Los años silenciosos de Tarso tienen su importancia y desempeñan una labor decisiva para la formación del futuro gran misionero.
«Y hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle. Cuando supieron esto los hermanos; le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso.»
(Hechos 9:29-30)
De vuelta en Jerusalén Pablo comienza allí donde acabó Esteban. Los quince días de estancia en la ciudad no los emplea únicamente en conversar con el apóstol Pedro (Gálatas 1:18), sino que busca a los griegos, judíos de la Diáspora, y les predica a Cristo. Pero estos hombres no han cambiado nada desde la muerte de Esteban hace algo más de tres años. Continúan rechazando el evangelio con la misma violencia homicida. Primero asesinaron a Esteban, ahora quieren acabar con Pablo. ¡Cuánta dureza de corazón! Verdaderamente no se puede decir que Dios no conceda segundas oportunidades para el arrepentimiento y la conversión al evangelio.
El Señor Jesús había llamado a Pablo a realizar una gran obra. Su trabajo consistiría en anunciar el evangelio de la paz en una vasta zona del mundo conocido. Pero para llevar a cabo esta tarea necesitaba una preparación adecuada. Y para esto tenía que visitar la escuela divina superior. Por lo general, esta escuela es profunda, profunda en el sentido más amplio de la palabra. Conduce a las profundidades del anonimato. Hasta ahí será guiado ahora el apóstol. El Señor sembró la semilla en el corazón de Pablo en el camino de Damasco. En el desierto de Arabia comenzó a germinar. Pero para su eclosión definitiva son necesarios los años de silencio y anonimato en Tarso. El apasionado Pablo habría emprendido inmediatamente su labor, pero el calendario de Dios no es el de los hombres. Pablo tendrá que pasar en Tarso más de cuatro largos años.
¿Conocemos nosotros esta difícil escuela de Tarso; esos días cargados de monotonía y vacío, que se siguen unos a otros en sucesión interminable; días de los que tenemos la impresión de que son tiempo perdido, días inútiles? En estos días daríamos cualquier cosa por salir de ellos. Pero no podemos. Una serie de circunstancias que nosotros no hemos provocado nos obliga a vivirlos como no queremos. Pero, tranquilos, no son tiempo perdido.
En Tarso Dios está preparando su instrumento, tal como hizo con Abrahán durante los veinticinco años que le hizo esperar al hijo de la promesa, o con José durante los trece años que duró su esclavitud y encarcelamiento en Egipto, o con Moisés durante los cuarenta años de anonimato y soledad en el desierto. En la vida de los siervos de Dios, así como en la de cualquier cristiano que conscientemente pone su vida en las manos de Dios corno un sacrificio vivo, las cosas no ocurren simplemente porque sí, sino porque Dios las prepara y las dirige. Uno de nuestros himnos dice:
«Todo lo que pasa en mi vida aquí, Mi Dios lo prepara, trae bien a mí. En mis pruebas duras, Dios me es siempre fiel:
Pues, ¿por qué las dudas? Yo descanso en él.»
¿Creemos esto? ¿Lo creemos en esos días grises, monótonos, vacios y aparentemente inútiles? Hay muchas cosas en nuestra vida cristiana que nos cuesta trabajo aceptar. ¡Ay, esas estaciones como Tarso, largas, tediosas, sin sentido aparente! Pero son estaciones imprescindibles, sin las cuales no llegaríamos a ser lo que Dios pretende, ni podríamos, después, ser utilizados por él.
Más de cuatro años de espera es un largo período para un carácter como el de Pablo. ¿Qué ocurre durante este tiempo? ¿Cuáles fueron en este intervalo los sufrimientos y las pruebas del apóstol?
Hasta ese día sus estaciones de la vida cristiana estuvieron jalonadas por la persecución y el sufrimiento. Sufre durante los días de ceguera en Damasco, sufre al intentar predicarle a las comunidades judías asentadas en los pueblos de la Arabia Pétrea, sufre de nuevo al volver a Damasco, donde atentan contra su vida, también en Jerusalén le aguardan al principio la incomprensión de los mismos cristianos y el acecho homicida de los judíos helenistas. ¿Qué le espera en Tarso? ¿Cómo será su vida en la ciudad donde nació?
Nos gustaría saber muchas cosas sobre estos años en Tarso. Pero se extiende sobre ellos un velo de silencio. En nuestra mente se agolpan las preguntas. La primera: ¿Vivían sus padres todavía? Y si vivían, ¿cómo le recibieron? ¿Supieron comprenderle y creyeron su testimonio? No lo sabemos. Ya Jesús profetizó que, por su causa, los padres se levantarían contra los hijos, y los hijos contra los padres, y se dividirían las familias. ¿Tuvo que gustar Pablo también el sufrimiento de sentirse rechazado por sus padres? Hay un detalle que nos hace concebir la esperanza de que la familia de Pablo haya aceptado el evangelio, y es que según Hechos 23:16 sus familiares asentados en Jerusalén mantenían con él una buena relación, pues, aquí se nos dice que «el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar de la celada (que los judíos habían ideado para matar al apóstol), fue y entró en la fortaleza, y dio aviso a Pablo.» Este proceder habla de una buena relación entre el apóstol y su familia, lo que nos hace presuponer la conversión de ésta a Cristo, pues, de haber permanecido judíos ortodoxos habrían rechazado a Pablo y lo considerarían peor que un leproso.
Otra pregunta que se nos ocurre tiene que ver con la ocupación de Pablo en la ciudad: ¿en qué ocupaba su tiempo? El que escribió a los tesalonicenses la dura frase: «Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma» (2 Tesalonicenses 3:10), a buen seguro que no comería su pan de balde. De su maestro Gamaliel aprendió: «Es una cosa hermosa el estudio de la ley unido a un oficio manual, porque ocupándose en uno y otro se olvida el pecado. Todo estudio de la Ley que no está unido a un oficio manual es vano: lleva al hombre al pecado» (Pirqué Avot II, 2). Fiel a este principio su padre le enseñó el oficio de hacer tiendas. Y con este se ganaría la vida en Tarso, como lo haría años más tarde en Corinto convertido ya en apóstol de los gentiles. Pero Pablo sabe que está llamado a otra cosa, que debe invertir todo su tiempo en el anuncio del evangelio. Por eso creemos también que no encontró nunca su realización personal en la práctica de su oficio manual. Su anhelo era otro. Algunos días le resultaría muy difícil continuar sentado en su banco de tejedor. También esto hace sufrir.
Nuestra próxima pregunta tiene que ver con la actividad predicadora de Pablo: ¿predica en Tarso? ¿Surgió allí también una iglesia cristiana con motivo de su predicación y testimonio? De esto no sabemos nada cierto, pero podernos suponer que sí, aunque lo más posible sea que se tratase de un pequeño grupo. Él mismo nos dice en Gálatas 1:22-23 que dejando Jerusalén «fue a las regiones de Siria y de Cilicia, y no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo: solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba.» Así que, los cuatro largos años de silencio no los pasó en Tarso de Cilicia sentado en el banco de tejedor, sino que también hacía viajes por la comarca y por tierras de Siria predicando a Cristo, aunque estas predicaciones no cosecharon grandes éxitos, ni estuvieron acompañadas de prodigios y milagros, como ocurrirá en sus viajes misioneros que conocernos bien.
Nuestra última pregunta se relaciona con la vida interior de Pablo. ¿Qué hace? ¿Cómo se siente? Pablo es un hombre de fe firme y de mente lúcida, por tanto, aunque en ocasiones sienta estos años corno un exilio, sabe muy bien que el Señor le ha llamado para una tarea muy concreta, y entiende que estos años son también un tiempo de llamamiento. En ellos ora, estudia, predica y examina los métodos misioneros que ha empleado. Sabe que algunos métodos empleados no han sido buenos, los desecha, pues, y elige otros que cree más convenientes. De esta manera los años silenciosos de Tarso tienen su importancia y desempeñan una labor decisiva para la formación del futuro gran misionero. Dios no ha perdido las riendas de su vida, y sabe muy bien lo que hace. Este mismo Dios ordena nuestra suerte y nos prepara para utilizarnos donde vivimos y trabajamos. Dios necesita obreros. Jesús dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos.» ¿Estamos nosotros dispuestos a trabajar para Dios? Creo que la mayoría de los cristianos responderán sí a esta pregunta, pero lo que no creo es que todos estos que respondan sí estén luego dispuestos a trabajar allí donde Dios quiere utilizarlos. ¡Este es el drama de muchos cristianos! Mientras nos empeñemos en imponerle a Dios el lugar de nuestro trabajo, el tiempo de realizarlo y la manera de hacerlo, Dios no nos podrá utilizar, y nuestros días pasarán como tiempo perdido. Pero cuando le decirnos: «Señor, heme aquí, empléame como tú quieras, cuando tú quieras y donde tú quieras: en mi pueblo, en mi ciudad, en mi país o en el extranjero. Mientras tú me abres las puertas, yo me aplicaré a trabajar en mi oficio manual y con mi iglesia», entonces es cuando estamos listos para ser utilizados por el Señor.
Esta fue la escuela superior de Pablo, la escuela profunda. Damasco, Arabia, Damasco, Jerusalén y, finalmente, Tarso. De esta manera se convirtió Pablo en un hombre de absoluta confianza y entrega a Dios. Un hombre que podía esperar paciente y confiadamente. Un hombre que podía decir: «Y si el Señor quiere que me pase la vida tejiendo paños de tienda en Tarso, estoy dispuesto a ello. Lo que el Señor quiera, lo querré yo también.»
Tal vez hubo momentos en estos cuatro largos años en los que Pablo estuvo a punto de perder la paciencia, como le ocurrió a Abrahán con la promesa de su hijo, e intentó abrirse camino para predicar entre los gentiles. Todavía brillaba en su cielo, como una estrella lejana, la promesa que le hizo Jesús durante la visión en Jerusalén: «Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles» (Hechos 22:21). Y aunque las semanas pasaban monótonas una tras otra, él no se desanimaba. En su corazón y en su mente había esa única idea que siempre ha caracterizado a los grandes siervos de Dios: Señor, lo que tú quieras, lo querré yo también. Eso es para mí lo mejor.
Y cuando Pablo hubo estado plenamente de acuerdo con todos los caminos del Señor, por extraños y oscuros que estos pudieran parecer, entonces apareció Bernabé y le llamó para servir al Señor en Antioquía. ¡Pablo había aprendido y había aprobado el examen final!
¿Y tú? ¿Has aprendido tú ya la lección que Pablo aprendió en Tarso? ¡Cuán grandemente podría usarnos el Señor si nosotros pudiésemos decir como Jesús: «Heme aquí, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Hebreos 10:7). Pablo se había apropiado en Tarso de las palabras del salmista: «¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra» (Salmo 73:25); por eso pudo utilizarle el Señor tan poderosamente.
¿Puedes tú decir esto también? ¿Puedes decirlo de verdad? Si nosotros fuéramos cristianos tan consagrados como Pablo, entonces el Señor podría bendecirnos de una manera muy distinta a como lo ha hecho hasta ahora. ¡Dejémonos guiar a la escuela superior del Señor, como Pablo, y aprendamos allí a ser instrumentos plenamente entregados y útiles en las manos del Señor! Sea nuestra divisa: ¡Jesús sobre todo!
N.d.E. El ibro “Pablo, apóstol del Señor. De Jerusalén a Damasco”, de Félix González Moreno, que se puede adquirir en ebook o en papel.
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