¿Jesús revolucionario, o Jesús domesticado?

“Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6:20).

Los evangelios no presentan a Jesús por los caminos de Israel, proclamando un mensaje religioso para culpabilizar a la gente de sus pecados. Su primera preocupación fue el sufrimiento y la marginación de tantas personas que, por ser pobres y excluidos, o por padecer enfermedades físicas o psíquicas, eran consideradas no-personas y, por tanto, estaban alejadas de todo vínculo fraterno/social. Si Dios se pone de su parte, no es porque se lo merezcan, sino porque lo necesitan. No es que a Jesús no le preocupase el pecado, claro está, sino que, para él, el pecado que ofrecía mayor resistencia al reino era, precisamente, causar sufrimiento impunemente a los desposeídos y abatidos, o tolerarlo con indiferencia culpable.

Descubrir y situar la realidad en el horizonte del reino de Dios significa, entonces, valorar e implicarse en medio de ella de forma muy distinta a la ideología hegemónica. Este es un dato de primerísima magnitud en el evangelio y explica, en última instancia, el conflicto de Jesús con la autoridad que le llevó a cuestionar hasta la muerte y muerte de cruz un orden moral, social, económico, político y religioso injusto e inhumano.

¿Nos dice algo este mensaje en un momento como el actual? ¿Tiene la Iglesia hoy corporeidad histórica a la manera de Jesús? ¿Cómo y dónde ha de situarse en un momento en el que la corrupción, la injusticia, la impunidad, el despilfarro y la idolatría del dinero parecen tener, como siempre, la última palabra perpetuando estructuras sociales perversas y provocando crisis socioeconómicas evitables?

Jesús no es una construcción ideológica de la iglesia. El primer momento eclesial es cristológico, es decir, implica creer y vivir desde la imitación del Dios encarnado. La auténtica radicalidad de la cristología del seguimiento, por tanto, no consiste sólo en proclamar a un Jesús que es Señor, sino a un Señor que es Jesús y vivió y murió como lo hizo. La Iglesia, hoy, tendrá que tomar nota.