El contrapoder del evangelio del reino de Jesús de Nazaret aparece como fuerza-para-servir y dar la vida por los demás.
“Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; más al tercer día resucitará. Entonces, Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos le dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Mas Jesús llamándolos les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”.
Marcos 10:32-45
Por tercera vez, después de 8:31 y 9:31, introduce Marcos un anuncio de la pasión en la marcha de los acontecimientos. Y, una vez más, este anuncio aparece situado “en el camino”, cuyo destino aparece aquí por nombre: Jerusalén. El Jesús que camina delante, que se dirige hacia esa meta por decisión personal, y los que siguen sus pasos detrás de él son la representación gráfica de la idea de seguimiento1, aunque aquí los discípulos de nuevo experimentan el miedo porque no entienden la necesidad, ni el propósito de semejante decisión (9:32). Pero, precisamente ahora, cuando se acerca el final de ese camino, Jesús se dirige a los doce en particular para enseñarles, por última vez, las cosas que le van a suceder.
En este tercer anuncio de la pasión aparecen algunos detalles nuevos. Para empezar, Jesús afirma que en su entrega no van a estar implicados solamente los responsables religiosos (sacerdotes y escribas), sino también los gentiles (los poderes políticos). Además, señala detalles de sus padecimientos expresados con diferentes verbos: “entregar”, “condenar”, “escarnecer”, “azotar”, “escupir”, “matar”2. Pero más allá de todo esto, resucitará al tercer día. Cuanto más cerca se encuentra del final del camino, más discernimiento hay en Jesús acerca de las cosas que le han de acontecer.
Sin embargo, frente al dramatismo de los acontecimientos el relato sitúa a la comunidad del seguimiento en un plano de ignorancia absolutamente impresentable. Así como en el capítulo 8, la reacción de Pedro frente a la predicción de Jesús había sido contradictoria, y en el capítulo 9 la discusión de los discípulos sobre quién de ellos debía ser el mayor, ponía de manifiesto sus aspiraciones ocultas, ahora son dos de los discípulos (Santiago y Juan) quienes se salen del tiesto reclamando un “lugar preferente” junto a Jesús. No aspiran sólo al poder, sino al poder absoluto junto al Señor y bajo su bendición. No es extraño que los otros diez se enojaran contra ellos, pero no porque rechazaran esa percepción del reino, sino porque aspiraban a ocupar los mismos lugares. A pesar de la enseñanza recibida, los discípulos continúan dentro de los esquemas no igualitarios, jerárquicos y honoríficos de los que el seguimiento de Jesús en el camino se encuentra muy distante.
La respuesta del Señor es doble: por un lado, se dirige a los mismos Zebedeos, por otra parte, les habla a todos los discípulos. De esta forma va a llevar hasta sus últimas consecuencias el sentido del discipulado como renuncia al poder y lugar donde la vida, apoyándose en la gracia de Dios, se convierte en ofrenda hacia los demás3. El contrapoder del evangelio del reino de Jesús de Nazaret aparece como fuerza-para-servir y dar la vida por los demás4. A renglón seguido, Jesús llama a sus discípulos para enseñarles algo que a estas alturas del camino todavía no han entendido:
“Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellos potestad. Pero no será así entre vosotros…”.
El sentido de estas palabras es tremendamente contundente. Más correctamente traducido el texto no se refiere a “los gobernantes”, sino “a los que parecen gobernar” (“dokountes” = “doceta” = “apariencia”). En este mundo, dice Jesús, los que están arriba se enseñorean de los demás falsificando la autoridad, porque no siempre realizan su gestión a favor de los otros de manera inocente, sino que, a menudo, lo hacen por razones inconfesadas que pasan por defender y preservar sus propias aspiraciones e intereses. Esa es muchas veces la razón por la que han llegado hasta allí, porque con apariencia de bondad ejercen el gobierno no como servicio, sino como poder egoísta, tirano y represor que busca únicamente la autoafirmación y los beneficios del poder y la posición.
Así funcionan las estructuras de este mundo. Este es el modo en el que aparece construida la realidad política, social, económica y religiosa. “Pero no será así entre vosotros”, dice Jesús. Él no se alinea como parte de “Los gobernantes y los grandes”, ni se reconoce en ellos y en sus maneras de gobernar. La comunidad mesiánica ha de entender que el evangelio del reino no viene a situarse como imitación de lo que se encuentra en el mundo; de ninguna manera se trata de una extensión de lo que se ve y se vive en la sociedad.
“El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
El servicio desde la praxis y la enseñanza de Jesús, no se propone como imperativo categórico sino como entrega gratuita por amor a los otros desde un espíritu fraterno. Se trata de entender que sólo descentrando y desinstalando la vida y poniéndola al servicio del reino es posible procesar y comprender la realidad desde otro lugar de observación.
A partir de aquí, ser “primeros” y “grandes” no tiene nada que ver con posición, jerarquía o poder, como entiende estas cosas el mundo, sino que hay que relacionarlo con la entrega desinteresada y desprendida en favor de los demás. Sólo desde estos valores que fundan y construyen comunidad es posible la superación del individualismo egoísta y disgregador que sustenta las estructuras de dominio entre las que nos movemos. Pero, una vez más, esta propuesta no aparece en forma de ley, sino sostenida por la autoridad de un modelo a imitar: “El Hijo del Hombre, no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
A pesar de las predicciones sobre lo que habían de hacer los principales de los judíos y los gentiles con él, Jesús subraya en este momento que no va a ser un mero objeto del destino, porque a él nadie le quita la vida, sino que se interpreta a sí mismo como quien la da en “rescate” por los demás. En estas palabras del Señor resuenan los textos de Isaías 53.
Para Jesús, “servir” no es otra cosa que “dar la vida”. Por tanto, la iglesia tendrá que tomar nota: En un mundo injusto donde por todas partes campan por sus respetos el poder, la ambición, el dominio, el egoísmo y el deseo de autoafirmación, asumir el compromiso de “servir” siguiendo a Jesús supone aceptar el camino de la cruz hasta sus últimas consecuencias. Y es ahí, precisamente, donde se entienden y cobran todo su sentido las palabras del Señor: “Dar la vida en rescate por muchos”. Significa que se ha abierto “un camino nuevo y vivo” (Cf. He. 19-20) de verdadera libertad para entender y vivir el seguimiento como comunidad de contraste, desde la gratuidad del servicio los unos a los otros. (Gál. 5:1, 13).
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