En Caná de Galilea y en Jumilla de Murcia, todo fue perfecto, dulce y divino.
Por Benji Gálvez
No es una referencia a un restaurante de comida china, sino a una familia muy feliz. Hay pocas cosas que llenen tanto a unos padres como la boda de su hija mayor. Alegría, deleite, lágrimas, risas… todo entremezclado en el más dulce manjar. Sé que hablo por mi esposa y por mí. Cuando tu hija dice el “Sí quiero” a un chico que también es hijo y tiene padres igual de gozosos que nosotros. Cuando ella llega al lugar donde tendrán lugar los esponsales, y si el joven afortunado no ha puesto pies en polvorosa, y si ella no cambia de idea y corre en dirección contraria… empiezan a suceder cosas mágicas. Una tormenta eléctrica sobre nuestras cabezas, la boda celebrándose en los jardines de un magnífico lugar, el Salón de Bodas y Celebraciones Media Luna de Jumilla (Murcia). Todo precioso, los novios radiantes de felicidad, los invitados ataviados con sus mejores galas, los relámpagos iluminaban el cielo. Los fotógrafos parecían tener competencia. El pastor oficiante, muy amigo de la familia y que ha conocido a la novia desde pequeñita, se lanza al ruedo… “Tranquilos, no va a llover”. Y así fue, aunque alguna que otra ráfaga de viento logró colarse sin invitación, no queriendo perderse el espectáculo… pero no cayó ni una gota. Celebrada la ceremonia, comido el aperitivo, hechas las fotos de los novios con familiares y amigos, los invitados pasamos al salón para la cena. Mientras los camareros recogían todo en los jardines. Una vez que hubieron acabado, casi pudimos ver un guiño del Todopoderoso, como diciéndonos “Ahora sí”… y comenzó a llover.
[photo_footer]Momento tras el compromiso público del matrimonio.[/photo_footer]
La ceremonia contó con una preciosa canción del tío de la novia, acompañado de su guitarra acústica. David, con la alegría que le caracteriza, instó a los congregados a tener fe… a no buscar la seguridad en el dinero, en nada ni en nadie, sino en Aquel que lo dio todo por nosotros. La hermana del novio primero y la de la novia después, les dedicaron sendas lecturas entre nerviosas risas y alguna pequeña lagrimita. La dulzura del momento iba en aumento. El pastor Miguel Zapata en una acertada predicación versó sus palabras en las famosas “Bodas de Caná de Galilea”… y aquellas escuetas pero profundas palabras de la madre de Jesús a los camareros… “Haced todo lo que (Él) os dijere” (Evangelio de Juan 2). Los problemas no hay que buscarlos, vendrán solos, tal vez son la letra pequeña del contrato de la vida. Pero cuando Jesús es invitado a una boda (y a una vida, como la que ahora formarían los contrayentes), y habitamos en el atrio de la obediencia, los problemas tienen solución. Ante ellos, la mejor opción es “Hacer todo lo que Jesús dijo en su Palabra”. En Caná de Galilea y en Jumilla de Murcia, todo fue perfecto, dulce y divino. Mi cuñada Montse lo resumió muy bien… “¡¡Dios estuvo ahí, vaya que sí!!”.
[photo_footer]Photocall Familia Feliz, con la novia de blanco.[/photo_footer]
Se inició la cena con una oración por los alimentos, por parte del padre del novio. El buen hombre, a la sazón mi consuegro, aprovechó para bendecir no solo la comida, sino también a los comensales, y de manera especial al joven matrimonio. Durante la cena los novios, que apenas miraron los platos, hicieron regalos a los abuelos. Qué maravilloso detalle hacia aquellos que nos precedieron. Qué ufanos los abuelos, orgullosos de sus hijos, nietos y biznietos. Los novios supieron ponerse en pie ante las canas y honrar el rostro de los ancianos (Lv 19:32). Reconocieron también a sus madres y padres en un lindo gesto. Tuvieron detalles con los hermanos, tías, etc. Y luego… como alguien ya se habrá imaginado, paró de llover, otro guiño divino, y todos, niños, jóvenes y ancianos salieron al jardín donde bailaron ante un cielo abierto cubierto de estrellas y bajo una luna radiante… Los novios se fotografiaron con “los 7 David” que había en la boda. Todos ellos danzaron como el Dulce cantor de Israel (2 Sm 6, 23; 1 Cr 15). “Mical” no pudo venir a la boda. Los que somos de la tribu del bloque de cemento, es decir, los que no sabemos movernos y preferimos ver los toros desde la barrera, nos sentíamos como contemplando el espectáculo de una maravillosa boda, como aquella en Caná de Galilea hace unos 2000 años. Allí, en aquella boda, donde no faltó el milagroso vino, había una familia feliz… Me pareció poder abrazar a esos novios de Galilea y decirles… «¡Felicidades pareja! ¿Sabéis algo? ¡Nuestra hija también se está casando! ¡Soy más feliz que una perdiz! ¡Jesús está aquí y por eso también nuestra familia es feliz!».
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