Por Mati Sanchiz Rodríguez

Dulce, fue dulce, pero tuvo sus cositas el día de la aventura hípica. No sé conducir, qué quieres que te diga, apenas una clase-exprés para poder dar un paseo campestre. No supe arrancar y mientras mis compañeros de viaje casi terminan el recorrido yo continuaba en la casilla de salida. Amazona intrépida y torpe a partes iguales. Con más ilusión por crear recuerdos bellos que capacidad para manejar la situación. Un hermoso animal que me dominaba a mí más que yo a él. Ni intermitentes ni luces de posición o de avería, sin retrovisores ni cinturón de seguridad. Solo un casco que, creo, algo me protegería en caso de caída. Con más miedo que vergüenza me entregué a la aventura, después de todo la vida se construye recopilando bellos momentos que provocamos con las personas que más amamos. El trayecto fue tranquilo, aunque atravesamos algunas empinadas cuestas que me hicieron temer seriamente por mi seguridad y creí que mis huesos darían con el roquerío del suelo y tendrían que recuperar mis trocitos con pala y recogedor. Cruzando un pequeño riachuelo y al paso, porque no era capaz de ir a otra velocidad, conseguí dejar atrás los miedos, la incertidumbre y disfrutar de una hermosa tarde con aroma a libertad. Sweet, que bien podría haberse llamado Free, porque, aunque no pongo en duda su dulzura, iba muy por libre, me regaló un momento único. A caballo, pensé, vayamos a caballo, entre la ternura y el amor, entre la solidaridad y la dulzura, vayamos al galope huyendo de intolerancias, de brotes y rebrotes de odio, de maltratos físicos y verbales, de inaptitudes y de ineptitudes. A caballo, me grité desde lo más profundo, corramos de recriminaciones y discriminaciones, de marginaciones y falsas ilusiones. A caballo, y desbocado, dejemos correr la empatía, la esperanza, la vida.

Reflexión

Parece que también a caballo Nehemías tomó una panorámica real de la situación ruinosa en que se encontraba Jerusalén. Buen sitio para tomar una correcta perspectiva desde los lomos de su cabalgadura. 

Nehemías era un hombre de confianza del rey persa Artajerjes. Fue un hombre de oración y de acción. Se propuso reconstruir la arruinada ciudad de sus padres. ¿Cuántos estaríamos dispuestos a dejar la corte real para ir a un lugar en ruinas a mancharnos las manos? Con la autoridad del rey persa y del Rey de los cielos, Nehemías emprendió el camino con un claro objetivo en mente que Dios había puesto en su corazón (Ne. 2:12), amurallar la ciudad de Jerusalén. No estaría exento de feroz oposición que querría desanimarle, parar y destruir la obra. Pero “este líder de Israel, había entendido en la práctica que la oración es fundamental en todas las circunstancias de la vida” (Pedro Puigvert). (1) 

Tras observar y examinar la ciudad pudo animar al pueblo a reedificar, “Venid, y edifiquemos… Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien” (Ne. 2:17-18).

Como Nehemías... a caballo alejemos destructores y destrucción. Como Nehemías… en oración y acción. A caballo y al galope, a edificar los muros de la fe, de la esperanza y sobre todo el mayor de ellos... el del AMOR. (1ª Co. 13: 13). ¿Cuántas vidas en ruinas necesitan tus dulces palabras de edificación en este día?

Notas

(1) Pedro Puigvert, Cómo conocer la Biblia (Unión Bíblica; Taradell, 2013), pp. 189-191.