La verdadera unidad es espiritual, y somos llamados a cuidar de ella. Proviene de nuestra identificación con Cristo, y su humillación.
“…solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”.
¿Cómo podemos “guardar la unidad en el Espíritu”? La verdadera unidad es espiritual, y somos llamados a cuidar de ella. Proviene de nuestra identificación con Cristo, y su humillación: “Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Es la expresión del amor que muestra al mundo que somos sus discípulos: “En esto sabrán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los uno con los otros”; “completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa”. No puede haber unidad sin humildad: “Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión”. El fin es la adoración: “…para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Debemos permanecer unidos con un propósito, por causa el Evangelio: “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio”; “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Hay una sencilla frase que lo resume muy bien: “La gente que ama a Jesús ama a la gente que ama a Jesús”. Lo que nos une no es nuestra raza, procedencia, ideología o ninguna otra circunstancia, sino el estar unidos a Cristo. El ejemplo de los radios de una rueda, cuyos puntos se acercan más entre sí cuanto más cerca están del centro, es una buena ilustración. ¿Cómo se demuestra esta unidad de una manera práctica?
El conocido libro de Gary Chapman Los cinco lenguajes del amor enumera las palabras de afirmación, el tiempo de calidad, los actos de servicio, los regalos y el contacto físico como las distintas formas de expresar aprecio. Yo añadiría la oración intercesora como “el sexto lenguaje del amor”. Jesús expresó estos lenguajes a lo largo de su ministerio, al igual que el apóstol Pablo después, con una preocupación genuina por el pueblo de Dios. Estas expresiones deben comenzar en nuestro entorno más cercano, pero no detenerse ahí. Amamos a la iglesia universal, a los santos que nos han precedido, a quienes tenemos cerca y a todos los que sufren por causa de Cristo a lo largo y ancho del globo. ¿Cómo podemos enviar “palabras de afirmación” a nuestros hermanos en lugares remotos? ¿Cómo dedicarles tiempo de calidad? ¿Cómo servirles en la distancia? ¿Cómo enviarles regalos en señal de nuestro afecto? ¿Cómo abrazarlos? Quizá no podamos estar presentes en la mayoría de los casos, pero siempre podemos orar, y también enviar mensajeros, como hacían los primeros cristianos.
El apóstol Pablo menciona varios de estos mensajeros, tanto enviados por él para confortar a otros, como enviados por la iglesia para cubrir sus necesidades. También menciona a hermanos que se preocuparon de una manera especial en sus padecimientos: “Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló. Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día. Y cuánto nos ayudó en Efeso, tú lo sabes mejor”. Piénsalo: identificarse con un preso cristiano no era visto por aquella sociedad como un acto de caridad, sino que en un sentido ponía en peligro a quien iba a visitarlo, asociándolo a quien tenía la mala fama. ¿Acaso no vemos hoy como algunos se distancian de quien puede arruinarles su reputación? ¿Estaríamos dispuestos nosotros a arriesgarnos así por ayudar a un hermano?
El Evangelio advierte que los seguidores de Cristo experimentarán oposición en este mundo, aun de sus seres más allegados. “El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Jesús habla repetidamente en sus enseñanzas del amor mostrado a sus santos que sufren persecución, y de las recompensas futuras tanto para los mártires como para quienes les apoyan: “Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”. “De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna”. “Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Nosotros debemos ser la familia que muchos cristianos necesitan, porque han perdido la suya natural por causa de Cristo. Este es el amor práctico que ríe con los que ríen, y llora con los que lloran.
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