Un estudio de los capítulos 2 al 5 de Ester.
Una sonrisa siniestra se dibuja en el rostro de Amán. Entra en su palacio y se dirige a las habitaciones de su esposa:
- Querida - le dice todo entusiasmado- ¡Lo he logrado! ¡Tenemos que festejarlo!
- ¿Qué has obtenido? -le pregunta su consorte.
- El rey ha aprobado la ley de la eliminación total de los hebreos. Lo he convencido que con esta gente no es posible convivir. Se aferran a su propia ley y dicen que solamente el Dios de ellos es el verdadero.
En otro lado de la ciudad, el judío Mardoqueo envía un mensaje a su hija adoptiva, la reina Ester.
La comunicación se hace a través de los eunucos que llevan y traen los correos:
“Amada hija, como tú sabes, estamos en una situación crítica. La ley de la exterminación de nuestra gente ya ha sido firmada por el rey. Te pido que vayas al monarca a suplicarle y a interceder delante de él por tu pueblo”.
Ester empalidece. Un escalofrío corre por su cuerpo. Sabe que lo que se le está pidiendo puede significar su muerte. Por ley, si alguien entra a la presencia del rey sin ser convocado puede ser ejecutado.
El emperador y la mayoría de las autoridades ignoran que la reina es judía. ¿Cómo reaccionaría su esposo si supiera la verdad en cuanto a su raza?
Al leer el mensaje le parece escuchar la voz autoritaria con que su “padre” la corregía cuando era una niña pequeña:
“No te hagas la ilusión de que porque estás en la casa del rey, serás la única de todos los judíos que ha de escapar”.
Siente un nuevo estremecimiento mientras que su rostro se descolora. El resto de la carta lo lee una y otra vez como queriendo estar segura que entiende bien cada palabra:
“Si te quedas callada en este tiempo, el alivio y la liberación de los judíos surgirá de otro lugar; pero tú y la casa de tu padre pereceréis”.
Lágrimas comienzan a correr por los bellos ojos de la reina. Piensa en sus hermanos, primos y tíos que van a ser muertos. Por fin se restablece y puede leer la última frase que nunca jamás se borrará de su memoria y que ha quedado reverberando a través de los siglos:
“¡Quién sabe si para un tiempo como éste has llegado al reino!”. Ester menea su cabeza como despertándose de un sueño. Se acaba de dar cuenta que posee la respuesta a esas interrogantes que ha tenido.
¿Por qué me arrebataron de la casa de mi familia cuando yo prefería ese amor hogareño al palacio real? ¿Por qué me eligieron a mí para estar en el palacio? ¿Por qué soy la reina? La soberana vuelve a sus habitaciones y hace lo que siempre ha hecho cuando una crisis o dificultad se le ha presentado delante de ella.
Cierra las puertas de la habitación y se arrodilla y ora al Dios de Israel. Su rostro preocupado y humedecido por las lágrimas es la expresión de un corazón desesperado que se derrama delante del Todopoderoso implorando dirección, sabiduría y fortaleza.
Cuando se levanta de la oración su semblante ha cambiado. Tiene una tranquilidad que es la paz que solamente el Eterno puede otorgar. Le responde a su padre adoptivo con otro correo:
“Ve, reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mi. No comáis ni bebáis en tres días, ni de noche ni de día. Yo también ayunaré con mis damas e iré así al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca” (v.16).
Mardoqueo se comunica con los otros líderes de los judíos. Entre ellos se ha formado una red de conexiones por las cuales se notifican rápidamente todos los sucesos. Las cientos de puestos de ventas de alimentos que los hebreos tienen no se abren a la mañana siguiente.
Las tiendas de los bazares quedan cerradas. La noticia de exterminio que había sido conocida hace unos pocos días, ahora es seguida por una de esperanza.
La reina Ester va a interceder con el rey a favor de los hijos de Israel. Hay oración en las casas.
Las mujeres y los hombres se reúnen en pequeños grupos para suplicarle a Dios. Los niños preguntan a sus padres por qué se está orando tanto. Y la respuesta es:“Estamos clamando al Omnipotente”.
Está por terminar el tercer día de oración y ayuno. El sol se está ocultando luego de un día hermoso donde los pájaros siguen cantando sus himnos de alabanza al Creador.
El emperador está preocupado por distintos problemas en el reino. A pesar de su guardia personal, tiene temor. No ignora que hay muchos enemigos enmascarados que lo quisieran matar.
Se siente aislado. Tiene bailarinas exóticas que pueden excitar sus sentidos; tiene músicos que lo pueden deleitar; tiene un harén con las doncellas más hermosas del imperio. Sin embargo se siente muy sólo.
Se da cuenta que muchos lo halagan pero que por dentro lo odian y lo querrían ver muerto. Ester se viste con sus ropas más hermosas. La rodea un grupo de sus damas de compañía que también han ayunado y orado con ella.
El emperador está sentado en su sitial magnífico de oro y marfil. Su atavío de telas orientales es lujoso y llamativo. Doce soldados altos, musculosos y con rostros fieros están rodeando el trono.
En sus manos tienen enormes hachas afiladas que resplandecen. Ellos están habituados a realizar un “trabajo” sangriento y brutal sin sentir nada.
Las puertas de la sala real se abren y entra un heraldo:
- Majestad, la reina Ester está aquí y quiere verlo. El rey por un momento se sobresalta. Nunca ninguna de las reinas o las doncellas se ha atrevido a entrar en su presencia sin ser pedida en forma específica.
El monarca da una señal de asentimiento. Su frente está arrugada. Ester, al ver el aspecto sanguinario y bestial de todos estos guerreros,vacila. Siente que su corazón palpita y un sudor frío le cubre nuevamente.
Por un momento cree que se va a desvanecer. Viene a su mente las palabras de David: “Veía yo al Señor siempre delante de mí, porque está a mi diestra no seré conmovido”. (Sal.16:8)
La reina se adelanta con su séquito de doncellas. Ninguna Miss Universo en la historia de la televisión la podría igualar ni de cerca. Su belleza y gracia sobresale.
Sobre su cabeza está la corona con piedras preciosas que su esposo le regaló para las bodas. Sus largos rizos negros caen ondulantes sobre sus hombros perfectos que se adivinan debajo de los tules.
Su atavío de seda con cintas de oro y plata resaltan su excepcional hermosura. Camina con la dignidad y elegancia no de una reina sino de emperatriz.
Sus ojos son penetrantes, inquisidores y risueños. Sus labios son rojos y delicados y esbozan una inocente sonrisa. Su rostro tiene una exquisitez maravillosa; es la combinación perfecta de beldad, pureza, candidez y a la vez profundidad.
Por unos segundos interminables el rey parece que titubea. Los crueles guerreros están prontos a ejecutar sin piedad a la mujer más hermosa de la nación. Ester nuevamente siente que se va a desplomar.
Sin embargo se recompone y dirige su rostro al rey con una sonrisa fascinante. El emperador responde con otra y extiende el cetro que rápidamente la reina toca con firmeza.
-¿Qué tienes, reina Ester? ¿Cuál es tu petición? ¡Hasta la mitad del reino te será dada!
La reina da gracias a Dios en su corazón.
- Si a su majestad le parece bien, venga hoy el rey con Amán al banquete que le he preparado.
El rey y Amán concurren al agasajo. Ester ha cambiado su atuendo. Sus vestidos exhalan el perfume de foráneos bálsamos arábicos.
Durante la fiesta el rey disfruta de la presencia y conversación de su esposa. El primer ministro gasta unas bromas insípidas. Ester habla con seguridad y conocimiento de causa. Su léxico revela la profundidad de su educación. Los mejores vinos del imperio vienen y van, y lentamente van ejerciendo su efecto.
El rey, que es un cincuentón normalmente taciturno y de pocas palabras, ahora, bajo el efecto de varias libaciones, está muy conversador y jovial.
- ¿Cuál es tu petición? Te será dada. Ester solicita nuevamente que el rey y Amán concurran al día siguiente a otro festín y le promete que durante el mismo le presentará su requerimiento.
Al abandonar la morada real para retornar a su palacio, Amán mira como siempre con desprecio a Mardoqueo.
Este, como de costumbre, le devuelve la mirada con cierto aire de ingenuidad, pero no se arrodilla. Amán muerde sus labios y dice para sí mismo: “¡Este sí que me las va a pagar, le voy a hacer besar el polvo…!.
Llega a su casa, reúne a sus amigos y les relata el gran privilegio que se le ha conferido. De entre todos los ministros y militares de rango sólo él ha sido invitado para estar en el banquete de la reina.
Les cuenta que la única espina en su vida es ese judío Mardoqueo que no se humilla y no le hace reverencia.
Su esposa y sus amigos le dan la solución:
- Construye una horca de 50 codos de altura y cuelga a Mardoqueo para que sea un castigo ejemplar para los que desprecian tu autoridad. La primera cosa que Amán hará en la mañana siguiente es solicitar autorización al rey para ejecutar a Mardoqueo y “muerto el perro se acabó la rabia”.
El macabro instrumento se construye de inmediato.
Ester se ha transformado en esta historia, de alguien que al principio obedece y sigue sugerencias y consejos, a alguien que hace decisiones importantísimas.
Actúa en una situación extremadamente difícil, con cautela, serenidad y sabiduría. Muchos hubieran creído que era imposible que esa “dulce doncella” actuara con tal magistral pericia.
La reina no se quedó en oraciones emocionales y superficiales, sino que a la intercesión profunda y del espíritu, accionó decididamente. Ester no es una improvisadora. No es alguien que “se las arregla a último momento” para que todo salga bien.
Antes de ir a ver al rey, concibe un plan que va a seguir en todos sus detalles. Mardoqueo confía absolutamente en la fidelidad de Dios y no tiene dudas que el pueblo hebreo va a ser librado de este inicuo complot.
El tema de la soberanía de Dios se ve en cada frase del relato. La lucha entre las fuerzas del mal y el bien se siente de una manera muy clara.
Pero cuando parece que el mal va a tener el triunfo de una manera increíble, las cosas cambian para el bien del pueblo de Israel. Mardoqueo no le solicita a Ester que haga la intercesión porque ella es la “ultima carta” a jugar, sino porque cree que esta es la gran oportunidad que Dios le ha dado para servirle.
¡Cuántas bendiciones hemos perdido por no aprovechar la coyuntura que el Eterno nos ha dado!
De una manera muy especial se observa la soberanía y el plan divino, y a la vez, la responsabilidad de cada individuo en su accionar.
El padre adoptivo conoce a su hija muy bien y le dice claramente que no se engañe a sí misma pensando que si guarda silencio se va a salvar. Esta frase definitivamente posee un tono de amenaza.
Mardoqueo, que es un hombre temeroso de Dios, íntegro y sincero, no le da lugar a dudas a su sobrina: las circunstancias son críticas. Él sabe que tratar de mitigar falsamente una situación realmente grave es tan peligroso como deshonesto.
En la próxima frase este concepto es elaborado. Nuestra heroína se da cuenta que ese penoso proceso -tan inexplicable que comienza con su desarraigo familiar para estar en el palacio y lograr ser reina-, no es algo fortuito o del azar.
Dios lo ha planeado todo para que en el momento oportuno, nada menos que la esposa del monarca pueda interceder por el pueblo judío. Ester ha preparado un agasajo para el rey, asumiendo que el soberano la perdonaría por su transgresión a la ley al presentársele sin ser llamada.
Cada detalle del texto es extraordinario. La historia fluye y cada toque del escritor sagrado nos da un detalle imprescindible.
Mardoqueo no es insolente ni despreciativo. El está convencido que solamente debe de doblar sus rodillas delante de Dios y no ante un hombre.
Su convicción pone en peligro su vida y no le preocupa que arriesgue sus “relaciones públicas”. Al final del relato veremos que Dios honra a los que le honran (I Sam. 2:30).
Previamente a nuestra historia, las Escrituras nos indican que Mardoqueo le salvó la vida al rey al alertar a tiempo la intriga para asesinar al monarca. Mardoqueo actúa al denunciar el complot no con un sentido de obtener ganancia sino por responsabilidad ciudadana.
- Humildad de Ester aceptanado las sugerencias del encargado del harén.
- Su aprendizaje bajo la tutela del padre adoptivo. “Instruye al niño en su camino y aún cuando sea viejo, no se apartara de él” Prov.22:6.
- Recompensa después de las pruebas. “Riquezas, y honra y vida, son la remuneración de la humildad y el temor del SEÑOR” Prov. 22:4.
-Una mujer que a pesar de ser la reina cree en la oración intercesora.
Su valentía al ir a suplicar al rey por el pueblo hebreo. Su estado anímico –plena convicción de su causa-, se expresa en la frase: “y si perezco que perezca” (4:16)
1 - ¿Qué ejemplo se puede ver en la vida de Ester antes de ser reina que demuestra su humildad y sabiduría? (2:15; 2:20).
2 - ¿Qué pide Ester que se haga antes que ella vaya a interceder delante del emperador? (4:16).
3 - ¿Qué clase de persona es Mardoqueo de acuerdo al relato?
4 - ¿Qué frase dicha por Mardoqueoha "pasado la historia" y se ha repetido miles de veces? (4:14). 5 ¿Qué elementos se ven en esta historia que muestran la Providencia de Dios?
- Josefo dice que la reina se desmaya y que el rey corre en su ayuda. Cita
- The works of Josephus. Antiguedades de los Judios libro 11 capítulo 6
- Hendrickson Publicadores. 1987 pag.301
Tomado del libro “Cuatro mujeres y siete hombres de fe” publicado por la Casa Bautista de Publicaciones. Editorial Mundo Hispano.
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