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¿Me echarían de menos si faltara?

Hoy, muchas de las personas que decimos seguir a Cristo todavía no somos verdaderos agentes de transformación en los distintos estamentos donde nos movemos.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 20 DE DICIEMBRE DE 2020 09:00 h
Una calle de Salamanca. / Jacqueline Alencar.

Charlando y reflexionando con otros para abordar distintos temas, entre ellos el discipulado, el nominalismo, el racismo, la dicotomía existente entre lo sagrado y lo secular en la vida de los cristianos, nos hemos retado con la gran pregunta: ¿Qué pasaría si nosotros, ya sea individualmente o como iglesia, desapareciéramos del edificio, barrio, o de la ciudad donde nos encontramos? ¿Nos echarían de menos? O más bien, ¿echarían de menos a Jesús? 



Y sobre ello me puse a pensar porque esta pregunta verdaderamente me impactó. Si bien sabemos que podríamos impactar y ser beneficiosos para la comunidad donde nos encontramos, conociéndola más, sabiendo de sus necesidades e implicándonos en sufragarlas, involucrándonos en la toma de decisiones acertadas, o aconsejando y consolando a nuestros vecinos, amigos o compañeros de trabajo, quizá hasta ahora no lo hemos hecho muy bien, y esto sea una asignatura pendiente que se podría desarrollar en esta época de pandemia, donde posiblemente se profundizarán más las necesidades de índole material, emocional, espiritual, relacional, legal…



Encuestas, artículos, opiniones… nos señalan que hoy muchas de las personas que decimos seguir a Cristo todavía no somos verdaderos agentes de transformación en los distintos estamentos donde nos movemos, como verdaderos instrumentos de la misión de Dios. O no estamos preparados, estimulados, o nos conformamos con ser privilegiados que preservan el amor y la gracia recibidos. Soy cristiano en un 10% pero en el restante 90% no se me nota. Porque es un vestido que saco del armario los domingos y el resto de la semana lo olvido en el mismo lugar, aunque bien lavado y planchado.



Y todo esto me lleva a pensar si me echarían de menos mis amigos, conocidos; en mi trabajo, en el supermercado, el colegio, el quiosco, la farmacia, la cafetería donde tomaba el cafelito. Si la plaza de mi ciudad lloraría por mí, o sentiría la ausencia de mi desentonada voz cantando villancicos en tiempos de Adviento para alegrar los corazones de los solitarios o recordándoles a todos que un día nació la Luz del mundo para alumbrarles y sacarlos de la oscuridad. ¿Recordará alguien si alguna vez lo consolé? ¿O si curé sus heridas sin antes inquirir si estaba herido por culpa suya o por la de sus padres?



No somos del mundo, pues estamos de paso. Ya lo sé, pero también soy consciente de que Dios ama su creación, y un día de Navidad se encarnó en el mundo a través de su Hijo. Una gran muestra de amor y de misericordia. Haciéndonos un gran regalo sin pedir nada a cambio, todo por gracia.



Me preguntaba si, mientras tanto, no necesito también encarnarme en ese mundo que habitamos, pues va a ser que necesite de unos ingresos, de un trabajo para subsistir. Si las ONG no necesitan de una ayuda de las instituciones o colaboraciones personales de otros que trabajan en el mundo para atender las múltiples necesidades que amenazan con aumentar por efectos de la pandemia. O no necesito un DNI, o un certificado que garantice que soy un asilado, o un refugiado, pues si estoy ilegal puede ser que antes que me enfríe me manden de regreso a algún lugar. O unos permisos para construir, reformar, funcionar… Si no necesito el comercio para comprar la ropa, los alimentos, etc. Para irme de vacaciones a una bonita playa todos los años. Necesito de la educación en todos sus niveles. Necesito que la Seguridad Social funcione, o los seguros para el hogar por si se me quema la casa. O el seguro del coche; es más, pues sin él soy un ilegal. Necesito que todas las instituciones funcionen para el bienestar general porque cuando no es así, se nota, vienen los problemas económicos, sociales, sanitarios, incluso espirituales y emocionales, etc. Aunque me retire a vivir como un ermitaño en medio de la Amazonía, seguiré dependiendo de los recursos que me ofrece este mundo, que algunos creemos que es obra y creación primorosa del mismísimo Dios soberano, justo y santo que un día como este que esperamos y que denominamos Navidad, envió a su Hijo queridísimo para que diera su vida por los que creyeran en él. Y venciera a la propia muerte, para garantizar una vida que no se termina aquí, y una Esperanza.



En estos días de pandemia, estamos dándonos cuenta de lo valiosos que son nuestros hospitales y clínicas y la atención urgente. Pero también hemos constatado que se necesitan mejoras por si todo esto no es pasajero. Y estas cosas sí son nuestra responsabilidad. Nos hemos dado cuenta de que hemos ido dejando de lado ciertos valores que son fundamentales para la buena convivencia y para alcanzar la justicia y la equidad entre los seres humanos. Y esto también es responsabilidad de todos.



[destacate]Muchas veces nos hemos olvidado de que el discipulado también es amistad.[/destacate]Y no quiero decir que no estamos haciendo nada. No, estamos, pero falta. Sé que la obra social cristiana hace mucho y en esto ayuda a paliar los huecos dejados por las instituciones públicas o colabora con ellas. Sé que el evangelio se extiende a través de la ERE; es un trabajo secular, pero en pleno campo de misión, dos en uno; también es una labor compleja porque los maestros deben atender otros aspectos de la vida de sus alumnos, luchar para trabajar de forma conjunta con los padres, lo cual no es fácil, y entonces se debería incrementar la paciencia y el sacrificio, lo cual tampoco es fácil. Y ello podría llevar mucho tiempo hasta conseguir resultados palpables. 



Hoy echamos de menos la amistad, la compañía, la consolación; el que te escuchen, traigan una bolsa con ‘chuches’ aunque sea. Aunque sea un chicle. Escucho mucho que hay gente en soledad, depresión, sin trabajo, que pasa necesidad. O que ya no le escriben, ni llaman. Pero si es que antes había cantidades ingentes de solitarios, enfermos, desempleados o con empleos precarios, inmigrantes ilegales que eran perseguidos. Se perseguían a los cristianos; había refugiados, había guerras, trata de personas, abuso, explotación laboral, niños trabajadores, ablación, niñas obligadas a casarse, etc., etc. Y no nos peleábamos por atender, visitar, aportar recursos.



Muchas veces nos hemos olvidado de que el discipulado también es amistad, relaciones estrechas; nos olvidamos de la calidez, no nos conmovemos, no nos emocionamos, y vemos como extraterrestres a quienes sí lo hacen. 



… Y había los que nos contaban sobre todo esto y nadie escuchaba porque estábamos más o menos bien. Seré la primera en declarar el mea culpa. Debí haber mostrado más a Jesús en mi vida, comportándome como una verdadera embajadora suya en el Mundo. Quizá me distraje peleando con los de mi propio bando incluso; o estaba pendiente de corregir una coma de lo que otro decía en vez de ampliar el reino de los cielos; me enfrasqué en responder a cualquier atisbo conspiratorio, olvidándome que es Dios quien debe responder; hice mi centro a los hombres y no a Dios. Me olvidé de que mi cometido era hablar sobre la semilla de mostaza o de una perla muy valiosa por la que un mercader da todo lo que tiene. Quería empezar una nueva vida, pero olvidé quitarme del todo la ropa vieja que antes llevaba y me dejé el pantalón. Hice oídos sordos a los que me llamaban a comer porque estaba saciada. O solo atendía a los de mi círculo más cercano y recelaba de todo lo que era desconocido. 



He aquí que pasé por los recintos de distintos lugares donde se celebraban reuniones de adoración a Dios y encuentros culturales y solidarios o sanitarios, y vi que estaban vacíos, no me importó, ni siquiera para rellenar. Me dormía si no aparecía en la programación mi conferenciante admirado. Si me parecían aburridas me iba a la del vecino. Me olvidé de la misericordia y del amor. 



No me pregunté por qué estaba todo tan caótico, pasé de largo. No me importaba si la marea era blanca o verde, o si arrasaban las selvas del respiradero del mundo. Yo estaba muy lejos de donde persiguen a los hombres por su fe o por su color. Lejos de los huracanes que dejan miseria y miedo. No me importaba el desempleo porque yo comía tres veces al día, o alguna más si me entraba la ansiedad. Si los niños iban a la escuela sin tomar desayuno, o si existía algo llamado bullying. Si la violencia doméstica subía o bajaba. Si las niñas de lugares lejanos sufrían la tortura de la ablación o si eran obligadas a casarse a los ocho años. Si morían niños antes de nacer, o antes de los cinco años por falta de una simple vacuna, que otros rechazamos. O si existía la pena de muerte. 



Hoy el número seis me asusta porque quiero a mucha gente a mi alrededor, a miles. Pero ayer, siguiendo las reglas de decoración, solo invitaba según el número de sillas, que son seis.  Así que hoy no nos quejemos al oír el número seis que es para nuestro bien y no optativo como antes, y sigamos hacia adelante dando gracias por lo que tenemos. No dejemos de hacer comunidad por ello. Oí que las organizaciones gritaban bien fuerte pidiendo ayuda para sus proyectos en pro de los necesitados, pero pasaba de largo, o me tenía que hacer de rogar para dar una limosna. No le di importancia a los que llevaban mensajes de paz por la radio, teléfono u otros medios, aun cuando oía que reconfortaban a los que no podían salir de sus casas, como hoy. Todo me parecía obsoleto. La Reina Valera me parecía antigua, la otra versión, muy actual. Porque me sobraba libertad y no tenía que esconderme para leerla, por miedo a que me encarcelaran por ello. Mi frase favorita era: ‘me aburro’.



Y vuelvo a preguntarme: ¿Me echarían de menos si alguna vez faltara? O mejor, ¿echarían de menos a Jesús?, ya que digo que es mi modelo a seguir, y que quiero con ansias tener su mente, alcanzar su estatura.



Pero hoy puedo rectificar, pues sé que mi Dios es misericordioso y me llama al arrepentimiento, ‘volveos a mí de todo corazón’, me perdona y olvida, dándome fuerzas para renovarme y resarcirme si de verdad soy una nueva criatura, propiciando el ‘ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí’, que decía Pablo en su carta a los Gálatas. Si soy una carta viva de Cristo. Me quitaré las escamas de los ojos y veré todo desde otra perspectiva, pues él abre los ojos a los ciegos, abre los ojos del entendimiento. Ablanda los corazones transformándolos de piedra en carne. Haciéndolos más tiernos y no endurecidos como allá por Meriba… Quiero olvidarme de la queja y echar mano de los medios que Dios nos ha puesto a disposición para poner el granito de arena en continuar diseminando Buenas Noticias a los que me rodean. No quejarme del número seis que me aconsejan los especialistas en esta pandemia, para que no se extienda, más bien ver ese número mínimo como una oportunidad para estrechar lazos en un grupo pequeño. Utilizar los medios tecnológicos no para denunciar y diseminar malamente las opiniones de los que confían en mí, sino para estrechar lazos y que de allí salgan palabras edificantes que sean de utilidad para un número mayor de beneficiarios, fomentando la amistad y la armonía. Qué bueno y delicioso sería…



Celebramos la Navidad y he aquí que se refuerza ese amor tan grande que Dios nos tiene a todos los que queremos creernos que esa maravillosa historia sucedió de verdad y estamos dispuestos a abrir la puerta de nuestros corazones al primer toque del Maestro. Lo dejemos entrar y aceptemos su dirección en todos los aspectos de nuestra vida. Con su obra en la cruz nos liberó de nuestras culpas, pagó el rescate y nos dio la libertad. Por eso hoy libre soy. Una libertad que debo usar para hacer buenas obras, perseguir la justicia, diseminar el amor recibido entre los que me rodean, cooperar con otros. Todo para que Dios sea glorificado. Hay mucho sufrimiento en el mundo en este momento, también mucha indiferencia. Y todo se complica con tantas limitaciones para actuar. Pienso que aquellos que se consideren con más fortaleza deberían ayudar a los que padecen; seamos solidarios con los más vulnerables. Aunque toque hacerlo desde casa. Contamos con medios que eran impensables en la época misionera del apóstol Pablo. O en la Edad media. O incluso a principios del siglo pasado.



Entonces, ¿qué nos queda? Solo preguntarle a Dios qué debo hacer aún en mis circunstancias.



Estas son apenas unas líneas de un aprendiz de discípulo, bastante imperfecto, pero que quiere con ansias ir pareciéndose más al modelo, aunque no es fácil este seguimiento, como se ha podido constatar en estas sencillas palabras tejidas con unas teclas, mientras repienso en la llegada del Hijo a este mundo con un gran plan de salvación para nosotros.



¡Feliz Navidad! Un abrazo fraternal. Paz. 


 

 


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