¡Que no te vendan la moto!

Hemos sido educados en una estúpida lógica: siempre nos falta algo para estar completos. Siempre hemos de estar aspirando a algo, anhelando algo, logrando algo. Pero siempre nos falta un tramo para consumar la ilusión soñada. Nunca es posible disfrutar de los deseos en plenitud. Hemos convertido la existencia en una permanente insatisfacción, buscando lo que creemos que nos falta siempre en lugares equivocados.

Pero que ocurriría si, de pronto, descubriésemos que todo esto no es más que una trampa, una zanahoria puesta ante nosotros para que nos pasemos la vida aspirando a lo imposible, inquietos, infelices, insaciables, desencantados con lo que somos y tenemos. Se trata de un engaño para que, infelices y descontentos, nunca dejemos de empujar y todo siga igual. ¡Cuántas cosas cambiarían si pudiésemos disfrutar del verdadero “tesoro” que aparece ante nosotros como una invitación a vivir de otro modo!

Mateo 13:44-46 dice: “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró”.

La palabra clave en este texto es: “Gozo” (vs. 44). Cuando la gran alegría por el hallazgo de lo que se estima más valioso sobrepasa toda medida y embarga a una persona, la arrastra, la llena en lo más íntimo y la seduce, entonces ningún precio es demasiado alto. La entrega de todo lo que uno tiene por obtener lo que más anhela no se contempla ni se vive como pérdida, sino como la oportunidad única para disfrutar del tesoro encontrado. Así ocurre con el reino de los cielos. La buena nueva de su llegada es capaz de fascinar, alegrar y hacer girar toda la vida hacia la entregada más apasionada. Nada importa más.