Un estudio de Mateo 9:1-8; Marcos 2:1-12; Lucas 5:17-26.
En nuestra sociedad tenemos una tendencia a idealizar y “estilizar” personas o situaciones, con el resultado de que la imagen que tenemos es muy pobre y verdaderamente irreal.
Por ejemplo, los jóvenes se imaginan las guerras modernas como un juego de computadora donde se oprime un botón desde un avión y desaparece una ciudad con veinte mil habitantes.
Desgraciadamente, este tipo de imágenes les altera la noción de la realidad, pues al ver después en un noticiario las escenas reales de un bombardeo o ataque con misiles a una ciudad lejana, no se percatan de que en ese mismo instante su prójimo está muriendo, mientras otros son mutilados, heridos y quemados, y sus hogares convertidos en escombros, fuego y cenizas.
En el caso del paralítico de Capernaúm, la mayoría de las personas que no han tenido un enfermo así en la familia no se dan cuenta de todo lo que esta enfermedad representa.
Es que en la vida real este hombre no estaba acostado en un lecho de rosas y sobre un colchón de plumas. Pacientes con parálisis muy a menudo desarrollan severas llagas o heridas malolientes especialmente en los lugares donde el cuerpo se apoya. Pero muy frecuentemente las personas con parálisis tienen también dificultades muy serias con el control del sistema urinario y la incontinencia es muy frecuente.
Por eso decíamos que la vida de este hombre no sólo tenía la dificultad de no poder caminar, sino también todas las otras cosas que se ven asociadas a esta situación.
Seguramente que sus amigos lo prepararon y le hicieron la higiene necesaria para estar “presentable” delante del Médico Todopoderoso. Sin duda que al moverlo, por más cuidado que hayan tenido, le habrán provocado dolor.
Aquel día en Capernaúm no iba a ser un día común para el paralítico. Quizás empezó la jornada pensando que iba a ser otro día como todos. Sólo sabemos que era un paralítico. No se nos dice si pedía limosnas, pero sí sabemos que tenía buenos amigos bien dispuestos a hacer lo que fuera necesario para ayudarlo.
Cuando en Capernaúm se enteran de que Jesús de Nazaret está allí, estos cuatro hombres determinan hacer todo lo que puedan para llevar al enfermo delante de Jesucristo, de quien sin duda han escuchado que hacía muchos y grandes milagros.
No sabemos si fue fácil o no convencer al paralítico de aquella idea. Yo personalmente creo que fue difícil porque cuando alguien tiene un padecimiento crónico, fácilmente es pesimista.
A diferencia de otros casos, en éste no sabemos por cuánto tiempo había estado enfermo. Suponemos que ha de haber sido por un largo tiempo. Por la simpatía y probablemente por la insistencia de sus amigos, decide aceptar, y estos hombres lo llevan en un lecho que suponemos que sería algo así como una estera.
La causa de su enfermedad, o sea la parálisis, probablemente era la secuela de la enfermedad llamada poliomielitis o parálisis infantil, enfermedad que hoy gracias a Dios puede ser prevenida por la vacuna inventada por el doctor Salk.
Hay otros tipos de enfermedades neurológicas que pueden dar distintos tipos de parálisis; también traumatismos cerebrales en el momento del nacimiento deben considerarse en la etiología. La posibilidad de que la enfermedad fuera un problema muscular, no puede ser excluida.
Lucas 5:17 nos dice: “Y aconteció en uno de esos días que Jesús estaba enseñando, y estaban sentados allí unos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y Jerusalén. El poder del Señor estaba con él para sanar”.
Hubo milagros que se produjeron en presencia de pocas personas, pero este se realizó en presencia de un grupo grande de hombres religiosos.
Versículo 18: “Y he aquí, unos hombres traían sobre una camilla a un hombre que era paralítico, y procuraban llevarlo adentro y ponerlo delante de Jesús”. Probablemente, fue un trabajo muy difícil llevarlo por las calles de Capernaúm; y para colmo, al llegar a la casa, se encontraron con que estaba llena y no había manera de meterlo. La casa estaba tan repleta que era imposible abrirse paso hasta donde estaba Jesús de Nazaret.
¿Qué hacer? La mayoría de nosotros en ese momento hubiera desistido. “Bueno, no se puede... quizás otra vez...”. Pero raras veces vuelve la oportunidad perdida.
Estos hombres lo sabían; tenían un propósito que era poner a este hombre delante de la persona del Señor Jesucristo, pues creían que de lograrlo su problema quedaría resuelto. ¡Qué ejemplo para nosotros hoy día! ¡Qué precioso es poder traer un alma a los pies del Señor Jesús!
Durante su ministerio terrenal el Señor Jesucristo se encontró con todo tipo de personas. Algunos ricos, otros pobres; algunos religiosos, otros como los saduceos que no creían que había resurrección de los muertos. Halló a personas como la mujer sirofenicia que tenía mucha fe y se encontró con otros como el padre del joven lunático, un hombre al que le costaba tener fe, y dijo: “¡Creo! ¡Ayuda mi incredulidad!” (Mar. 9:24).
En esta porción el Mesías se encuentra con un hombre de quien no sabemos cuánta fe tenía él mismo, pero sí sabemos que sus amigos hicieron lo imposible para ponerlo frente a Jesús de Nazaret.
Y lo interesante es que una de las frases más conocidas e importantes del Nuevo Testamento se va a decir en relación con la curación de este hombre: “Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra…”. Este hombre no abre su boca, al parecer, para nada. No pide por su curación, pero estamos seguros de que la agradece.
El Evangelio de Marcos nos muestra la situación en forma bien gráfica en el 2:1, 2 donde leemos: “Cuando él entró otra vez en Capernaúm después de algunos días, se oyó que estaba en casa. Muchos acudieron a él, de manera que ya no cabían ni ante la puerta; y él les hablaba la palabra”. ¡Qué privilegio tan grande tuvieron estas personas a las que el Hijo de Dios les abrió y les explicó las Sagradas Escrituras!
Pero volvamos a estos cuatro hombres que frente a la dificultad estaban dispuestos a perseverar. A alguno de ellos se le ocurrió la idea de subir al techo, mover las partes de la estructura que fuera necesario y por allí bajar al enfermo.
Puede que alguno haya argumentado que segura-mente al dueño de la casa no le iba a agradar que le estuvieran rompiendo el techo. Otro ha de haber dicho que no era bueno interrumpir la reunión donde había tanta gente escuchando.
Otro quizás insinuó que iba a ser penoso para el enfermo que quizás tendría llagas dolorosas debido a la inmovilidad, e insinuó que bajarlo desde el techo usando cuerdas o cosas similares era muy peligroso.
Y creo que podríamos continuar la lista de razones por las que pudo haber pensado que el proyecto podía fracasar. La primera parte del procedimiento no era simple. Había que subir al techo a un hombre paralítico.
Al parecer muchas casas en esos tiempos tenían una escalera exterior por la que se podía llegar al techo. Pero ¿cómo hacían para subirlo? No sabemos si lo llevaron en brazos dos hombres o si utilizaron cuerdas con dos hombres izando de arriba y dos sosteniendo abajo, o de qué manera lo hicieron, pero seguramente que no fue fácil.
De cualquier manera que lo hayan hecho, esos hombres estaban dispuestos a lograr su propósito. Puedo visualizar la escena adentro de la casa. Jesús de Nazaret está enseñando y de pronto alguien empieza a escuchar unos ruidos en el techo. El ruido va en aumento.
Aquellos que tienen la tendencia a distraerse rápidamente se preguntan: “¿Qué pasa?”. De pronto parte de la estructura se empieza a mover y aparecen las caras de unos hombres. Hablan entre ellos como que fuera por pura coincidencia o acierto de sus cálculos, pero abrieron el boquete justo en el lugar preciso.
Con mucho cuidado comienzan a hacer descender al enfermo. Con diligencia hacen el trabajo en forma progresiva para evitar que un lado de la estera baje más que el otro. El versículo 19 de Lucas 5 finaliza: “…le bajaron por el tejado en medio, delante de Jesús”.
Lucas 5:20: “Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: ‘Hombre, tus pecados te son perdonados’”. Estas palabras son un consuelo para nuestro corazón: “al ver la fe de ellos”. Estos cuatro hombres no desmayaron. Cumplieron su propósito de corazón y el Señor respondería.
¡Cuántas veces hemos orado por un largo tiempo y nos entristecemos porque no pasa nada! Aquí tenemos una porción de la Biblia que nos ilustra el poder de la intercesión.
Me imagino la escena. Sin duda en este momento se ha hecho un silencio en toda la casa. El hombre ha sido puesto delante de Jesús de Nazaret. La mirada del silencioso paralítico pide por un milagro.
Los cuatro amigos están mostrando en sus rostros la fe que los ha impulsado a obrar. Es como si dijeran: “Hicimos lo nuestro; ahora van a ver lo que él puede hacer”. Los escépticos muestran también en sus semblantes, con una sonrisa burlona, la incredulidad de sus corazones.
Jesús abre su boca y en vez de decir como lo ha dicho antes: “¡Quiero, sé sano!”, o una frase similar, esta vez dice: “Hombre, tus pecados te son perdonados”.
Pienso que por un momento el enfermo se siente quizás defraudado, hasta que se da cuenta de la profundidad de estas palabras. Él ha sido perdonado de sus pecados, y reconoce que es un pecador.
El Mesías ha visto todas sus necesidades y ha decidido que el perdón de sus pecados es su necesidad primordial. Ahora se da cuenta de que esto puede ser el principio de muchas bendiciones.
¿Conocería él las palabras del Salmo 32:1?: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y ha sido cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehovah no atribuye iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño”.
Lucas 5:21: “Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a razonar diciendo: “¿Quién es éste, que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”.
Y en esto tenían razón. Solamente Dios puede perdonar pecados porque él es el Juez de todo el universo.
Hay cuatro aspectos que podemos considerar en relación con este tema. En primer lugar, él pudo perdonar pecados porque es el Hijo de Dios. Los religiosos sabían muy bien que solamente Dios podía perdonar pecados.
En segundo lugar, él puede perdonar pecados porque es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
En tercer lugar, él puede perdonar pecados porque iba a ir a la cruz del Calvario a morir por los pecadores, como lo expresa 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él”; o como lo expresa Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su camino.
Pero Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros”. En cuarto lugar, él puede perdonar pecados porque es el Juez moral de todo el universo. En Juan 5:26, 27 leemos: “Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también dio al Hijo el tener vida en sí mismo. Y también le dio autoridad para hacer juicio, porque él es el Hijo del Hombre”.
Lucas 5:22: “Pero Jesús, dándose cuenta de los razonamientos de ellos, respondió y les dijo: ‘¿Qué razonáis en vuestros corazones?’”.
Observemos que no es que Jesucristo sospechó lo que ellos estaban pensando sino que lo sabía absolutamente; no sólo lo que estaban cuchicheando sino lo que estaban pensando en sus mentes. Y sin duda lo que ellos estaban pensando era: “Es fácil decirlo pero difícil hacerlo. ¿Cómo probar que en realidad los pecados le han sido perdonados?”. No hay demostración objetiva, no hay nada que los ojos humanos puedan ver.
Pero cuando aquél vio a Natanael le dijo, demostrando su omnisciencia: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:48), les va a enseñar una lección profunda.
Nos preguntamos qué es más fácil para Jesucristo ¿sanarlo de la parálisis o perdonarle los pecados? La verdad es que es más fácil sanarlo. Los profetas del Antiguo Testamento hicieron milagros de sanidad e inclusive de resurrección. Pero para poder decir “tus pecados te son perdonados”, Jesús tenía que ir a la cruz y agonizar allí por nuestra culpa y derramar su sangre preciosa.
Llegamos al versículo 24 de Lucas 5 que es una de las perlas del Nuevo Testamento: “‘Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados’, dijo al paralítico: ‘A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!’”.
No hay demora; el milagro se produce de inmediato. El hombre se levanta, lo cual demuestra que ha recuperado sus fuerzas en las piernas, toma su lecho, lo que certifica que las fuerzas en sus brazos también son normales, y sin más trámite el hombre se va glorificando a Dios. “¡Aleluya, Gloria a Dios!”, quizás exclama.
La multitud le abre paso y él sale con una sonrisa y un gozo indescriptible. Aquel que llegó a la casa por el techo se fue por la entrada principal de la casa. Es que su vida ha sido totalmente cambiada.
No es más un paralítico que depende de otros para vivir. Ahora puede caminar y tiene en su alma algo que no tenía antes, ahora ha sido perdonado por Jesús de Nazaret. Su voz fuerte se va haciendo cada vez más lejana mientras se va cantando alabanzas a Dios. En Capernaúm, por lo menos había uno que sin duda estaba absolutamente convencido de que Jesucristo podía perdonar y era este hombre.
Lucas 5:26: “El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios.Fueron llenos de temor y decían: ‘¡Hoy hemos visto maravillas!’”.
Queremos recalcar que en una enfermedad normal el proceso de recuperación del enfermo transcurre en forma progresiva, mejorando la función, aunque muchas veces sólo recupera una fracción de lo que podía hacer antes.
En los milagros del Señor las curaciones son absolutas e inmediatas. Es lo que se llama restitutio at integrum, es decir, la recupera-ción es total. Este hombre puede caminar con todas las fuerzas normales para una persona de su edad.
Los músculos que estaban atrofiados por el desuso ahora han vuelto a su tamaño y función normales. Los nervios que de alguna manera no transmitían los impulsos nerviosos (como sucede en los casos de poliomielitis) ahora conducen con completa normalidad los impulsos que se originan en el cerebro y las distintas estructuras del sistema nervioso.
Hemos visto en esta historia tres hechos maravillosos. En primer lugar, al paralítico le son perdonados los pecados. En segundo lugar, Jesucristo ve los corazones de los hombres que murmuran. En tercer lugar, Jesucristo le da al paralítico una sanidad instantánea y total.
- La divinidad del Señor Jesús
- La razón por la que Jesucristo tiene poder de perdonar pecados
- La tenacidad de los cuatro amigos
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Tomado del libro Un médico Examina los Milagros de Jesús. Autor Dr. Roberto Estévez Carmona. Publicado por la Casa Bautista de Publicaciones. Editorial Mundo Hispano.
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