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El sentido de la vida

El autor del libro de Eclesiastés analiza la existencia desde todos los ángulos posibles.

EN EL CAMINO AUTOR 943/Eduardo_Delas 02 DE NOVIEMBRE DE 2020 12:19 h
Imagen de [link]drmakete lab[/link] en Unsplash.

“¿Cuál es el sentido de la vida? Le preguntó el estudiante al maestro. El maestro respondió: Esa es una pregunta maravillosa ¿Por qué la quiere cambiar por una respuesta?”1



Hace unas décadas el grupo británico “Monty Python” creó el guión y protagonizó una de sus más célebres películas: “El sentido de la vida”. Mientras que al principio todo parece girar alrededor de lo trascendental “¿Por qué estamos aquí?” el final se resume en: “Nada del otro mundo. Ser amable con la gente. No comer grasas. Leer un libro de vez en cuando. Intentar convivir en paz y armonía con gente de todos los credos y naciones”.



Vale, muy bien. El sentido de la vida es: Cordialidad, dieta, cultura, armonía y concordia universal. Hagamos cuentas y revisemos las veces en que alguna de estas cosas o todas ellas juntas han dado significado último a nuestras vidas cuando hemos pasado por momentos de angustia donde parecía que todo se desmoronaba; o en tiempos en los que el dolor insostenible, la adversidad, la enfermedad o la muerte nos atraparon con sus afiladas garras llevándonos al límite de la desesperación.



El autor del libro de Eclesiastés, analizando la existencia desde todos los ángulos posibles: El de la sabiduría y el de la necedad; el de la riqueza y el de la pobreza; el de la enfermedad y el de la salud, el de la vida y el de la muerte, acaba concluyendo que no existe recurso alguno dentro de la condición humana, ni para explicar ni para resolver el drama más profundo que sobrepasa y atenta contra el sentido de la vida: La muerte. “No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra…”. (Eclesiastés 8:8).



El escritor de este libro comienza con una propuesta de pesimismo, frustración y fatalismo para describir la vida humana: “Vanidad de vanidades… vanidad de vanidades, todo es vanidad… y aflicción de espíritu (Ecl. 1:2, 14). El autor de esta obra fue, o bien el rey Salomón, o bien alguien que escribió bajo su sombra e influencia en una época de oro para la nación de Israel. En ese tiempo, ni la pobreza, ni la angustia, ni la adversidad, ni el infortunio golpeaban el alma del pueblo. Todo lo contrario. La situación política, social y financiera del país era de paz, prosperidad, abundancia y bienestar como nunca antes se habían conocido. Entonces, importa preguntarse:



¿Cómo es posible que en épocas de riqueza, auge económico y seguridad, que son las cosas que parecen colmar las aspiraciones del corazón humano, el autor de Eclesiastés pueda dibujar un paisaje tan sombrío y frustrante de la condición humana?2 ¿Será que el sentido de la existencia no se encuentra donde casi siempre lo buscamos? ¿No es elocuente y revelador que, tanto cuando recorremos las noches más oscuras en tiempos de incertidumbre y necesidad, como cuando disfrutamos de seguridad, abundancia y prosperidad, nos encontremos sobrecogidos y desbordados por los mismos interrogantes sin encontrar respuestas? ¿Por qué?



Ecl. 3:11 – “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”.



La condición humana remite más allá de si misma, no consiste solo en nacer y morir, existe en ella un sentido esencial que trasciende la inmediatez del aquí y el ahora porque proviene del Dios creador de la vida. Por eso, precisamente por eso, no existe nada por debajo del valor de la existencia que la pueda llevar a la plenitud ofreciéndole su significado último.



Cuando Jesús habló de la vida resaltó su trascendencia por encima de cualquier otra cosa en este mundo: “La vida es más que la comida y el cuerpo más que el vestido. Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves? (Lc. 12:23-24). A menudo, utilizamos las cosas como si fuesen un “botiquín” de primeros auxilios, como si ellas, por sí mismas, pudieran curar la necesidad de plenitud de la que carecemos, por eso les otorgamos un valor ilimitado esperando que nos ofrezcan aquello que prometen. Pero no pueden. Si hay vida y la vida tiene sentido, hay algo que puede hacerse con las cosas; con las cosas, en cambio, no se organiza el sentido de la existencia.



Ante la realidad cruda y desnuda, podemos hacer como el avestruz y cerrar nuestros ojos imitando la huida a ninguna parte de los Monty Phyton, claro está. Pero, puestos a enfrentar las preguntas más hondas del corazón, cabe también pasar por el fuego del cuestionamiento crítico, sopesando con propiedad el sentido de la vida desde otro ángulo para abrirnos a una opción distinta.



El autor de Eclesiatés, una persona sabia, adulta, madura y ya en su vejez, nos envía un mensaje en el que vale la pena meditar con seriedad. En un mundo roto, desestructurado, conflictivo, vacío, lleno de miserias, injusticias y contradicciones, el escritor termina el debate en su libro con una invitación seria y concluyente. Una invitación que no es la de un filósofo fatalista, ni la de un visionario sectario, ni la de un religioso proselitista que pretende convertir a los oyentes. Nada de eso. Es la propuesta de alguien que, al final del camino, luego de sopesar todas las posibilidades de sentido último una por una y desde todos los ángulos posibles: el saber, el poder y el tener, ha encontrado la opción más convincente: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es todo el hombre”.



Siempre resulta más fácil pensar en las cosas que pensarnos a nosotros mismos. Por eso, en tiempos revueltos de pandemia, temor, incertidumbre, enfermedad y dolor, en los que muchas seguridades y certezas portátiles se columpian indecisas en la presunta rama de un presunto saber3 porque no dan más de sí, importa enfrentar con claridad y lucidez el sentido de la existencia.



¿Cuál es el significado de la vida? Le preguntó el estudiante al maestro. El maestro contexto ¿Por qué respuesta la quieres cambiar?



 



Notas




1 Yancey P. La Biblia que leyó Jesús. Vida. 1999. 153





2 Ibid 149





3 Marina J. A. Crónicas de la Ultramodernidad. Anagrama. 2000. 49



 

 


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