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Los diez leprosos

Un estudio de Lucas 17:11-19.

AHONDAR Y DISCERNIR AUTOR 793/Roberto_Estevez 27 DE DICIEMBRE DE 2020 11:20 h
Uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió glorificando a Dios. / [link]Free Bible Images[/link]

Algunos de ellos eran altos, otros bajos; unos más maduros y otros más jóvenes. Los había que parecían proceder de familias “pudientes”, mientras otros de ambientes muy humildes.



Nueve de ellos eran israelitas y uno samaritano. En la vida normal los judíos y samaritanos no se relacionaban en absoluto, como leemos en Juan 4:9.



Estos diez hombres tenían la misma necesidad y el mismo problema. Aunque hayan sido distintos, al acercarnos y observarlos más detenidamente nos hubiéramos quedado horrorizados al ver las terribles deformaciones que la enfermedad había producido en sus rostros y las pocas partes expuestas del cuerpo.



Este milagro se caracteriza por el número de enfermos del mismo padecimiento. Muchas veces leemos que el Señor Jesucristo curaba toda clase de enfermedades, pero en pocas ocasiones curó varios enfermos del mismo mal.



En Mateo 20:30 tenemos a los dos ciegos sentados junto al camino, a quienes sanó.



Cuando dos o tres personas se juntan y tienen en común que padecen de la misma enfermedad, como por ejemplo la diabetes, suelen compartir sus alternativas en cuanto a cómo sobrellevarla.



Pienso que estos diez hombres estaban en distintas etapas del desarrollo de la lepra. Quien está en un estado incipiente del mal al contemplar a quien ya se encuentra en su etapa final, dirá para sus adentros: “Ojalá nunca llegue a tal estado”. Los que todavía estaban mejor, han de haber visto en los otros la con-dición que les esperaba a ellos.



Versículo 11: “Aconteció que yendo a Jerusalén, pasaba por Samaria y Galilea”. Lockyer señala acertadamente que Jesucristo nunca participó de ningún tipo de apartheid [segregación] como se ha hecho en varios lugares.



Versículo 12: “Cuando entró en una aldea, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos”. Creemos que no eran de la aldea, pues no les estaba permitido vivir en la comunidad. Levítico 13:45, 46 dice: “En cuanto al leproso que tiene la llaga, sus vestidos serán rasgados, y su cabeza será despeinada. Se cubrirá hasta la nariz y pregonará: ‘¡Impuro! ¡Impuro!’. Todo el tiempo que tenga la llaga, que-dará impuro. Siendo impuro, habitará solo, y su morada estará fuera del campamento”.



Es decir, que al problema de una grave enfermedad le seguía la separación de los suyos, debiendo aislarse de los demás seres humanos. No bien se diagnosticaba el mal que era pronunciado mundialmente con horror, debía abandonarse todo: familia, amigos, vecinos, ocupación y lugar de trabajo. Muy raramente en aquella época, cuando no existía tratamiento alguno, se producía el reingreso de alguno a su comunidad.



Versículo 13: “y alzaron la voz diciendo: ‘Jesús, Maestro, ten miseri-cordia de nosotros’”.



Versículo 14: “Cuando él los vio, les dijo: ‘Id, mostraos a los sacer-dotes’. Aconteció que mientras iban, fueron limpiados”.



Fácil le hubiera sido al Señor Jesús ignorar aquellas voces distantes. Es más difícil negarle algo a alguien que se nos apersona, a que si nos escribe o telefonea pidiendo algo.



Notemos la respuesta del Mesías: “Id, mostraos a los sacerdotes”. Alguno de ellos podría haber pensado: “¿Qué está diciendo? Todavía recuerdo cuando el sacerdote me dijo: ‘Es lepra’”. Pero esa voz les responde desde la distancia con fuerza y seguridad. Lo poco que oyen les es suficiente y deciden obedecer.



Alguien dirá que después de todo, tampoco tenían mucho que perder. Si es difícil para tres o cuatro personas ponerse de acuerdo en algo, cuánto más podría ser para diez, y todavía cumpliendo una ordenanza “carente de sentido”.



Bien que alguno podría decir: “¿Qué tengo para mostrarle al sacerdote sino un cuerpo llagado, manos llenas de cicatrices de heridas y quemaduras provocadas por mi insensibilidad, y un rostro desfigurado que da pena mirarlo?”.Pero mientras iban alejándose, seguramente que hubo uno que pri-meramente sintió que algo había sucedido en su cuerpo.



Pronto la sor-presa fue colectiva: habían quedado limpios. El milagro no ocurrió sino hasta que se pusieron a andar el camino. Ignoramos si fue a poco de salir o tras un buen rato de caminata. Lo que sí sabemos es que el milagro no acontece sino hasta que se dirigen a ver a los sacerdotes.



No es que el Señor Jesucristo no pudiera hacer el milagro de inmediato y a la distancia, con el solo poder de su voz, sino porque quiso hacerlo así para que se mostrara la obediencia de la fe en su palabra.



Versículo 15: “Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió glorificando a Dios en alta voz”. Aunque su acento extranjero sonara distinto, a él ninguna otra cosa le importaba sino glorificar a Dios. El milagro que siempre había soñado finalmente se producía.



Versículo 16: “Y se postró sobre su rostro a los pies de Jesús, dándole gracias. Y éste era samaritano”. La escena es maravillosa. Allí a la distancia han quedado los nueve que también han sido sanados. Aquí, delante de Jesús de Nazaret está un hombre que mira sus manos y que probablemente dice algo así como: “¡Es increíble, increíble!”.



Por primera vez en mucho tiempo puede acercarse a un grupo de personas sin necesidad de ocultar su rostro y gritar que es inmundo. Postrado con el rostro en tierra, le da gracias.



Estoy convencido de que no fueron unas formales “muchas gracias” para regresar pronto a casa, sino que una y más veces repetía con tanta sencillez desde lo profundo de su corazón sus muestras de honda gratitud al Señor.



Por supuesto que muchos de los sanados por Jesús fueron también agradecidos. El endemoniado gadareno de Marcos 5 hasta quería seguirlo, pero él lo envió a su casa para que les contara cuán grandes cosas el Señor había hecho con él.



Los dos ciegos de Mateo 20 tomaron como lo más natural seguir a quien les había dado luz a sus ojos. La suegra de Pedro demostró también su gratitud sirviéndoles después de ser sanada. Las hermanas de Lázaro con una cena; lo mismo que Simón, el que había sido leproso.



Versículo 17: “Y respondiendo Jesús dijo: ‘¿No eran diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?’”. Aquí notamos de nuevo la omnisciencia de Jesucristo dado que él sabía que los otros nueve también habían sido curados.



El Evangelio nos dice que este hombre era samaritano, lo que nos recuerda a la mujer de Juan 4 a quien Jesús le pidió de beber. En una de sus parábolas, es también samaritano el que auxilia a su prójimo asaltado y herido en el camino.



Es interesante la cantidad de hospitales, clínicas y sanatorios que hoy existen, y que llevan el nombre El Buen Samaritano. Pero no todos los samaritanos respondieron bien al Señor Jesucristo. En una aldea de ellos no lo recibieron (Luc. 9:52, 53).



Versículos 18 y 19: “¿No hubo quién volviese y diese gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo: ‘Levántate, vete; tu fe te ha salvado’”. Este hombre no se levantó del suelo hasta que Jesús se lo ordenó. La gratitud de este hombre fue recompensada de manera muy especial. Jesús de Nazaret le dijo: “Tu fe te ha salvado”.



Esta frase no fue dicha a los otros nueve que solamente fueron sanados. Este hombre no fue solamente sanado sino también salvado; es decir, que Jesucristo le otorgó la salva-ción de su alma. También le dice: “Levántate, vete”. Es decir, ahora puedes ir a hacer lo que te dije que hicieras: muéstrate a los sacerdotes.



Ese día, los sacerdotes se llevaron la sorpresa de su vida: se les presentan nueve hombres que ellos mismos habían declarado leprosos, y sin embargo, ahora se encuentran limpios. Sabían por la Escritura que eso podría acontecer, pero era algo raro y jamás de tantos a la vez.



Al rato les aparece uno más. Ahora son diez, y todos dan la misma versión: “Desde lejos vimos a Jesús de Nazaret, le suplicamos a viva voz misericordia, y habién-donos ordenado que nos presentáramos a ustedes, mientras veníamos para acá se produjo el milagro”.



Si pudiéramos examinar la piel de estos hombres comprobaríamos que es completamente normal; otro tanto habría que decir de las termi-naciones nerviosas y los órganos vitales.



Como hemos mencionado en otro sitio, desde el punto de vista médico la lepra no sólo ataca la piel y las terminaciones nerviosas, sino también los órganos internos como el hígado y los riñones, que cumplen importantísimas funciones en nuestro organismo.



Habíamos mencionado a comienzos del capítulo del sentir de los diez leprosos al compararse unos con otros. Ahora pueden alabar la gracia del Señor Jesucristo. El que estaba peor que todos, podría perfectamente ser hoy empleado para una promoción comercial de una nueva crema para la piel.



 



Temas para predicadores




  • El agradecimiento al Señor Jesucristo.

  •  Nuestro desagradecimiento.

  • La sorpresa del sacerdote.

  • La omnisciencia de Jesucristo.



Tomado del libro: Un médico examina los Milagros de Jesús. Publicado por Casa Bautista de Publicaciones Editorial Mundo Hispano. Autor: Dr. Roberto Estévez


 

 


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