Rhodes ya tenía 60 años y no le gustaba dejar pasar las oportunidades como aquella de ser un buen consejero y mentor para alguien con tanto potencial que podría ser de gran bendición para España.
Por Benji Gálvez
Para sorpresa de Ernest Trenchard, el experimentado misionero Thomas Rhodes correspondió amablemente a su carta, concretando un encuentro entre ambos. Quedaron en el Marylebone londinense, en un modesto restaurante abierto hacía nueve años, el Golden Hind (1). Mientras hablaban degustaron unos platos de pescado con patatas fritas. Para Ernest, Mr. Rhodes era un ejemplo en todo, supo que se graduó en Filología Clásica en la Universidad de Cambridge, ejerciendo después como profesor en diversas instituciones educativas, pero la llamada misionera finalmente se hizo patente y fue encomendado a España, donde se haría cargo de varios colegios evangélicos. Intercambiaron impresiones durante todo el almuerzo y continuaron en unos jardines cercanos. Allí sentados en un banco, Rhodes le expresó definitivamente a Ernest:
—Querido y joven amigo, me atrevo a sugerirle que considere comenzar su servicio misionero en España, pero a tiempo parcial. Puede encontrar un trabajo secular, como profesor de idiomas tal vez, y dedicar su tiempo libre a evangelizar. En mi opinión esto le permitiría demostrarse a sí mismo que su cojera y sus problemas de salud no serían impedimento para que aprecie usted las necesidades de España y pueda ejercer como misionero a tiempo completo más adelante. Creo que igualmente podría usted ser un buen ayudante en nuestros colegios.
[photo_footer]El Golden Hind, en Londres.[/photo_footer]
Aquella reunión fue justo lo que Ernest Trenchard necesitaba para disolver las dudas que le acechaban. Desde ese momento se inició una relación intensa por correspondencia entre Mr. Rhodes y el joven Trenchard. Rhodes ya tenía 60 años y no le gustaba dejar pasar las oportunidades como aquella de ser un buen consejero y mentor para alguien con tanto potencial que podría ser de gran bendición para España. Rhodes recomendó al joven ante los Editores de Echoes of Service (2), y de regreso a España buscó una habitación de alquiler para el joven cerca de la asamblea de Madrid, comunicándoselo a Trenchard por carta. EOS consideró aceptable el servicio de Ernest en las asambleas de Bristol y Devon. Su carta de encomendación fue firmada por las asambleas de Axmouth, Musbury, Colyton y Seaton. Ernest escribió en su diario personal:
De una manera magistral, Dios está encaminándolo todo para que pueda viajar a España y servirle como misionero. No puedo por menos que afirmar mi confianza en su Espíritu Santo y en su guía divina.
Mientras tanto John Crane y su joven esposa Gertrudis vivían su nueva vida juntos sirviendo al Señor en Melilla. Sucesivas guerras habían hecho de Melilla una de las zonas con más necesidad de España. Tampoco era fácil el trabajo evangélico allí (3). Eran momentos convulsos en toda la zona del protectorado español de Marruecos debido a la Guerra del Rif. Pronto Gertrudis vio como desaparecían las comodidades que había gozado junto a su madre en Inglaterra, gracias a la herencia de su padre. Su esposo intentaba ser cercano a los melillenses en su campo de misión, llegando a compartir con ellos su fe y también sus recursos. La madre de Gertrudis les enviaba dinero para ayudarles en la vida diaria en el continente africano. A los pocos meses de casados, Gertrudis tuvo mareos y enseguida se confirmó la feliz noticia, iban a ser padres. La buena noticia no tardaría en ser precedida de la peor noticia para el matrimonio.
Gertrudis sostuvo una batalla sin cuartel con unos seres diminutos. Al menos una vez en semana hervía agua en una gran olla y echaba dentro la ropa, las sábanas, las toallas… Alguien le dijo que era la manera más segura de eliminarlos. Lo más desagradable es que tuvo que aprender a quitarle los piojos a su marido, ya que a pesar de que procuraban mantener un buen aseo personal, a menudo John volvía a casa con los molestos especímenes. Tuvieron que ir al médico debido a la fiebre, dolores de cabeza, erupciones en la piel y el gran agotamiento que sufría el misionero. El diagnóstico pesó como una losa sobre ellos, John había contraído el tifus. John y Gertrudis sabían que una epidemia de tifus había afectado a media Europa unos años antes y que de manera especial España la sufrió con miles de muertos, así que no era algo baladí. Tremendamente consternados, oraron juntos a Dios para que Él obrara su perfecta voluntad. Dios escogió llevarse al misionero. John Crane murió el 21 de octubre de 1923, cuando llevaban apenas 6 meses casados.
Gertrudis intentó reponerse al duro golpe de enviudar el mismo año de contraer matrimonio, y procuró centrarse en las dos vidas que llevaba en su interior. Preparó el equipaje y marchó rápidamente a Madrid, donde en un inicio se hospedó en casa de los misioneros Thomas y Amelia Rhodes (4). El veterano matrimonio cuidó de la joven viuda con total esmero. Cuando faltaba poco más de un mes para que Gertrudis diera a luz, Mr. Rhodes fue a recoger al joven Ernest Trenchard a la estación.
—Cariño, tomaré un autotaxi (5) por si nuestro joven amigo se ha traído media Inglaterra en sus maletas —dijo irónicamente Thomas a su esposa antes de salir.
—¡Thomas y sus exageraciones! —exclamó Jessie— A veces creo que eres andaluz. Dile a Mr. Trenchard que espero que esté todo a su gusto en la habitación. Se la arreglé lo mejor que pude. Si le faltara algo puede pedírselo a los caseros.
[photo_footer]Taxis en Madrid.[/photo_footer]
Para cuando el tren llegó a la estación, ya estaba allí Mr. Rhodes esperando a su novel colega, quien procurando enseguida la adaptación del joven misionero, no dudó en recibirle con un efusivo saludo en castellano:
—¡Don Ernesto Trenchard, bienvenido a España! – exclamó Thomas en el castellano más castizo que pudo. Había dado comienzo la inmersión lingüística para el joven Ernest.
—Dear Mr. Rhodes, thank you for coming…—Comenzó su saludo Ernest en inglés debido a los nervios que le atenazaban.
—Ni una palabra más en inglés querido Ernesto. Ha comenzado para usted su adaptación misionera —asestó un tanto serio Thomas interrumpiendo al pupilo.
Tras intercambiar cordiales saludos, ambos se dirigieron con lo más grueso del equipaje hasta la habitación que el Señor y la Señora Rhodes le habían alquilado y acondicionado. Ernest acomodó sus pertenencias en el pequeño cuarto y recogió en una maleta lo indispensable para pasar unos días en casa de los Rhodes, en el barrio de Tetuán de las Victorias. Sobra decir que fue una invitación que el joven misionero valoró gratamente. Ernest se cambió para acompañar al misionero primeramente hasta la Asamblea de la Calle Trafalgar, donde le esperarían algunas de sus tareas como misionero novel a tiempo parcial. Sin embargo, un pensamiento gris lo turbó levemente, y pensó que aquella habitación no era en absoluto lo que esperaba, ya que apenas tenía sitio para moverse una persona de su tamaño y menos con las incomodidades que le ocasionaba su pierna. Pero, de manera casi instintiva, pronto descartó cualquier tipo de negatividad plantando cara al posible reparo con el mejor antídoto, el agradecimiento. En silencio elevó una sencilla oración de gratitud a Dios por el privilegio de servirle en el campo misionero. Además, contaba con el valor añadido de vivir solo, lo que le obligaría a practicar el español, lo cual era imprescindible si quería servir a los españoles.
Mientras caminaban hacia la Asamblea, Mr. Rhodes explicó al joven que, a pesar de la dictadura de Primo de Rivera, desde hacía unos años los evangélicos en España estaban creciendo en todos los aspectos, pero sobre todo en confianza, cohesión y visibilidad. En general los gobiernos que se habían sucedido buscaban una interpretación más amplia de la libertad religiosa. Aprovechó para explicarle que los hermanos de la congregación tenían muchas expectativas puestas en él, ya que les habían llegado muy buenas referencias a través de “Ecos de Servicio” (EOS) y de parte de hermanos que viajaban a Inglaterra de vez en cuando por temas de trabajo y escribían a la iglesia con informes muy positivos de las asambleas que lo encomendaron.
Por fin llegó el momento y Gertrudis se puso de parto el 28 de abril de 1924. Nacieron los mellizos John Mark Thomas y Amelia Marcia Elizabeth. En España, donde todo se sintetiza en nombres de pila o en apodos, sus nombres pasaron a ser simplemente, Juan y Juana. La abuela de los mellizos se trasladó desde Inglaterra para ayudar a Gertrudis, y su nombre apareció en la revista EOS como misionera. Gertrudis se entregó a la obra misionera como viuda, desarrollando actividades evangelísticas para adultos y para niños en casas particulares. Fue en estas reuniones donde Gertrudis vería por primera vez a Ernesto.
Tras la primera semana hospedado en casa de los Rhodes, Ernesto logró instalarse en su (mini) habitación alquilada y se puso manos a la obra. Acomodó su ropa en un pequeño armario y sus libros en la estantería. Economizó el espacio de forma inteligente, puso las maletas vacías debajo de la cama y colocó una pequeña máquina de escribir sobre el diminuto escritorio. Entonces de entre sus libros cogió su Biblia y la dejó abierta al lado de la máquina de escribir. Al terminar, observó todo y exclamó:
—The warrior's lair is ready! The sword of the Spirit, the Word of God! (¡La guarida del guerrero ya está a punto! ¡La espada del Espíritu, la Palabra de Dios!).
Y casi sin darse cuenta empezó a recitar el texto bíblico de Efesios 6:11-18 esforzándose por hacerlo en español:
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo… Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo… Ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz… Tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos…
—Don Ernesto, ¿va todo bien? ¿Necesita usted algo? —Le sobresaltó la voz del casero detrás de la puerta.
—Gracias Don Antonio, todo bien, no necesito nada —respondió Ernesto.
Con el ceño un tanto fruncido, Antonio bajó despacio los destartalados escalones hasta la cocina y se sentó pensativo en la silla de mimbre mientras su esposa preparaba la comida.
—¿Ya se ha instalado Don Ernesto? —preguntó María.
—Sí, ya está instalado —respondió Antonio.
—¿Y entonces a qué viene esa cara?
—Es que… es que… este inglés es un poco raro, María, ¡habla solo!
—Más raro eres tú, que cuando vas al huerto hablas con las hortalizas y en la granja te pones a conversar con las gallinas y los conejos —le respondió María mientras era asaltada por la risa.
—Bueno, eso es verdad. Además, Don Ernesto ha venido recomendado por los “Señores Ruedas”, así que malo no será —zanjó el tema Antonio.
Ernesto tuvo varias reuniones organizativas con los ancianos de la Asamblea donde iba a servir y pronto empezó a trabajar especialmente los domingos, celebrando reuniones mixtas de Escuela Dominical, celebrando la Mesa del Señor, yendo a comer con los Rhodes, participando en reuniones evangelísticas en un colegio para chicos, ayudando en las meriendas de galletas con chocolate para los jóvenes que se ofrecían en un colegio femenino y finalmente en las reuniones evangelísticas vespertinas. A estas últimas asistían Gertrudis y su madre. A Ernesto le pareció que Gertrudis era un poco antipática, pero no podía juzgar cuando apenas la acababa de conocer. Lo importante para él era que ya estaba en el campo misionero sirviendo al Señor. Se concentró entonces en encontrar trabajo como profesor de inglés dando clases particulares, lo que también le permitiría compartir el Evangelio con los interesados.
Mientras Gertrudis, su madre y los mellizos, regresaban a casa, tras una de las reuniones evangelísticas, la Sra. Willie mencionó un tema incómodo para Gertrudis:
—Hija, ¿te has dado cuenta de que el joven Trenchard te miraba demasiado?
Gertrudis agradeció que el anochecer ocultara su sonrojo y prefirió seguir mirando por la ventanilla del autotaxi haciendo como si no la hubiera oído. Por supuesto que se había dado cuenta de las miradas de Ernest, pero le parecía un joven un tanto pedante, aunque… a decir verdad, también le resultó interesante.
[photo_footer]Primeras notas, 1923.[/photo_footer]
Ya en la intimidad de su habitación, Ernest Trenchard, escribió algunas cartas a la familia explicando brevemente sobre sus primeras semanas en España. Luego tomó las Daily Notes de la Unión Bíblica que acababan de empezar a publicarse en Inglaterra hacía apenas un año, después de que se distribuyeran entre los soldados ingleses en la Gran Guerra. Aquella noche, tras la lectura de las Notas Diarias y una breve meditación en la Palabra de Dios, antes de acostarse, puso todos sus pensamientos en las manos de Dios… el servicio a los creyentes en España, su trabajo como profesor de idiomas, su minihabitación, sus problemas de cadera, los Rhodes, la Sra. Willie, y la Sra. Crane… Llegado a este punto, solo pudo mencionar una palabra… Gertrudis.
Notas
[1] Golden Hind restaurant. (Consultado en línea, 25/07/2021).
[2] Los Editores eran un consejo de hermanos que tenían la responsabilidad de preparar y publicar Echoes of Service(Ecos de Servicio), una revista mensual de noticias misioneras de la principal agencia misionera de las Asambleas de Hermanos (AAHH).
[3] “El 18 de abril de 1922 se ordenó la clausura del templo evangélico de Melilla, abierto el 19 de mayo de 1920”- La España Evangélica ayer y hoy- Esbozo de una historia para una reflexión- por JM Martínez (P. Andamio y CLIE; Viladecavalls, 1994), p. 251.
[4] Varios historiadores y diversas fuentes mencionan a la Sra. Rhodes como Amelia Plummer, mientras que el biógrafo Tim Grass la llama Jessie. Tal vez fuera un nombre compuesto. Cfr. Edificación Cristiana (Agosto-Octubre, 1965) y Manuel de León de la Vega en Protestante Digital.
[5] Los autotaxis comenzaron a circular por Madrid en 1909. “En 1920 el Ayuntamiento (de Madrid) estableció en 800 el número de coches de tracción de sangre; en 100 el de motocicletas con sidecars, en 200 el de automóviles y en 97 el de ómnibus. En 1926 el número de autotaxis alcanza los 2.250 y el de coches simones los 225”. Los carruajes fueron desapareciendo y los autotaxis imponiéndose. El tráfico siempre causó graves problemas en Madrid, el ruido de los carruajes de caballos y mulas sobre las calzadas adoquinadas llegó a ser tan grave que llevó al Consistorio a aprobar una insólita propuesta, pavimentar las calles con corcho. Hecha la prueba en una sola calle, la del Arenal, el ruido se redujo drásticamente lo que produjo gran alegría a los comerciantes y viandantes. Pero al llegar las lluvias, el frágil material no pudo aguantar el paso de ruedas y cascos de los animales, por lo que rápidamente se fue deshaciendo. (Ver aquí)
Fuentes
[1] Ernesto y Gertrudis Trenchard-La enseñanza que permanece, por Tim Grass (Comisión de publicaciones del Centro Evangélico de Formación Bíblica CEFB; Madrid, 2019).
[2] La Historia de dos visiones- La historia de la Unión Bíblica en todo el mundo, por Michael Hews. Traducción de Ernesto Zavala, abril 2001. (Documento pdf). págs. 14-15.
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