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“Lo sé y no tengo miedo: ¡Soy cristiano y no me avergüenzo!”

¿Cómo los niños pueden mantenerse firmes cuándo todos a su alrededor les presionan por pertenecer a una familia cristiana?

#PERSEGUIDOS AUTOR 950/Sergio_Moro 30 DE MAYO DE 2021 14:00 h

En el seno de una familia cristiana que sufre persecución, cada miembro sin excepción tiene que enfrentar su particular batalla por la fe en un contexto hostil. Los adultos cuentan con una personalidad formada que les permite protegerse de los ataques verbales, amenazas o insultos, pero ¿cómo los niños pueden mantenerse firmes cuándo todos a su alrededor les presionan por pertenecer a una familia cristiana? ¿No deberían de contar con recursos especiales que les ayudasen a fortalecer su fe?



Mina es un chico cristiano de 14 años de Egipto. Hace poco asistió a un campamento de niños cristianos en Egipto. Cuenta cómo era su vida siendo el único cristiano en una clase de 50 alumnos y cómo aprendió a defender su fe y su identidad.



“No sé durante cuánto tiempo me quedé mirando la papelera colocada justo al lado de mi mesa. Debieron pasar varios minutos antes de que el profesor de la clase de árabe me gritara para sacarme de mi viaje de pensamientos profundos: ‘¡Mina!’ gritó con voz potente. Sin duda me llamaba a mí. Después de todo, soy el único Mina de la clase. Todos los demás son Mahmouds, Ahmeds y Mohammeds. 



Mi pupitre estaba en la última fila de mi superpoblada clase de 50 alumnos. Mi colegio estaba situado en uno de los barrios más pobres de nuestro pueblo. Era un día cualquiera de invierno y yo tenía frío. Los trozos de cartón que pegué para rellenar los trozos rotos del cristal de la ventana en la parte superior de mi cabeza, no ayudaban mucho contra las corrientes de aire frío.



La caminata diaria de casa a la escuela con otros niños de nuestro pueblo parecía la marcha de los prisioneros de un campo de concentración. Había leído que solían caminar desde sus celdas hasta su campo de trabajo. De alguna manera, me sentía identificado. Sentía que asistir a la escuela era como estar preso en un campo de concentración. 



Durante esos largos paseos y, a menudo, cuando me quedaba mirando el cubo de la basura, sólo pensaba en lo miserable que era mi vida. Me entristecía descubrir que apenas tenía recuerdos brillantes. Soy el más joven de una familia numerosa con cuatro hermanos mayores. Mi padre trabaja mucho, pero apenas puede proporcionarnos ingresos suficientes para vivir. Mi madre siempre parece ser una madre agotada. Está asumiendo el reto de atender las necesidades de nuestra gran familia con unos limitados ingresos. 



No quiero esta vida. Quiero aprender y conseguir un buen trabajo. Me gustaría que me permitieran sentarme en la parte delantera de la clase. Mis profesores no lo permitían. Simplemente odiaban que un estudiante cristiano se sentara delante. Siempre me mandaban a sentarme atrás. 



En cuanto a mis compañeros de clase, nunca me trataron como uno de ellos. Me llamaban con apodos extraños todo el tiempo que tenían que ver con mi nombre y mi fe diferentes. No voy a repetir cómo me llamaban. Durante los largos descansos, solía deambular con mi bocadillo en la mano observando cómo jugaban en grupo y se divertían, deseando que por una vez pudiera unirme a ellos.



Mis experiencias más difíciles como único estudiante cristiano en clase fueron sobre todo con las clases y los profesores de lengua árabe. En Egipto, todos los estudiantes, hasta la etapa universitaria, tienen que recibir clases de religión dos veces por semana. Como soy el único estudiante cristiano de mi clase, normalmente tengo que dejar la clase durante las clases de religión para reunirme con un puñado de estudiantes cristianos de otras clases. Íbamos a una pequeña sala con un profesor cristiano. Él tenía que darnos lecciones ‘primitivas’ de la Biblia que tenían que ver con nuestro libro de clase de religión ‘primitiva’. 





Cuando llegaba la hora de irme a mi clase de religión cristiana, me levantaba delante de todos los demás, cargaba con mi pesada mochila y me dirigía a la puerta. Las miradas y los susurros burlones de mis compañeros musulmanes me herían los oídos y el corazón como si fueran flechas. Sus ojos me acompañaban por el pasillo mientras yo ‘luchaba’ por salir. El peso de mi mochila no me molestaba. La vergüenza y el sentimiento de inferioridad me presionaban mucho más. Sé quién soy. No hace falta que me lo digan. Soy un ‘infiel’. Adoro a tres dioses. Creo en una Biblia corrupta. 



Ahora que había salido de clase, sabía lo que iba a pasar en la clase que acababa de dejar. El profesor de religión árabe-islámica aprovechaba parte del tiempo para burlarse de mí y de mi fe. Les decía a mis compañeros que tanto yo como todos los demás cristianos somos odiados por ‘Alá’... y que también deberían ser odiados por todos los musulmanes. 



Los peores momentos sucedían durante las temporadas de Navidad y Pascua. Los profesores musulmanes lanzaban ataques contra los hechos teológicos cristianos. A veces, cuando estaban de especial buen humor y querían entretener a la clase, me pedían que pasara al frente. Me obligaban a defender mi fe. ¿Pero cómo podía hacerlo? Sólo tengo 14 años.



Hubo muchas veces que pensé en saltar por la ventana y escapar. No sólo de la clase, sino del cristianismo. Después de todo, ni siquiera podía defender mi propia religión. 



Cuando llegaba el domingo, en las clases de la escuela bíblica de la iglesia nunca me enseñaron cómo responder a esas complicadas preguntas sobre mi fe. En la iglesia nos suelen enseñar historias bíblicas y a cantar canciones, pero ninguno de mis profesores de la escuela dominical me enseñó nunca a defender mi fe. 



Odiaba a mis profesores en la escuela por humillarme, a mis compañeros por reírse de mí y a mis padres por ser cristianos, en primer lugar. Deseaba poder sentarme bajo mi pupitre todo el día buscando refugio de las miradas intimidatorias y los ataques verbales. Me sentía tan inútil como el cubo de basura que miraba. Me odiaba a mí mismo, odiaba mi vida y odiaba mi religión.



Hasta que... asistí a un campamento especial para adolescentes. Junto con niños de diferentes iglesias me invitaron a aprender, a entender y defender la fe cristiana, y a vivir con fuerza en el amor de Dios. Incluso hablamos de amar a nuestros amigos musulmanes. 



Fue una experiencia muy emocionante para nosotros. Tuvimos charlas cortas en las que los profesores utilizaron ilustraciones visuales para acercar los difíciles temas bíblicos lo más posible a nuestras mentes. Hicimos dibujos y pruebas de letras perdidas para memorizar versículos importantes de la Biblia que nos hicieron más fuertes. También jugamos a juegos con cartas de oraciones bíblicas e incluso vimos vídeos de descubrimientos de escritos bíblicos antiguos. 





El momento culminante del campamento fue cuando nosotros -los niños del campamento- dejamos que la Biblia fuera juzgada. En esta obra actuamos como si la Biblia fuera un sospechoso acusado falsamente de crímenes. Se defendió de las acusaciones y de los ataques de la duda. Al final del juicio, ¡la Biblia fue declarada inocente de todos los cargos! Me gustó mucho todo lo que aprendí durante el campamento en este ‘juicio de la Biblia’.



Aunque sigo siendo el último de la clase y sigo siendo el único ‘Mina’, ya no quiero esconderme bajo mi pupitre. Cuando salga de clase para ir a mi clase de religión, caminaré con la cabeza bien alta. Estoy seguro de que algún día podré compartir el amor de Jesús con mis compañeros. Quiero explicarles todo lo que he aprendido sobre mi religión, mi Biblia y mi Dios”.


 

 


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