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El poder del perdón

Cuando perdonamos, no estamos justificando a nuestro agresor, sino salvándonos a nosotros mismos de una vida de rencor y odio.

#PERSEGUIDOS AUTOR 945/Samuel_Garcia 14 DE NOVIEMBRE DE 2021 23:00 h

Alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas.



Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y sus niños, y a Raquel y a José los últimos.



Y él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano.



Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron.



Génesis 33: 1 – 4



 



La historia del pueblo de Dios está marcada por sucesos que “nunca” debieron haber tenido lugar, al menos, no desde nuestra perspectiva humana, y que, sin embargo, definieron para siempre la obra de Dios con su gente: un joven muchacho lleno de dones cuyos hermanos venden como esclavo, una ramera extranjera que se convierte en una de las tatarabuelas de Jesús, un talentoso rey que fue el primero y el último de su dinastía…



Y una historia que todos conocemos: la de un primogénito que perdió sus derechos en favor de su hermano, que apenas era unos minutos menor que él. La historia de Esaú y Jacob no es una historia romántica en la que el hermano mayor le cedió gentilmente a Jacob la bendición que le correspondía. En realidad, ninguno de estos mellizos era el prototipo de caballerosidad que nos gustaría encontrar en la Biblia: Esaú despreció su primogenitura, la tuvo por poca cosa; Jacob aprovechó el sentimiento de su hermano para confabular con su madre, engañar así a su padre y obtener así la bendición que correspondía a Esaú. Nada que no pueda suceder hasta en las mejores familias.



Después de aquello pasaron veinte años. Esaú y Jacob no volvieron a verse en ese transcurso de tiempo y, en realidad, quizás fue lo mejor que pudo sucederles a ambos. La Biblia narra que Esaú aborreció a Jacob de tal manera que juró matarle en cuanto pudiese. Así que ambos construyeron sus vidas por separado: Jacob se casó, tuvo hijos, volvió a casarse con su cuñada, continuó teniendo hijos e, incluso, tuvo tiempo para pelear con un ángel. Esaú también prosperó: formó una familia, dirigió a su tribu y llegó a tener bajo su mando a cuatrocientos hombres.



Al igual que en la historia de Jacob y Esaú, en Boda, un pequeño pueblo de la República Centroafricana, estaban presentes todos los ingredientes para un extenso y sangriento conflicto entre cristianos y musulmanes. Durante generaciones, tanto musulmanes como cristianos vivieron en Boda. Los musulmanes se dedicaban principalmente al comercio de diamantes que encontraban en la zona. Los cristianos trabajaban como agricultores y obreros en las minas de diamantes.



Aunque a veces había matrimonios mixtos entre los distintos grupos, las tensiones siempre estaban presentes. En 2012, Seleka, una mezcla de milicias mayoritariamente musulmanas conquistó casi todo el país. Atacaron las zonas cristianas y animistas de la ciudad. Asesinaron a la gente, saquearon y destruyeron muchas propiedades y obligaron a miles de personas a huir a campos de desplazados improvisados donde vivían en condiciones espantosas. Los musulmanes trataron de hacer imposible la vida en Boda a los cristianos con la esperanza de que se fueran para siempre. 



En 2014, Seleka se vio obligado a retirarse mientras las fuerzas internacionales de Francia y la ONU trabajaban para restablecer el orden en el país devastado por la guerra. Pero los musulmanes locales de Boda se quedaron allí, aunque temían el día en que las fuerzas internacionales se marcharan.



Las milicias anti-Balaka, en su mayoría animistas, se alzaron por todo el país para proteger a la población de la impunidad de los Seleka, pero pronto se convirtieron en culpables de una brutalidad similar. Sus soldados también estaban presentes en Boda y sólo esperaban que las fuerzas internacionales se marcharan para atacar. Muchos de los cristianos y animistas locales se unieron a los anti-Balaka y estaban dispuestos a abalanzarse sobre los musulmanes que tanto daño les habían hecho. Era un desastre sangriento a punto de ocurrir. 



Una “línea roja” invisible separaba el barrio musulmán del resto de la ciudad. Nadie se atrevía a cruzar esa línea sin la protección de los soldados internacionales. En ambos lados había hombres armados que vigilaban secretamente el lugar, con las armas cerca y preparadas. El pastor Jean nos cuenta: “Todo el mundo sabía que te jugabas la vida si cruzabas esa línea sin protección. Te disparaban en cuanto te veían o te detenían y te llevaban a su cuartel general. Pero allí fuimos. Lentamente, con calma, en medio de la carretera para que todo el mundo lo viera, con la Biblia en la mano, nos dirigimos hacia la línea roja. No pasó nada. Todo estaba tranquilo. Cruzamos la línea roja. No pasó nada. Vimos que la gente se quedaba mirando, sin saber qué hacer. Seguimos caminando”.





Algunos de los líderes musulmanes vieron a dos pastores cruzar a su barrio. Los conocían muy bien. Antes de 2012 se habían encontrado a menudo con ellos. Estos líderes musulmanes salieron de sus casas hacia la carretera para encontrarse con los valientes pastores. Entonces, a la vista de todos, los pastores tendieron la mano a los ancianos musulmanes. Cuando los ancianos les estrecharon la mano, los pastores también los abrazaron.



Jean dice: “Les dijimos que les habíamos perdonado y que los queríamos como antes. Les pedimos que aceptaran nuestra oferta de paz, y lo hicieron. Con entusiasmo. No es que todos los musulmanes fueran a matar a los cristianos. Antes éramos amigos”.



Junto con sus homólogos musulmanes, los dos pastores continuaron su paseo por el barrio musulmán hasta llegar a la línea roja del otro lado. Allí se despidieron de los líderes musulmanes mientras los cristianos, desconcertados, los veían salir sin problemas del lado musulmán. 



La historia de lo que habían hecho los dos pastores se extendió como un reguero de pólvora por la ciudad. El pastor Pierre dice: “No pudimos dar nuestros sermones ese domingo en la iglesia. Todo el mundo nos preguntó si era cierto que habíamos atravesado territorio enemigo. Les explicamos que habíamos perdonado a los musulmanes y que algunos de sus líderes habían aceptado nuestra oferta de paz”.



No a todo el mundo le hizo gracia. Los líderes anti-Balaka se preparaban para ‘La Gran Lucha’, y muchos cristianos estaban dispuestos a unirse a sus filas, todavía enfadados por todo lo que habían sufrido. Tras ese renovado contacto inicial, los dos pastores aún tenían muchos corazones en ambos bandos que conquistar.



Los pastores sabían exactamente cómo hacerlo. “Los musulmanes tenían dinero, pero no comida”, explica Pierre. “Los cristianos tenían productos agrícolas y leña y otros productos básicos, pero no dinero. Así que animamos a la gente a comprar y vender alimentos en un pequeño mercado que pusimos en marcha justo en la línea roja”.



Poco a poco, la paz empezó a erosionar el odio en los corazones de muchas personas. A continuación, los pastores consiguieron crear una plataforma para los líderes religiosos: católicos, protestantes y musulmanes se reunieron, dialogaron y se asesoraron sobre la paz. Juntos convencieron a una gran mayoría de las personas que vivían en Boda y sus alrededores para que se reconciliaran por completo.



Junto con los dos pastores, camino hacia la gran mezquita en el centro del barrio musulmán. Por el camino, algunos dignatarios musulmanes que pasan por allí también nos saludan. También lo hacen los comerciantes y obreros musulmanes. Está claro que estos pastores se han hecho buenos amigos de ellos.



No siempre fue fácil promover la paz. Los vecinos opuestos al proceso de paz detuvieron una vez al pastor Pierre y le amenazaron de muerte. E incluso posteriormente, más allá del último trimestre de 2017, siguen habiendo elementos en el lado cristiano y animista de la ciudad que quieren expulsar a los musulmanes de Boda. Pero la gran mayoría de la gente de Boda aprecia la nueva paz. El mercado bulle de actividad, igual que antes de 2012. Boda es la prueba de que es posible que cristianos y musulmanes convivan, incluso después de todo lo ocurrido.



También sabemos todos como terminó la historia entre Jacob y Esaú. Esaú ni siquiera pudo esperar a que su hermano llegase, así que corrió hacia él. Quizás le extrañó ver que cojeaba, sería una buena historia para que le contase después. Al fin y al cabo, era su hermano. No creo que Esaú tuviese un tratado teológico acerca de la importancia del perdón, pero si estoy convencido que durante el tiempo que le guardó rencor a su hermano vio que, quien estaba consumiéndose era él mismo, así que no vio en Jacob al estafador que le robó su bendición, sino al hermano con el que incluso había compartido el vientre de su madre.



La historia de estos hermanos, así como la de Boda, nos enseñan algo: cuando perdonamos, no estamos justificando a nuestro agresor, sino salvándonos a nosotros mismos de una vida de rencor y odio. Quizás no podemos olvidar lo que nos han hecho, pero si podemos recordar sin dolor, como quien mira una cicatriz de una herida que ya está cerrada.


 

 


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