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Desde el otro lado del mar

Thomas Martin se dedicó, apoyado directamente por sus hermanos y su esposa Francisca (Panchita), a llevar el evangelio bíblico por una amplia región aledaña a la ciudad de Monterrey.

EL ESCRIBIDOR AUTOR 45/Eugenio_Orellana 16 DE OCTUBRE DE 2021 18:00 h

El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3.8 NBLA)



Cuando John Westrup decidió ocupar un espacio en el edificio de cristal de Hyde Park en Londres elegido por el príncipe Alberto para que fuera sede de la Gran Exposición Internacional de 1851, su única intención era dar a conocer el invento que él y su hermano Walter habían desarrollado: Un molino de trigo de piedras cónicas. Por su tamaño no podía llevarlo a la feria, pero sí se dotó de dos elementos fundamentales: planos y su conocimiento del producto hasta en sus más mínimos detalles. Se hizo acompañar por su esposa, Bertha Katherine Andrews dejando en casa al cuidado de sus hermanas, los diez hijos que, en su mayoría pequeños, formaban la familia Westrup-Andrews.



Los Westrup eran gente de trabajo. La historia recuerda a John y a Walter como panaderos. Panaderos de un tipo especial porque ellos hacían su propia harina, elaborada en su propio molino. Y era una harina finísima que producía un pan delicioso. John tenía su carácter y Bertha Katherine el suyo. John era impetuoso, soñador y no le daba muchas vueltas a las ideas que le llenaban la cabeza. Bertha Katherine lo frenaba… en algunas cosas. No había tenido mucho éxito en controlar sus ímpetus paternales pues se iba embarazando con tanta frecuencia como los parámetros naturales lo permitían. En materia de fe, sin que eso significara que John fuera un descuidado, era Bertha Katherine la que hacía el mayor aporte para que la familia creciera al amparo de la gracia de Dios.



A la Gran Exposición Internacional asistían muchos creativos a exhibir sus inventos y no pocos empresarios interesados en conocerlos y, eventualmente, adquirirlos. En Europa, la Era Industrial iba tomando un perfil más definido, de ahí que la Feria despertara una atracción universal.



Pese a la gran cantidad de personas que iban y venían por los pasillos de la Feria, poca gente se detenía en el local de los Westrup, al punto que Bertha Katherine terminó expresándole a su esposo la decepción que estaba empezando a afligirla. Esta vez fue John el que le salió al paso: “Amor” le dijo, “mañana, antes de salir para acá, vas a hacer pan con la harina que muele nuestro molino. Lo vamos a exhibir en bandejas muy coquetas, lo vamos a partir en trocitos y se lo ofreceremos a la gente. Te aseguro que cuando gusten nuestro pan, las cosas van a cambiar”. Así lo hicieron y así ocurrió.



Uno de esos visitantes era un señor de aspecto latinoamericano que probó el pan y le dio a su esposa que lo acompañaba. Ambos quedaron impresionados. El señor de aspecto latinoamericano, en un inglés a medio masticar, le pidió a John que le explicara eso de piedras cónicas. Con el plano en la mano y el conocimiento del invento que le brotaba por todos los poros, John hizo una explicación tan brillante que el señor de aspecto latinoamericano quiso instalar uno de esos molinos en su hacienda de San Miguel de Allende, México.



“Quiero llevarme un molino” le dijo, impresionado.



“Va a ser difícil por el tamaño y el peso” le contestó John.



“¡Qué caramba!” dijo el visitante. “En México no hay molinos como este. La harina se consigue por medios artesanales y no es tan fina y el pan no es tan bueno”.



Mientras el señor mexicano cavilaba, John hacía otro tanto.



“¡Tengo la solución!” le dijo, “Puedo ir a México a instalarle un molino. ¿Qué le parece?”



Había hablado John, el impetuoso. Y lo había escuchado Vicente, el poderoso, y, además, Bertha Katherine, la cautelosa.



Sobre la base de un contrato verbal se hicieron los arreglos. Don Vicente se comprometió a correr con los gastos de traslado de la familia lo que terminó de convencer a Bertha Katherine que no podía concebir adecuadamente un viaje por barco con sus diez hijos, todos pequeños. Thomas Martin, el mayor, habría de cumplir los quince en alta mar.  En una especie de acomodo desesperado a la situación, John y Bertha Catherine decidieron dejar en Inglaterra a tres de ellos, los más pequeños y más delicados de salud. Las hermanas de John se habrían de hacer cargo de cuidarlos. Para Bertha Katherine fue aquella la más dolorosa de las decisiones que tuvo que hacer. Trataba de consolarse con la idea que pronto volvería a casa y los vería. Ese pronto nunca llegó. Uno tras otro, los tres niños fueron muriendo; quizás por sus enfermedades; quizás por la pena de sentirse abandonados por sus padres y sus siete hermanos. El dolor de Bertha Katherine fue tan grande que no lo pudo superar. Al tiempo, murió ella y con su muerte, el vínculo férreo que mantenía unida a su familia se resquebrajó y el grupo familiar se desbandó.



Los muchachos habían crecido y, como es natural, cada uno fue trazando su propio rumbo. John padre se fue a los Estados Unidos, las mujercitas se instalaron en Monterrey y el destino quiso que los cuatro hermanos hombres: Thomas Martin, Alfredo, Juan Junior y Enrique Séptimus unieran sus vidas en lo que habría de ser la más grande misión jamás concebida por ninguno de ellos: difundir la Palabra de Dios por todos los rincones de México a donde pudieron llegar.



Volvamos un poco en la historia.



Ya en territorio mexicano, una serie de circunstancias adversas echaron por tierra el proyecto de construir el molino de piedras cónicas. Afectado financieramente por malos negocios, don Vicente canceló el plan desentendiéndose de la mejor manera de los Westrup. Esto obligó a John a buscar una forma urgente de sustentar a su familia. Inquieto e incapaz de refrenar sus instintos creativos, en su tierra natal, además de panadero y co-fabricante de molinos de piedras cónicas, había desarrollado un negocio exitoso de preparación de cerveza. Sin pensar mucho en que siendo cristianos iban a comerciar con una bebida alcohólica, echó a andar en México su pequeña industria artesanal mientras Thomas Martin y Alfredo, sus dos hijos mayores conseguían un trabajo para ayudar a la economía familiar. Bertha Katherine seguía criando.



Por aquellos años, la Iglesia Católica mandaba en todo el territorio nacional. El protestantismo no solo era desconocido, sino también rechazado. Y hasta perseguido. Los Westrup, John luterano y Bertha Katherine bautista, tuvieron que adaptarse a una realidad nueva para ellos. El párroco de San Miguel de Allende habría de ser, a poco de haberse instalado la familia Westrup en ese lugar, un factor determinante para lo que Thomas Martin y sus hermanos habrían de llegar a ser. Lo ayudó a aprender español, le permitió acudir a su biblioteca y pasar horas leyendo la Biblia y, sin proponérselo, lo guió a tener un encuentro personal con Jesús. Al salir de San Miguel de Allende, le regaló su Biblia lamentando no haberlo podido retener a su lado.



A partir de entonces, y hasta el final de sus días Thomas Martin se dedicó, apoyado directamente por sus hermanos y su esposa Francisca (Panchita), a llevar el evangelio bíblico por una amplia región aledaña a la ciudad de Monterrey. Pronto descubrió su talento para traducir himnos del inglés y componer los propios suyos, y así fue que compuso y tradujo varios cientos de himnos, tales como: “Lo he de ver”, “Nuestros pasos encamina”, “Nos veremos en el río”, “Tal como soy” de Charlotte Elliot y traducido por él; “Sol de mi ser”, “Dicha grande es la del hombre”, “Todos los que tengan sed”, “Tentado no cedas” de Horacio R. Palmer y traducido por él.



A su hermano Juan, que habría de morir violentamente cuando un grupo de bandoleros los atacaron a él y a su compañero mientras andaban predicando por los campos de Coahuila, la Convención Bautista de los Estados Unidos lo había nombrado misionero bautista en México. A Thomas Martin, la Sociedad Bíblica Americana de Nueva York lo había adoptado como su representante exclusivo en México y le enviaba periódicamente cargamentos de Biblias que Westrup distribuía, muchas veces casa por casa, penetrando con la Palabra de Dios la dura coraza de religiosidad del pueblo mexicano. Junto con popularizar la Escritura, fue estableciendo iglesias, bautizando a los nuevos convertidos, creando escuelas no confesionales y quizás inconsciente de ello, echando las bases de lo que con los años habría de ser el robusto movimiento evangélico de México.



Dios estaba guiando la vida de Thomas Martin. Contrajo matrimonio dos veces. Con la primera esposa no tuvo hijos; murió de una crisis nerviosa cuando no pudo evitar que su esposo viajara a la frontera con Estados Unidos a retirar un cargamento de Biblias. A los años, cuando ya tenía37 y estaba entregado por completo al servicio misionero contrajo segundas nupcias con una joven de 18 con la que tuvo siete hijos: Enrique, Washington, Berta, Aida, Josué, Irene y Tomás.



El apellido Westrup ha quedado escrito con letras indelebles en la historia del cristianismo en México. Olinda Osuna Westrup de Luna es la autora del libro “Desde el otro lado del mar” que hemos comentado en forma resumida en este artículo y que acaba de salir al mercado a través de Amazon. Por las venas de Olinda corre sangre Westrup. “El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3.8 NBLA)



Olinda Osuna Westrup de Luna. Antes de “Desde el otro lado del mar” había escrito y visto publicadas dos noveles: “Séfora” y “La vendedora de púrpura”. Reside con su marido Guillermo Luna, en San Antonio, Texas.



 



 


 

 


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