Galileo, ferviente cristiano, respondió que el principio fundamental de su teología era su creencia en los dos libros divinos, la Biblia y el ‘Libro de la Naturaleza’.
Una persona que viviera en el occidente europeo en la primera mitad del siglo XVI y estuviera interesado en conocer el cielo, debía estudiar la antigua astronomía griega formulada por Aristóteles y Ptolomeo, vigente desde hacía casi 2000 años. El gran éxito que tuvo se debió especialmente a que realizaba predicciones bastante precisas y tenía una explicación coherente del movimiento retrógrado de los planetas del sistema solar.
Las ideas más importantes que aprendería de esta astronomía serían las siguientes:
1. La Tierra estaba situada en el centro del universo (enunciado conocido con el nombre de geocentrismo).
2. La Tierra era esférica.
3. La Tierra estaba inmóvil.
4. Los cielos eran esféricos. Algunos pensaban que había una sola esfera, como Platón. Otros, como Aristóteles y Ptolomeo, creían que había múltiples. La última de ellas recibía el nombre de firmamento. Se creía que las llamadas estrellas fijas estaban adheridas al firmamento y se movían todas a la vez con él. Los planetas, viajaban errantes en unas esferas giratorias, y su movimiento retrógrado era considerado real, no un efecto visual.
Si esa persona además fuera cristiano y leyera textos bíblicos como éstos:
- Salmo 93:1b : “Afirmó también el mundo, y no se moverá”,
- Salmo 104:5 : Él fundó la tierra sobre sus cimientos; No será jamás removida”,
- Eclesiastés 1:5 : “Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta”,
estaría satisfecha porque su contenido concuerda con los fundamentos de la astronomía que estudiaba. Por tanto, no es nada extraño que presentara una gran resistencia a aceptar cualquier cambio que se pudiera producir en la interpretación de los cielos, sobre todo si contradecía textos bíblicos como los anteriores. Como es sabido, esos cambios se sucedieron en la llamada revolución copernicana, hasta configurar una nueva astronomía que dejó completamente obsoleta a la antigua. En ese proceso de transformación se suscitaron no pocos problemas de diversa índole: sociales, profesionales, teológicos, pastorales y científicos.
Ese proceso lo iniciaría Copérnico (1473-1543), desafiando a la astronomía ptolemaica al publicar su famoso libro De revolutionibus orbium colelestium, en el que planteaba, como una hipótesis, que era el sol y no la tierra quien ocupaba el centro del universo, enunciado conocido como el heliocentrismo. Copérnico fue un cristiano fiel que nunca encontró conflicto alguno entre la nueva astronomía que proponía y su fe. En efecto, Copérnico creía que el mundo había sido diseñado por Dios, que la razón y la ciencia tienen sus raíces en Dios, y que el heliocentrismo era una contribución que realizaba a la iglesia dedicando su libro al papa Pablo III.
Pronto surgió, tanto en el seno de la iglesia católica romana como en los ambientes reformados, una crítica teológica sobre la astronomía heliocéntrica. El debate hermenéutico estaba servido. Esa crítica se fundamentaba sobre todo en una lectura literal y concordista de la Biblia. Por su parte, Copérnico se había anticipado y acusó a la crítica de distorsionar el sentido de algunos pasajes de la Escritura. Pero, poco a poco, el heliocentrismo se fue abriendo paso dentro de los ambientes científicos y comenzó a enseñarse a finales del siglo XVI.
Otro personaje de la revolución científica muy relevante y conocido que fue decisivo en la superación de la astronomía aristotélica y en el establecimiento de una nueva astronomía, fue Galileo Galilei (1564-1642). Y lo hizo fundamentando su ciencia en experimentos, en sus aspectos cuantitativos y en el razonamiento inductivo. Aristóteles se había basado especialmente en las características cualitativas de los objetos y en uso del razonamiento deductivo.
Con el telescopio recientemente descubierto, Galileo fue desmintiendo los fundamentos de la astronomía aristotélica. Comprobó que la luna no tenía una forma perfecta, que el sol no era inmutable porque tenía manchas, que Júpiter tiene cuatro lunas, que Venus tenía fases, y que Venus y la Tierra giraban alrededor del sol. Los aristotélicos, en su gran mayoría cristianos, reaccionaron enérgicamente en contra de esos descubrimientos, llegando a afirmar que eran ilusiones ópticas. Otros incluso dijeron que se trataba de afirmaciones fraudulentas.
Muchas de las críticas provinieron del ámbito católico, pero los reformadores Lutero y Calvino también se opusieron a las tesis de Galileo. Según Lutero, “la tierra estaba inmóvil y era la esfera celeste del firmamento, con el sol y la luna, que se movía”, y apelando al milagro de la parada del sol y la luna en el cielo (Josué 10:13), afirmó que “era el sol y no la tierra, que Josué ordenó que se parara”.
Una causa razonable del rechazo de las conclusiones de Galileo fue la de las posibles consecuencias pastorales negativas que se pudieran derivar. Se pensó que si se difundían, la fe cristiana quedaría minada. En la respuesta a Cristina de Lorena, la Gran Duquesa de Toscana, sobre esta cuestión, Galileo, ferviente cristiano, respondió que el principio fundamental de su teología era su creencia en los dos libros divinos, la Biblia y el ‘Libro de la Naturaleza’. Ambos provienen de Dios, aunque desempeñando roles diferentes. Y en cuestiones teológicas defendió la prioridad de la Biblia sobre la naturaleza.
Galileo rechazó el alineamiento de las declaraciones científicas de la Biblia con la realidad física (el llamado concordismo científico), afirmando que la Biblia no es un libro de ciencia y, por tanto, no se ha de utilizar en los debates científicos. E incluso añadió que la ciencia podía contribuir a la hermenéutica, es decir, podía ser de ayuda para la correcta interpretación de las escrituras. Por ejemplo, hoy sabemos gracias a la astronomía moderna, que las referencias bíblicas sobre el movimiento del sol en el cielo, reflejan una antigua comprensión de la astronomía.
Según Galileo, la Biblia no puede mentir ni equivocarse y sus declaraciones son absolutamente ciertas. En consecuencia, afirmó que los intérpretes humanos son el problema, y que por eso es necesaria una hermenéutica correcta. Galileo creyó que el objetivo de la Biblia era el de persuadir a los hombres para buscar su salvación, y no la de hacer ciencia. Para él, la ciencia en las Escrituras era incidental, y defendió la acomodación de los escritores sagrados a la ciencia y personas del momento. Pero los mensajes incidentales sirven para transmitir las verdades inmutables. Todo esto lo resumió con un conocido aforismo del cardenal Baronio: “La intención de la Biblia en enseñarnos cómo se va al cielo y no cómo va el cielo”.
A pesar de las objeciones teológicas del momento, finalmente, la visión heliocéntrica del mundo se impuso a finales del siglo XVII, habiendo participado en su elaboración científicos cristianos. No creo que nadie hoy se atreva a defender el geocentrismo basándose en el significado literal de los textos bíblicos. No se puede hacer confluir el mensaje bíblico y la ciencia antigua: eso supondría asumir que las declaraciones sobre el mundo natural son infalibles.
Durante el proceso de inspiración de la Biblia, Dios se acomodó y permitió a los autores bíblicos utilizar la ciencia del momento. La ciencia antigua es la herramienta que ayuda a transmitir los mensajes esenciales de fe y las verdades espirituales.
Francis Collins, cristiano evangélico, responsable del Proyecto Genoma Humano, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica, y Premio de la Fundación Templeton 2020, ha escrito en su libro ¿Cómo habla Dios? (2006) que a lo largo del caso Galileo se causó un daño considerable a la fe, más que a la ciencia.
Un conflicto teológico similar se abrió con la publicación, el 1869, por Charles Darwin (1809-1882) de su libro El origen de las especies, conflicto que todavía no se ha resuelto, a pesar de las evidencias científicas favorables a una biología evolutiva. La interpretación literal y concordista de los dos relatos de la creación del mundo de Génesis 1 y 2, son una fuente de problemas pastorales que pueden minar la fe de aquellos que se acercan con rigor y honestidad a la ciencia actual. Convendría tener presente a Agustín de Hipona (354-430) y a sus observaciones que aparecen en su comentario del libro de Génesis, citadas por Collins, que nos alertan de lo siguiente:
“Generalmente, incluso los no cristianos saben algo sobre la tierra, los cielos, y los otros elementos de este mundo; sobre el movimiento y las órbitas de las estrellas, e incluso su tamaño y sus posiciones relativas; sobre los predecibles eclipses del sol y la luna, los ciclos de los años y las estaciones; sobre las clases de animales, plantas, piedras y demás, y a este conocimiento se aferran al tenerlo por certeza por la razón y la experiencia.
Ahora, es una cosa vergonzosa y peligrosa que un infiel escuche a un cristiano, presumiblemente explicando el significado de la Sagrada Escritura, decir tonterías sobre estos temas; y debemos adoptar todos los medios para evitar tal vergüenza, en que la gente demuestra la vasta ignorancia del cristiano y se ríen de él hasta el ridículo.
La vergüenza no es tanto que algún individuo ignorante se vea engañado, como el que la gente fuera de la fe piense que nuestros sagrados escritores sostenían tales opiniones, y para gran pérdida de aquellos por cuya salvación luchamos, los escritores de nuestra Escritura son criticados y rechazados como ignorantes. Si ellos encuentran a un cristiano equivocado en un campo que ellos mismos conocen bien y lo escuchan mantener sus disparatadas opiniones sobre nuestros libros, ¿cómo podrían ellos creer en aquellos libros y materias concernientes a la resurrección de los muertos, la esperanza de la vida eterna, el reino de los cielos, si ellos piensan que sus páginas están llenas de falsedades sobre hechos que ellos mismos han aprendido por la experiencia y a la luz de la razón?”.
Sería conveniente que una persona del siglo XXI interesada en la astronomía supiera descubrir el papel que la astronomía bíblica desempeñó y desempeña en la transmisión de las verdades esenciales del cristianismo. Sería de lamentar que por utilizar una hermenéutica equivocada, las discordancias entre los relatos bíblicos de los orígenes y la biología actual se convirtieran en un muro que le impidiera alcanzar y comprender esas verdades.
¿Cuántos años han de pasar para que el mundo cristiano evangélico acepte las evidencias científicas en relación a la creación por parte de Dios, del universo y la vida, y adopte una hermenéutica que enriquezca la teología bíblica? Ojalá que el conocimiento del caso Galileo ayude a ello.
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