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20 de noviembre, Día Universal del Niño: luces y sombras

Nos preguntamos si los países que han ratificado esta Convención sobre los Derechos del Niño están dispuestos a pagar el coste económico y social que significa seguir las directrices establecidas en la misma.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 21 DE NOVIEMBRE DE 2020 20:00 h
Entrevistando a niños trabajadores de la calle. Plaza Grande, Quito-Ecuador. / A. Pérez Alencart.

Se cumplen algo más de 30 años desde que el 20 de noviembre de 1989 los líderes mundiales se reunieran y asumieran un compromiso con los niños, a través de un marco jurídico internacional denominado Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, que había sido elaborada, durante una década, por representantes de diversas sociedades, culturas y religiones.



Entonces nos preguntamos si los países que han ratificado esta Convención sobre los Derechos del Niño están dispuestos a pagar el coste económico y social que significa seguir las directrices establecidas en la misma. Si son capaces de hacer realidad en las vidas de los niños todas las normas contenidas en la Convención. Es sabido que los estos no tienen voz ni voto, y, como ya hemos señalado en otras ocasiones, brillan por su ausencia en los programas electorales. Como también lo son en las grandes manifestaciones en defensa de la vida, la dignidad, los derechos humanos. No se los busca ni se les pregunta acerca de sus problemas ni acerca de sus opiniones sobre posibles soluciones. Claro que hay logros, pero como lo afirmó el Secretario General de la ONU, António Guterres, con motivo de las celebraciones por los 30 años de la Convención: “Los derechos se han convertido en una realidad para millones de niños y niñas. En muchos lugares, los Gobiernos y la sociedad civil colaboran para prestar apoyo a los niños en zonas de guerra, poner fin al matrimonio precoz y dar voz a los niños y los jóvenes en las decisiones que les afectan”. Pero también señaló que esto no es suficiente “cuando millones de menores en todo el mundo sufren hambre o algún peligro, están enfermos, son víctimas de trata, de violencia sexual y matrimonio infantil”.



Como podemos observar, no es que falte legislación al respecto, las hay por todas partes en el papel. Falta praxis. Y ahí también surge la pregunta: ¿solo debemos pedir cuentas a los gobiernos? ¿Y qué del resto de los agentes sociales? ¿Dónde queda la responsabilidad de las familias, de los colegios, universidades, organizaciones de toda índole, etc.? Muchos ya lo están haciendo, pero falta la cooperación de más. Algunos reconocemos nuestra actitud pasiva en muchas ocasiones. Sin darnos cuenta de que, tarde o temprano, nos va a salpicar lo que pase en nuestro barrio o en el Tercer Mundo.



En el año 2014, cuando se celebraban las Bodas de plata de la Convención sobre los Derechos del Niño, contundentes fueron las afirmaciones emitidas desde UNICEF: "Han pasado 25 años desde que se aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, y la situación de la infancia en nuestro país ha cambiado y mejorado en muchos aspectos. Pero todavía los niños y niñas no ocupan el lugar que merecen, todavía la infancia no es una cuestión prioritaria en las políticas públicas". "Los niños son un asunto de todos, su valor social va mucho más allá del ámbito doméstico; son un asunto de sus familias, pero también de todos. Porque sin ellos no hay futuro". Y los informes como La infancia en España 2014, señalaban que "un 30,5 % de los niños en nuestro país vive en riego de pobreza infantil y el nivel de fracaso escolar y abandono educativo está por encima del 22,3%". Ya ni necesitamos modificar las cifras.



Entonces te preguntas: ¿Debemos hablar con los protagonistas de estos derechos, es decir, los niños? ¿Deben estos conocer estos derechos y vivirlos ¿Es este asunto solo una cuestión de las familias o es que todos estamos implicados?



Presentamos las cifras sin grandes variaciones: 100 millones de niñas contraerán matrimonio antes de cumplir los 18 durante la próxima década. O que cada año 1,2 millones de menores son víctimas del tráfico infantil, un negocio que mueve al año 23.500 millones de euros. Continuamos hablando de ablación, una lacra que oscurece el futuro de tantas niñas. De no acceso a la mínima educación. Continuamos hablando de falta de agua potable... De niños soldados obligados a participar en las guerras declaradas por los adultos de un mundo civilizado... De niños que no tienen acceso a la educación, a una vivienda digna... “Cada 10 minutos, en algún lugar del mundo, una adolescente muere como consecuencia de la violencia. En las emergencias humanitarias la violencia de género a menudo aumenta, y las niñas se ven sometidas a la violencia física y sexual, al matrimonio infantil, la explotación y la trata. Sí, se ha reducido el número de niños que no asisten a la escuela en aproximadamente un 40%, en algo más de cien millones los menores de cinco años con retraso en el crecimiento, y se ha eliminado el 99% de los casos de poliomielitis, como se señala desde UNICEF, pero queda mucho por hacer.



Con la llegada de la pandemia que hoy azota el mundo, algunos expertos ya no son nada optimistas en cuanto a erradicar la pobreza para el año 2030, la meta fijada por Naciones Unidas como parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que sustituyeron a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y han sido suscritos por prácticamente todos los gobiernos del mundo”. Son 17 objetivos de desarrollo sostenible de los cuales la erradicación de la pobreza extrema es uno de ellos. Y, repito, en los mismos están incluidos los niños. En el “Estado Mundial de la Infancia 2016”, de UNICEF, pudimos leer esta llamada de atención: “… tomamos consciencia de la necesidad de celebrar los logros conseguidos, pero también debemos actuar con celeridad en los años que quedan en esa agenda del desarrollo sostenible que finaliza en el 2030…”.



No se ha erradicado la pobreza en su totalidad; no se ha acabado con la desnutrición, el analfabetismo, la falta de valores que garanticen una buena convivencia; sin embargo, no se han acabado las ideas y la pasión por ayudar a otros menos privilegiados que nosotros. Sí, se necesitan recursos, pero también se necesita aunar voluntades, sensibilizarnos ante situaciones que las podemos tener a nuestro lado.  



En estos días en los que nos estamos preparando para la celebración del 'cumpleaños de Jesús' y nos regocijamos por su nacimiento en esta tierra, trayendo luz y esperanza de una nueva vida, recordemos que en su mensaje quedó patente que los niños tenían un lugar privilegiado en su Agenda: “Dejad que los niños vengan a mí y no se impidáis, dijo; es más, los puso como ejemplo de cómo debemos ser si queremos entrar en el Reino de los cielos. Y vida es lo que vino a traer. Y el que tiene esta vida puede abrir los ojos para ver con claridad y comprender cuál es el modelo de misión que dejó impreso Jesús. Un modelo que nos lleva a identificarnos con el prójimo, valorándolo como lo que es: hecho a imagen y semejanza de Dios; a superar las excusas de que nuestros medios son escasos, y que la cantidad de hambrientos que existen en el mundo nos supera; debemos evitar pasar de largo. Porque cuando a Jesús le preguntan sobre la salvación, él contesta con la parábola del Buen samaritano; y esa imagen vale más que mil palabras. 



Como cristianos, o sea, seguidores de Cristo, seguro que no pasamos de largo cuando escuchamos que 950 millones de personas se acuestan con hambre cada día; que 1.000 millones residen en viviendas precarias; que cada minuto muere una mujer por complicaciones como consecuencia del embarazo; que 2.500 millones no tienen acceso a servicios sanitarios adecuados y por ende mueren cada día 20.000 niños y niñas. Y, sobre todo, no tienen una relación con Dios. ¿Son ellos nuestros prójimos? ¿Al día de hoy me es lícito hacer esta pregunta?



Leo las noticias que informan que aumentan las cifras de la pobreza, incidiendo en los niños, aumentan la persecución, marginación y acoso a los niños a causa de su fe o la de sus padres, o a causa de ser refugiados que huyen de la pobreza o de la guerra. Y es entonces cuando lo vemos más claro, ver la línea de acción de Jesús, que se nos hace más evidente mientras iba recorriendo pueblos y aldeas… anunciando las buenas nuevas del Reino, curando enfermos, enseñando, dando de comer, siendo compasivo. Él tuvo compasión de los que le seguían, como cuando se multiplicaron los panes y los peces para poder alimentar a la multitud cansada y hambrienta de pan y de espíritu. Sabía que sus necesidades espirituales iban muy de la mano con las otras, las físicas, las emocionales, las de relaciones. No hablamos de mero asistencialismo cuando detectamos una necesidad; hablamos también de la espiritualidad que la sustenta. Por ello debemos preocuparnos por atender a ese hombre de forma integral para que pueda ser transformado y luego agente de cambio que a la vez transforme a otros, transforme su entorno.



Los niños merecen que cada día, en la medida de las posibilidades y dones de cada uno, se trabaje para conseguir una sociedad más justa con ellos, que conozcan que son parte importante para la realidad en la que están insertos, y para su país. Son el futuro, pero para conseguirlo antes tienen que ser un presente firme.



¿Qué líder de un país, o un posible candidato a líder de su país, que ame a su pueblo como a él mismo, no se conmovería al ver un niño o a un adolescente que es víctima de las migraciones, los exilios, la discapacidad, el machismo, el hambre, la explotación laboral y sexual… la guerra, la violencia, la persecución a causa de su fe?


 

 


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