El trabajo prosperaba por la gracia de Dios. Aunque el dinero para sus gastos personales era escaso, Beatrice intentaba ahorrar para darse un capricho de vez en cuando. Era su punto débil, el chocolate.
Por Benji Gálvez
Ya había transcurrido un mes desde que el tren de Beatrice Spiers llegara a Madrid. Solo había encontrado puertas abiertas. Los colegios evangélicos le habían permitido presentar el trabajo de la Unión Bíblica y habían quedado gratamente satisfechos de la magnífica obra que desempeñaba este ministerio en tantos lugares. El trabajo prosperaba por la gracia de Dios. Aunque el dinero para sus gastos personales era escaso, Beatrice intentaba ahorrar para darse un capricho de vez en cuando. Era su punto débil, el chocolate. Se autoconvencía diciéndose a sí misma que era por una buena causa, compartirlos con la familia del Reverendo Jameson, por su derroche de hospitalidad hacia ella. Aunque la verdad era que los chocolates algunas veces no llegaban a la Misión. En una de sus caminatas por Madrid encontró una bellísima chocolatería llamada “El Indio”, donde entró a comprar. El dependiente le recomendó “Chocolates Matías López”, así que compró una pequeña caja de chocolatinas.
[photo_footer] Chocolatería “El Indio”.[/photo_footer]
Al salir de la tienda observó a unas niñas con sus vestidos bastante rotos saltando a la comba. Se acercó a ellas y las miró atentamente. Eran unas expertas. Las saludó sonriente. Las niñas educadamente le devolvieron el saludo. Una de las pequeñas se acercó a Beatrice, sin quitar la vista de la cajita de chocolates que esta llevaba aún en la mano. Pronto Beatrice se encontró compartiendo sus chocolatinas y unas risas con aquellas niñas. De camino a la Misión pensó en lo vivaces y espabiladas que le parecieron esas niñas. Sus pensamientos viajaron hasta Japón, siete años atrás, en 1883. Allí otra niña, como aquellas, empujó al movimiento de la Unión Bíblica hacia otra gran aventura. En Tokio se celebraba el aniversario del nacimiento de Martín Lutero en un ambiente festivo y alegre. Había delegaciones de varios países. Allí estaba Adelaide Whitney, hermana de uno de los delegados norteamericanos. Adelaide era una colegiala miembro de la Unión Bíblica y se atrevió a proponer a los responsables en el evento que la UB se convirtiera en un movimiento no solo para niños, sino más bien para todas las edades. Entonces un anciano japonés llamado Sen Tseuda explicó al auditorio el plan de lectura bíblica de la UB e invitó a todas las personas de todas las edades a hacerse miembros. Se animó a la Sociedad Bíblica a ayudar a los nuevos miembros de la UB editando un Nuevo Testamento en japonés. La UB sacaría poco después una revista mensual en japonés. Y por primera vez se nombró a un Obrero de la UB fuera de Inglaterra. Este recorría los barrios pobres y superpoblados de Tokio en el invierno con un carrito repartiendo sopa, compartiendo el mensaje de Jesús.
[photo_footer]Adelaide Whitney, 1883.[/photo_footer]
Enseguida que Beatrice llegó a la Misión fue invitada a compartir un té con los Jameson. La joven dispuso las pocas chocolatinas que le quedaban junto a la mesa del té. Allí estaba el Reverendo John Jameson sentado en su sillón. A pesar de su excesiva seriedad, Jameson era un buen consejero. Era un escocés de aspecto demasiado formal, pero cuando se relajaba junto a una taza de té, podía ser el mejor maestro de español y un gran mentor. Entre el staff misionero, John Jameson tenía fama de ser el que mejor dominaba el idioma y demostró ser un gran conocedor de la cultura española. De hecho, desde su llegada, le explicó a Beatrice que la mejor manera de introducirse en la cultura española era procurar caminar, comer y cantar… como ellos, estando con ellos. Recomendó a la joven escocesa que hablara siempre que pudiera en castellano, aunque se equivocara a veces. A pesar del arduo trabajo de Jameson y el de la propia Beatrice visitando las escuelas evangélicas difundiendo el trabajo de la Unión Bíblica, siempre tuvieron momentos de asueto para charlar distendidamente. John le explicó a Beatrice que en realidad él había venido comisionado por la Sociedad de Tratados de Londres (1) y que durante el primer tiempo en España se dedicó en cuerpo y alma a la labor de difusión de la Palabra de Dios en colaboración con las iglesias. Le contó que no fue nombrado oficialmente misionero por su denominación, la Iglesia Presbiteriana Unida de Escocia, hasta el año y medio de llegar a Madrid. Entonces comenzó a desempeñar labores pastorales en la Iglesia de El Salvador en la Plaza del Limón primero y más tarde en un nuevo local en Leganitos. Jameson pastoreaba a los ingleses, mientras que un pastor llamado Ángel Blanco le ayudaba a pastorear a los españoles. Más tarde compartió el pastorado con Cipriano Tornos, un exsacerdote católico. La Iglesia de El Salvador tuvo un crecimiento inaudito, llegando a ser la más numerosa de España. Tras unos veinte años le había llegado la invitación de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, regresando de nuevo a su anterior labor en la difusión bíblica. (2)
Marianne Alexa, la esposa del reverendo, se levantó y ofreció otra taza de té a Beatrice, que de nuevo se había quedado embelesada escuchando a Jameson. Le encantaba aquel hombre, su humildad, su sencillez y su amabilidad. Pero había algo irresistible en él, era su amor por las personas. No era un pastor lejano, sino uno que conocía bien el estado de su congregación. Tenía un interés sincero por cada familia. Mientras hablaban había entrado en la sala la hija mayor de los Jameson, Jeanie Graytre. Pidió permiso y tomó una chocolatina, mientras se sentó cerca de Beatrice. Jeanie sentía fascinación por la joven tan enérgica, que no parecía tener miedo a nada. En su corazón Jeanie también anheló ser misionera. (3) De repente Jameson estiró su mano y tomó la tapa de la caja de chocolatinas. Y leyó en voz alta:
— Chocolates y dulces de Matías López… hummmm.
El reverendo siguió leyendo, mientras arqueaba más y más las cejas, al tiempo que iba mirando las ilustraciones. Al momento rompió en una carcajada, cosa nada común en él. Su cara se ruborizó incluso. Finalmente se secó las lágrimas que le produjo la risa y sentenció:
—Mira Beatrice, el chocolatero Matías López sabe que hay muy pocos que sepan leer en España, por eso hay 3 ilustraciones que cualquiera puede entender sin necesidad de leer. (4) Es uno de los motivos por los que me gusta acompañar de bellas ilustraciones nuestra Revista El Cristiano.
Marianne llamó a sus otros dos hijos ofreciéndoles chocolate y no tardaron en aparecer. John Wilson fue el primero en entrar, seguido de su hermana Marion Blanche. Beatrice invitó con un gesto a los chicos para que se sirvieran las chocolatinas que gustasen. Los ojos de ambos fueron posándose en sus dulces víctimas. Como no podía ser de otro modo, pronto habían desaparecido todas las chocolatinas. Acabada la velada en torno al té y las chocolatinas, Beatrice ayudó a Marianne a recoger las tazas y ordenar la sala, mientras le preguntó si no habrían deseado tener más hijos. Marianne miró a Beatrice y le dijo:
—En realidad, no tenemos solo tres hijos sino cinco. Nuestras hijas Isabela y Margaret están en el cielo. Y aunque nos costó, hemos aceptado la voluntad del Señor.
Marianne Alexa intentó seguir limpiando las tazas, pero no pudo evitar que una lágrima se deslizara por su mejilla. Beatrice no lo pensó dos veces y abrazó a Marianne tratando de consolarla. Debía ser duro servir en un país extraño y recibir el regalo de dos niñas que habrían de morir tan pequeñas.
—Las volverás a ver y volverás a abrazarlas más allá del sol —dijo Beatrice.
—Lo sé, gracias —respondió Marianne.
Tras cenar ligeramente Beatrice se dirigió a su habitación. De nuevo, cansada pero satisfecha por un nuevo e intenso día. Volvió a pensar en aquellas niñas jugando a la comba que pausaron su juego por algo dulce. También vino a su mente Adelaide Whitney y el anciano japonés Sen Tseuda, la combinación de juventud y experiencia siempre había llevado a la Unión Bíblica a nuevas metas. Se preguntó si acaso no quedarían más por alcanzar. Esa noche sus oraciones fueron destinadas a los misioneros como los Jameson que invertían sus vidas en países tan diferentes y alejados del suyo, y sembraban no solo la semilla del Evangelio sino a veces también la de sus propias vidas. Volvió a dar las gracias también por la vida de su tío Josiah Spiers y la de Tom Bishop, por dejarse guiar por el Espíritu Santo en la creación y extensión del ministerio de la Unión Bíblica alrededor del mundo.
[photo_footer]Fotografías de Josiah Spiers y Tom Bishop.[/photo_footer]
Notas
(1) La Sociedad de Tratados de Londres fue fundada en 1798. Fue la iniciadora del moderno colportorado español. John Jameson fue el secretario en España durante veinte años.
(2) Rafael Arencón Edo en Nuestras raíces- Pioneros del protestantismo en la España del siglo XIX (Ed. Recursos, Barcelona; 2000).
(3) Años más tarde Jeanie Graytre cumpliría su sueño siendo misionera en la India.
(4) La historia de Chocolates y Dulces de Matías López comienza en 1851. Es muy interesante, entretenida y además muy dulce. Los dibujos de las ilustraciones continúan apareciendo hoy labrados en las tabletas de chocolate.
Fuentes consultadas
- Mi encuentro diario con Dios-Notas Diarias. Julio/Diciembre 2017, Breve artículo introductorio: “150 Aniversario ‘Unión Bíblica’. Un movimiento en marcha”, por Pedro Puigvert, págs.3-8.
- La Historia de dos visiones- La historia de la Unión Bíblica en todo el mundo, por Michael Hews. Traducción de Ernesto Zavala, abril 2001. (Documento pdf).
- Nuestras raíces- Pioneros del protestantismo en la España del siglo XIX, por Rafael Arencón Edo. (Ed. Recursos, Barcelona; 2000), pp. 93-95.
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