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Jesús calma la tempestad

Un estudio de Mateo 8:18-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25.

AHONDAR Y DISCERNIR AUTOR 793/Roberto_Estevez 31 DE ENERO DE 2021 17:10 h
Jesús calma la tempestad. / [link]Free Bible Images[/link].

En Mateo 8:19 leemos: “Entonces se le acercó un escriba y le dijo: ‘Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas’”. Un rato después los discípulos iban a seguir al Señor Jesús y allí, en medio del lago, se iban a dar cuenta de que no siempre es fácil hacerlo.



Parece simple seguirlo por los caminos conocidos de Galilea cuando vamos de un camino que cono-cemos a una ciudad donde hemos estado antes. Pero cuando estamos en medio del mar, y las orillas están lejos, la profundidad es muy grande y la tormenta se desata ¡qué distinto es el panorama!



Mateo 8:20 dice: “Jesús le dijo: ‘Las zorras tienen cuevas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza’”. ¡Qué bueno es para nosotros saber que tenemos un lugar donde recostar nuestra cabeza, para así recuperar las fuerzas después de llegar cansados a casa!; “...pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Pronto lo veremos allí dormido en el barco en el mar de Galilea.



Mateo 8:21: “Otro de sus discípulos le dijo: ‘Señor, permíteme que primero vaya y entierre a mi padre’”. El pedido parecería muy legítimo. Los expertos nos dicen que esto no significa que el padre había muerto ese día o el día anterior, sino que quería decir: “Déjame quedarme con mi padre hasta que él muera”. “Pero Jesús le dijo: ‘Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos’” (v. 22).



Mateo 8:23: “Él entró en la barca, y sus discípulos le siguieron”. El Evangelio de Marcos nos da más detalles en el capítulo 4:35, 36: “Aquel día, al anochecer, les dijo: ‘Pasemos al otro lado’. Y después de despedir a la multitud, le recibieron en la barca, tal como estaba. Y había otras barcas con él”.



La noche había llegado y el Señor Jesús despidió a la multitud. Hablar a una multitud es algo difícil, pero despedir una multitud es todavía más difícil.



Cuando llega el momento de la despedida hay muchos que se acercan con sus problemas y dificultades. Están los que piden por una circunstancia especial en la vida, hay los que están quebrantados y vienen con todos sus problemas.



Notemos que el Señor Jesús siempre despidió a las multitudes y nunca les dijo a los discípulos que lo hicieran ellos porque él estaba muy ocupado.



Lucas 8:22 nos dice: “Aconteció en uno de aquellos días, que él entró en una barca, y también sus discípulos. Y les dijo: ‘Pasemos a la otra orilla del lago’. Y zarparon”. Noten bien que la idea de cruzar el lago no fue de los discípulos sino del Señor Jesús, y no había ninguna razón, que sepamos, por la que esto debía hacerse.



El Señor en su misericordia a veces nos informa de lo que va a hacer. En Juan 11:11 les dice a los discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy para despertarlo”; por supuesto, aquí se refiere al sueño de la muerte y a despertarlo en una resurrección corporal. Cuando el Señor Jesús va a instituir la Cena, la



Escritura nos dice que vinieron los discípulos a Jesús diciéndole: “¿Dónde quieres que vayamos y hagamos los preparativos para que comas la Pascua?”; él les dio instrucciones precisas al respecto.



Es decir, a veces les daba explicaciones de lo que iba a hacer, y otras no. ¡Qué bueno es saber que en nuestra vida a veces no sabemos lo que va a suceder! No sabemos aun si tendremos fuerza para llegar al final del camino; pero el Señor es el mismo ayer, hoy y por los siglos y es el mismo que dice “Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé” (Heb. 13:5).



Retomemos Mateo 8:23: “Él entró en la barca, y sus discípulos le siguieron”. ¡Qué bueno es cuando seguimos al Maestro! A veces nos cuesta seguirlo en medio de las dificultades.



¿Adónde le siguieron los discípulos? Nada menos que a una tremenda tempestad, completamente inesperada y que puso en peligro sus vidas. Sin embargo, los discípulos estaban acos-tumbrados a seguir al Maestro.



En Mateo 4:19, 20 tenemos el seguir al Señor Jesús con el propósito de ser pescadores de hombres: “Y les dijo: ‘Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres’. Y de inmediato ellos dejaron sus redes y le siguieron”. ¡Qué poder, qué cosa tan especial había en las palabras de Jesús de Nazaret, que podía decir una frase y los hombres dejándolo todo lo seguían! (ver también Mat. 9:9; 10:38; 16:24, 25;19:16-22; 19:27; Juan 10:27; 12:26; Apoc. 14:4, 5).



Vayamos a Mateo 8:24: “de repente se levantó una tempestad tan grande en el mar que las olas cubrían la barca, pero él dormía”. Una tempestad absolutamente inusual; normalmente estas embarcaciones eran construidas como para resistir las eventuales tormentas de esa zona. Esta era una tormenta tremenda.



Yo le llamo a esta porción “el naufragio que no ocurrió, pero que desde el punto de vista humano estuvo demasiado cerca”. ¡Qué bueno es saber que cuando el Señor Jesús está con nosotros en el barco de nuestra vida, no hay tormenta ni huracán, ni maremoto que pueda hacernos naufragar!



Consideremos ahora la intensidad de la tormenta. En Lucas 8:23 leemos: “Pero mientras ellos navegaban, él se durmió. Entonces se desencadenó una tempestad de viento en el lago, y ellos se anegaban y peli-graban”.



Lo que al principio del viaje parecería algo sencillo y sin problemas se torna en una gran tempestad. Las olas empiezan a crecer y la barca se empieza a llenar de agua. Nos imaginamos a los discípulos quizás tratando de sacar el agua de la embarcación, pero todo parece inútil.



La barca se empieza a hundir. Ahora nos preguntamos: ¿Fue esa tormenta algo que sucedió, diríamos, “por casualidad”, o fue algo que Dios en su divina providencia permitió para que los discípulos aprendieran una lección importante?



Yo creo que lo último es la respuesta. Como con-secuencia de esto los discípulos van a adquirir un conocimiento del Señor Jesús con una profundidad nunca antes conocida.



La Palabra nos dice que Jesús está en la popa durmiendo sobre un cabezal. Esta es la única vez en el Nuevo Testamento que se nos dice que el Señor Jesús durmió. En Juan 4 se nos dice que estaba cansado del camino; que tuvo hambre en Mateo 4; que tuvo sed cuando le pidió de beber a la mujer samaritana. En Lucas 22:45, cuando se levantó de la oración y fue a sus discípulos los halló durmiendo a causa de la tristeza.



Como hemos sugerido antes, yo me pregunto si el hecho de que el Señor Jesús se durmió no fue el resultado de la falta de atención de sus discípulos, que por así decirlo, cada uno estaba preocupado en sus asuntos y le prestaron poca atención.



Volvamos a Lucas 8:23: “Pero mientras ellos navegaban, él se durmió. Entonces se desencadenó una tempestad de viento en el lago, y ellos se anegaban y peligraban”. ¡Cuántas veces en nuestra vida peligramos y a veces ni nos damos cuenta! La palabra griega que aquí se traduce “peli-gramos” se traduce “arriesgarnos” en 1 Corintios 15:30, 31.



“Acercándose a él, le despertaron…” (Luc. 8:24). ¡Qué precioso es pensar que en esa barca en el mar de Galilea estaba durmiendo aquel que es el Creador de los cielos y de la tierra!



Allí estaba descansando aquel de quien se nos dice en Colosenses 1:17, 19: “Él antecede a todas las cosas, y en él todas las cosas subsisten… por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (ver Mat. 8:25; Heb. 4:15; Rom. 8:38, 39).



Vayamos a Mateo 8:26: “Y él les dijo: ‘¿Por qué estáis miedosos, hombres de poca fe?...’”. Los corrige antes de hacer algo más. A veces la corrección viene antes que un milagro. A veces viene después.



En el caso del muchacho endemoniado que los discípulos no pudieron curar, la Palabra nos dice que al llegar a la casa le preguntaron: “¿Por qué no pudimos echarlo fuera nosotros?” (Mar. 9:28). Noten que la pregunta es similar a: “¿por qué fracasamos?”; y no se la hicieron delante de toda la gente sino que esperaron hasta cuando estuvieran solos.



“¿Por qué estáis miedosos, hombres de poca fe?...”. ¡Qué palabras que nos penetran hasta lo profundo de nuestro corazón! ¡Yo estoy con ustedes en el barco! ¿No sabéis que no hay tormenta que pueda hundir este barco? “Pero Maestro”, diríamos nosotros, “el barco se está llenando de agua, las olas nos golpean con una fuerza brutal.



Las tablas de la embarcación no pueden resistir estos martillazos titánicos”. Pero la pregunta del Señor Jesús continúa: “¿Por qué estáis miedosos, hombres de poca fe?...”. Entonces se levantó. Cuando una barca se está moviendo para todos lados, hacer esto no es algo fácil; pero el Señor Jesús se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza.



Para mí esto es muy especial. Hoy, mientras escribo estas líneas, estoy contemplando una tormenta en el mar. Las olas de tres o cuatro metros se levantan y con furia castigan a las rocas de la playa que con un aire estoico aguantan, sin quejarse, los latigazos de toneladas de agua que se esparcen luego sobre la orilla.



Me imagino entonces la escena: las violentas olas que se han alzado quedan como paralizadas y en vez de golpear la embarcación ahora caen suavemente como si una parálisis instantánea las hubiera afectado.



El viento que sopla con la fuerza de un huracán de pronto se detiene. Es que desde aquella pequeña barca Jesús de Nazaret ha dado la orden y se hace una gran bonanza.



Pero notemos que el Señor Jesús reprendió al viento y al mar. Antes de eso reprendió a los discípulos. Ahora reprende a las fuerzas de la naturaleza.



En Job 38:8-10 leemos: “¿Quién contuvo mediante compuertas el mar, cuando irrumpiendo salió del vientre; cuando le puse las nubes por vestido y la oscuridad como pañal? Yo establecí sobre él un límite y le puse cerrojos y puertas” (ver también Sal. 65:7; 89:8, 9; 93:4; 107:23-25).



Y alguien nos diría en forma hipotética: “¿qué pasaría si las olas del mar no le obedecieran?”.



La respuesta está en Isaías 50:2: “¿Por qué vine, y nadie apareció? ¿Por qué llamé, y nadie respondió? ¿Acaso es demasiado corto mi brazo que no pueda rescatar? ¿Acaso no hay en mí fuerzas para librar? He aquí que con mi reprensión haré que el mar se seque...”. El Señor es tan grande que la naturaleza misma lo obedece en forma absoluta (ver también Apoc. 10:1, 2).



“Y se hizo grande bonanza” (Mat. 8:26). Lo que unos minutos antes era una tormenta brutal ha desaparecido. El silencio absoluto ha vuelto y el rostro de los discípulos ahora exhibe una sonrisa.



Versículo 27: “Los hombres se maravillaron…”. Antes, durante la tormenta, tenían temor, ahora tenían otro tipo de temor al darse cuenta de que delante de ellos estaba alguien que podía hacer lo que ningún ser humano podría. Continúa el versículo: “…y decían: ‘¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?’.



El Señor Jesús tiene no sólo dominio sobre los vientos y el mar, tam-bién lo tiene sobre todos los seres angelicales. En Hebreos 1:6 leemos: “…Adórenle todos los ángeles de Dios”. Él dijo: “¿O piensas que no puedo invocar a mi Padre y que él no me daría ahora mismo más de doce legiones de ángeles?” (Mat. 26:53).



Tiene también dominio sobre la muerte y el Hades. En Apocalipsis 1:18 leemos: “Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”. En Filipenses 2:9, 10 leemos que: “…Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra;”.



Y podríamos continuar hablando de quién es él. Él es el unigénito del Padre; el eterno Dios, aquel en quien habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente.



El viento y el mar le obedecen, en primer lugar, por ser el Creador. En Isaías 40 se nos habla de la grandeza de Dios: el Dios de Israel es incomparable. El versículo 12 nos dice: “¿Quién midió las aguas en el hueco de su mano y calculó la extensión de los cielos con su palmo? ¿Quién contuvo en una medida el polvo de la tierra, y pesó los montes con báscula y las colinas en balanza?”.



En el versículo 15 nos dice: “He aquí que las naciones son como una gota de agua que cae de un balde, y son estimados como una capa de polvo sobre la balanza. Él pesa las islas como si fuesen polvo menudo”.



En esta porción el Espíritu Santo usa en Isaías un lenguaje muy expresivo. Las naciones con todo su poderío son semejantes al polvo de una balanza, algo que no pesa nada, que no im-porta, que no hace cambiar el valor total de lo que se está pesando.



Cuando Dios usa un antropomorfismo cuando tiene que medir los mares y los océanos no tiene ningún problema. Él es tan grande que le alcanza usar el hueco de su mano.



“¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?” (Mat. 8:27). ¿Quién puede con una sola palabra ejercer este poder tan extraordinario? Sin duda solamente Dios puede hacerlo; y Jesucristo es Dios manifestado en carne.



Él no hizo el milagro para demostrar su poder o su divinidad sino para enseñarles a sus discípulos que él está con nosotros en las tempestades de la vida y que podemos confiar en él.



“Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28).



 



Temas para predicadores



- La autoridad de Jesucristo sobre las fuerzas de la naturaleza



- Las tormentas en la vida



- Cuando Jesucristo está “durmiendo”



- ¿Qué hay de vuestra fe?



Tomado del libro: Un médico examina Los Milagros de Jesús. Publicado por la Casa Bautista de Publicaciones Editorial Mundo Hispano. Autor Dr. Roberto Estévez Carmona


 

 


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