La Comisión de Investigación de la ONU ha calificado el trato de los cristianos por parte de Corea del Norte como un crimen contra la humanidad, y ha recomendado que la remisión del país al Tribunal Penal Internacional.
El próximo 24 de marzo se ha señalado como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. Si tuviésemos que pensar en un lugar en el que los ataques contra los Derechos Humanos y la despersonalización de los seres humanos están a la orden del día, a la mayoría se nos vendrían tres palabras a la mente: Corea del Norte; por años, el régimen norcoreano se ha encargado de eliminar cualquier atisbo de esperanza en aquellos que les gustaría ver una nueva Corea, cimentada sobre el respeto a la dignidad y a los derechos del hombre.
En marzo de 2014, la Comisión de Investigación sobre los Derechos Humanos en la República Popular Democrática de Corea presentó al Consejo de Derechos Humanos de la ONU su primer informe. El documento, de 372 páginas, acentuaba los abusos crónicos y generalizados de los derechos humanos en Corea del Norte. Informaba de cómo innumerables seguidores de la religión “han sido castigados severamente, incluso hasta la muerte”, y afirmaba que “la gravedad, la escala y la naturaleza de estas violaciones revelan un Estado que no tiene paralelo en el mundo contemporáneo”.
La Comisión de Investigación de la ONU también calificó el trato de los cristianos por parte de Corea del Norte como un crimen contra la humanidad, y recomendó que Corea del Norte fuera remitida al Tribunal Penal Internacional. El primer paso de este proceso se llevó a cabo el 18 de noviembre, cuando 111 naciones votaron en la Asamblea General de la ONU a favor de su remisión.
El informe de la ONU concluye que, aunque se produjeron cambios visibles en la política de Corea del Norte hacia la religión en la década de 1970-1990, éstos no apuntan a una relajación general de la presión sobre los grupos religiosos. Por el contrario, el gobierno siguió persiguiendo activamente a los grupos religiosos que funcionaban fuera de las limitadísimas estructuras religiosas controladas por el Estado.
Quienes practican una religión en el país lo hacen sabiendo que pueden ser enviados a prisión por dar gracias a Dios antes de comer o ejecutados por poseer una Biblia.
En 2009, dos mujeres, Seo Keum Ok y Ryi Hyuk, fueron ejecutadas por distribuir Biblias. Se las acusó de tener conexiones con Estados Unidos y Corea del Sur y se las acusó de espionaje y de ser cristianas. Tres generaciones de las familias de las mujeres también fueron detenidas y enviadas a campos de prisioneros, poniendo de manifiesto la política de culpabilidad de tres generaciones en Corea del Norte.
Si una persona casada es acusada de practicar la religión, su cónyuge suele solicitar el divorcio en un intento de salvar a toda la familia del castigo.
Los grupos religiosos también han sido objeto de un trato especialmente duro en los campos de trabajo forzado. A los cristianos se les “obligaba a sacar la lengua y se les introducía hierro en ella”. Otra mujer, detenida por su fe, fue “asignada a tirar del carro utilizado para retirar los excrementos de las letrinas de la prisión. Varias veces los guardias le hicieron lamer los excrementos que se habían derramado para humillarla y disciplinarla”.
Lejos de ser un secreto, la persecución religiosa en Corea del Norte es ampliamente conocida. Según un estudio del Centro de Bases de Datos para los Derechos Humanos de Corea del Norte, el 99,7% de los refugiados entrevistados afirmó que no hay libertad religiosa. De los que habían experimentado, presenciado o perpetrado persecución religiosa, el 45,5% eran protestantes, el 0,2% católicos, el 1,3% budistas, el 1,7% no pertenecían a ninguna religión, el 1,1% a otras confesiones y las creencias del 50,3% eran desconocidas.
La República Popular Democrática de Corea considera que las creencias religiosas son una traición porque se considera que compiten directamente con su ideología nacional, que aboga por el ateísmo. Décadas de opresión religiosa patrocinada por el Estado se resumen en un discurso de 1962 del antiguo líder Kim Il-sung:
“Hemos juzgado y ejecutado a todos los líderes religiosos superiores a un diácono en las iglesias protestantes y católicas. Entre otras personas religiosas activas, todos los considerados malignos fueron juzgados. Entre los creyentes religiosos ordinarios, a los que se retractaron se les dio trabajo, mientras que los que no lo hicieron fueron recluidos en campos de prisioneros”.
A pesar de ello, las instituciones religiosas aparecieron en Corea en la década de 1970 y los edificios religiosos aprobados por el Estado surgieron en las décadas de 1980 y 1990.
Aunque el informe afirmaba que estas organizaciones y edificios abrieron una pequeña ventana de oportunidad para el compromiso con la libertad religiosa, concluía que estos limitados ejemplos de actividad religiosa no constituían libertad de religión o creencia.
Veinte años después, Corea del Norte sigue siendo el primer país de la Lista Mundial de la Persecución. Los cambios en el liderazgo no han hecho sino reforzar la política represiva del Estado contra los cristianos, así como contra otras minorías. Sus derechos son violados constantemente sin ningún tipo de consecuencia jurídica, y el contexto no indica que vaya a haber cambios en estos.
Sin embargo, la Iglesia sigue existiendo. Los cristianos siguen reuniéndose. Simplemente por eso, hay esperanza: en medio de la opresión más atroz, la Iglesia continúa viva. Como el junco se dobla frente al viento, la Iglesia resiste contra el monstruo opresor. Está débil, golpeada, pero sigue viva. Mientras que haya un cristiano dispuesto a pagar el precio por su fe, habrá esperanza.
Y no sólo esto, más aún nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado. (Romanos 5:3-5)
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