pero hay también tempestades internas en el pecho del ser humano, en su mente, en su corazón. Y Jesús calma, tanto una como otra. Jesús reprendió al viento y al mar, y “se hizo grande bonanza”. Esto es lo que va a experimentar también en su interior el pobre endemoniado: Jesús va a traerle la paz que nunca podría alcanzar por ningún otro medio en esta vida. Su transformación va a ser radical. La terrible tormenta que le ha azotado desde hacía mucho tiempo, va a dar paso a la mayor bonanza.



Este hombre no era judío. Vivía en la región de la Decápolis, zona gentil por excelencia, aunque contara con una minoría judía. Sin embargo, no se dice que el endemoniado perteneciera a esta minoría. Más bien lo contrario. En el versículo 20 los habitantes gentiles de la Decápolis son identificados como los “suyos” del versículo 19.



En Marcos 4:35 leemos: “Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado”. El lago de Galilea tiene 21 kilómetros de largo por 12 de ancho. En el lugar donde se desarrolla la historia que nos ocupa hay unos 8 kilómetros de lado a lado. Cruzar esta distancia en barca a vela o remo, más la circunstancia especial de la tormenta, nos hace suponer que tuvieron que invertir en su travesía unas dos horas o más. Si salieron ya de noche de la orilla oeste, como se nos dice en 4:35, llegarían a la otra orilla de madrugada.



Suponemos que la historia ocurre a finales de primavera, puesto que Jesús estaba enseñando a la multitud “junto al mar” (4:1), al aire libre, y las cuatro parábolas que registra Marcos antes de la tormenta,  tienen que ver con el mundo agrícola y con las fechas de los primeros frutos (4:3-32). El sol, pues, se ponía tarde en esta época del año.



¿Cómo pudo el endemoniado ver a Jesús “de lejos”? Los demonios vieron la tormenta; las olas rugían y el viento soplaba con fuerza. Era noche cerrada. De repente cesa el viento y el mar se calma, se hace grande bonanza. Esto es extraño, muy extraño. El endemoniado ha visto un fenómeno sorprendente. Se despierta en él la curiosidad. Mira al lago atentamente, y un rayo de luna alumbra ante sus ojos una barca que está a punto de tocar la orilla. Los demonios en su interior se estremecen, se llenan de espanto, barruntan el peligro que se les acerca. Y es que, la cercanía del Santo de Dios tiene que ser insoportable para los espíritus inmundos. Es demasiada bondad para tanta maldad.



Asistimos a un acto de revelación, de percepción espiritual aun desde los sepulcros. Los demonios no soportan la presencia de Jesús. Otro demonio había sido descubierto anteriormente en la sinagoga de Capernaun (Marcos 1:21-28). La presencia de Jesús y el poder de su palabra hizo que el demonio que estaba presente en el culto de la sinagoga, fuera descubierto y se manifestara a grandes voces, conociendo perfectamente la amenaza que la presencia de Jesús significaba para él.



Muchos sábados había asistido en silencio a la sinagoga en la persona del poseído, y hasta es posible que hubiera hecho uso de la palabra para impartir sus perversas enseñanzas. Las doctrinas y enseñanzas de los fariseos no habían inquietado al demonio en lo  más mínimo, nunca se había sentido amenazado por ellos y sus palabras. Los himnos que cantaban tampoco le habían hecho mella. Pero la presencia y la palabra de Jesús hizo que reventara esta simbiosis de espíritu inmundo y religiosidad. Gritos de guerra tronaron en la sinagoga. Y el espíritu inmundo tuvo que salir del hombre al que tenía poseído.



Los demonios procuran infiltrarse en los lugares de culto a Dios y hacen uso de la palabra para engañar a los hombres con falsas doctrinas. Por eso se nos dice en 1 Juan 4:1: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. El instrumento para probar a los espíritus es la misma palabra de Dios, y sobre todo lo relacionado con la persona de Jesucristo, así como con la fidelidad y el compromiso con la iglesia del Señor (1 Juan 4:2-3).



Al principio de la predicación de Pablo en Filipos, mientras que los misioneros iban al culto de oración, les salió al encuentro una muchacha que tenía un espíritu de adivinación, y gritaba detrás de ellos: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación” (Hechos 16:16-17). Pablo no aceptó esta propaganda de boca de demonios. Es evidente que el espíritu de adivinación intentaba infiltrarse en la naciente iglesia para destruirla después desde su interior. Pero a la orden de Pablo tuvo que abandonar a la muchacha.



En Capernaun y en la región de los gadarenos  los demonios fueron descubiertos por la sola presencia de Jesús, hoy los demonios pueden ser reprendidos por el sano conocimiento de la Palabra de Dios, por la doctrina de la persona de Jesucristo, y por el don espiritual de “discernimiento de espíritus” con que el Espíritu Santo ha capacitado a algunos miembros en las iglesias (1 Corintios 12:10).



El endemoniado vio a Jesús “de lejos”. Ciertamente, muy lejos estaba de Dios este poseído. Y muy lejos estaba del Señor la región de los gergesenos. Este hombre era la encarnación andante del paganismo. Pero Jesús ha venido a salvar, tanto a los que están cerca, como  a los que están lejos.



 



Corrió



El endemoniado “corre” hacia Jesús. ¿Qué va a hacer? ¿Pretende atacarle? No es un demonio solo el que enfrenta Jesús, sino toda una legión de poderosos entes espirituales de maldad; así pues,  varios miles de demonios.  Y Mateo nos dice también que los dos endemoniados eran feroces en gran manera y solían atacar a todos los que pasaban por aquel camino (Mateo 8:28). ¿Cómo se desarrollará el encuentro?



Nosotros habríamos esperado que, al descubrir a Jesús, el demonio saliera corriendo, dándose a la huida, para distanciarse y esconderse de Jesús. Pero sucede justo lo contrario. ¿Por qué? ¿Por qué el endemoniado se ve atraído hacia Jesús como si fuera un poderoso imán? ¿Por qué los demonios, en lugar de huir en estampida, comparecen corriendo ante Jesús? No caminan lentamente, no oponen resistencia, sino que corren a toda prisa. La voluntad y el poder de Jesús los ha atraído y derrotado.



Jesús saca a los demonios de sus escondites y plazas fuertes tras las que se esconden. A uno lo sacó a la luz de entre el coro de piadosos  asistentes al culto de la sinagoga de Capernaun, al otro lo saca de entre los sepulcros y las soledades de una región alejada de Dios. De esta manera salen los demonios gritando y con las manos en alto, desarmados por Jesús.



A primera vista, la prisa de los demonios por llegar a Jesús podría confundirnos. Si no le van a atacar, tampoco se trata de que van a rendirle adoración. La realidad es que han sido subyugados por uno más poderoso que ellos.



La presencia de Jesús saca a los demonios de sus escondites y los expone a la luz. En  1 Juan 3:8 se nos dice de manera enfática: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. Y cuando en los Hechos de los Apóstoles el apóstol Pedro presenta a Cornelio, Centurión romano de Cesárea, una síntesis del mensaje cristiano, resume en una sola línea las obras de poder de Jesús, diciendo de él que: “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo” (Hechos 10:38).



La llegada de Jesús al mundo hace que los demonios salgan a la luz. El ministerio de Jesús es una lucha espiritual. El mismísimo Satanás le sale al paso en el desierto, inmediatamente antes de que comience su ministerio público, y le tienta para desviarle del camino mesiánico de la cruz.



La llegada de Jesús al mundo y su ministerio es una irrupción en los dominios del “dios de este mundo” (2 Corintios 4:4). El diablo contraataca, pero no puede vencer porque Jesús demuestra ser más fuerte. Es tal el poder de Jesús que los demonios corren para mostrarles su obligada sumisión.



Por muchos demonios que haya en el mundo, los cristianos podemos andar con confianza gracias a Jesús. Él les arrebató el poder que tenían sobre nosotros por causa del pecado, y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. La victoria de Jesús sobre los demonios es también nuestra victoria. Por eso se nos dice en 1 Juan 2:13: “Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno…Os he escrito a vosotros jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”.



Plenamente convencido del poder de Jesús sobre los demonios, escribió Martín Lutero la siguiente estrofa en su conocido himno “Castillo fuerte”: “Aunque estén demonios mil/ Prontos a devorarnos, / No temeremos, porque Dios sabrá cómo ampararnos/ ¡Que muestre su vigor Satán, y su furor!/ Dañarnos no podrá, pues condenado es ya/ Por la Palabra Santa”.



Cristiano, no temas a los demonios, teme a Jesús, y el temor a Jesús espantará a los demonios de tu alrededor. Dios nos ha dado poder en Jesucristo para vencer al maligno. Escrito está: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”.



 



Se arrodilló



El endemoniado se siente atraído hacia Jesús como por un poderoso imán.



Pero no es el hombre el que ha decidido correr hacia Jesús como si buscara su ayuda. Son los demonios los que han tomado la iniciativa. Hace mucho tiempo que los demonios han anulado completamente la voluntad del hombre. Y ahora la voluntad de ellos es doblegada por uno más fuerte que ellos, Jesús. De modo que no tienen más remedio que comparecer ante él a toda prisa, corriendo. Se acabó para el pobre endemoniado aquel correr incesante entre cuevas, sepulcros y soledades  mientras era martirizado por los demonios. Involuntariamente los demonios le han llevado esta vez  a los pies de su Salvador. Su desorientado correr ha llegado a su fin. Así ocurre con las personas.



Muchos corren de acá para allá, buscando la felicidad, la fortuna o la paz, pero no encuentran lo que buscan hasta que las circunstancias les llevan a los pies de Jesús. Ese lugar constituye el final de toda agitación. ¿Has llegado tú ya a los pies de Jesús? Si quieres descanso y paz, allí lo encontrarás. No en vano dijo él mismo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).



El endemoniado se arrodilla ante Jesús. No se trata de una postración en busca de ayuda. Recordemos que la voluntad del hombre está completamente cautiva por los demonios. El relato narra una confrontación entre Jesús y los demonios. Es a partir del versículo 15 que Jesús habla con el hombre, y en el versículo 18 que el hombre le habla a Jesús, rogándole que le deje estar con él.



En realidad, son los demonios los que se arrodillan ante Jesús. Y es que, también el infierno tiene que prestar sumisión a Jesús. También Satanás le está sujeto. Y así, el Dios encarnado Jesucristo aparece delante de un hombre poseído por el infierno. Y aparece tranquilo, en quieta y confiada superioridad, ante el cual los demonios tiemblan, sufren, se atemorizan,  y se postran en el polvo, como en cumplimiento de la maldición que Dios pronunciara sobre la serpiente, de que comería polvo (Génesis 3:14) y de que vendría el que le habría de herir mortalmente en la cabeza (Génesis 3:15).



Jesús es la semilla de la mujer que destruirá por completo el dominio de Satanás sobre los hombres. Los demonios lo han reconocido, su postración indica sumisión forzada. De sí mismos jamás se postrarían ante el Hijo de Dios, pero no tienen más remedio que hacerlo. Su postración no es adoración, sino capitulación, el reconocimiento de que se encuentran ante un poder superior.



Gracias a Jesús podemos liberarnos del azote terrible de los demonios. Jesús es más fuerte que todo el infierno junto. Teme a Jesús, y los demonios te temerán a ti.


 

 


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COMENTARIOS

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Ángel
11/12/2021
10:02 h
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Como es posible discerir con el Espíritu de Sabiduría entre tantas corrientes y denominaciones cristianas y a veces tan antagónicas entre ellas?
 



 
 
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