Igual resulta que nada de esto puede salir bien cuando, en vez de cooperar, a lo que nos dedicamos es a usarnos unos a otros para conseguir cada cual lo que queremos.
En estos tiempos que corren es fácil percibir, a poco que rasquemos en la prensa o la actualidad cómo, incluso en medio de la pandemia y el mensaje aparente de que todos estamos luchando contra el virus, la realidad es que cada cual está remando en su barca en la dirección que le apetece. Dicho de otra manera, cada uno tiene su agenda, que prioriza sin ningún problema, ni remilgo, aunque el discurso que lanza sea el de “Todos juntos en esto, que saldremos adelante”.
Luego están los hechos, que son amores, y no buenas razones, porque hablar es gratis y en tiempos de crisis igual, solo que con mayores consecuencias y con reacciones más descarnadas cuando se visibiliza el engaño que este tipo de cosas siempre lleva detrás. Porque al margen de que uno diga que está remando hacia delante, los hechos no engañan y el rumbo de la barca termina visibilizando lo que estaba sucediendo desde el primer movimiento de remo: que la dirección era otra bien diferente que la que se reconocía y que, al final, cada cual tendrá que llegar a puerto como pueda.
Aquí lo importante, entonces, son las agendas. Solo hay que mirar, por poner un ejemplo sangrante, hacia el Congreso y el panorama político, da igual en qué dirección, porque no me caso con ninguno y ninguno se libra. Ellos, por cierto, solo reflejan el tipo de sociedad que somos los que les votamos, de forma que lo que digo aplica también a cada uno de nosotros. Me importa poco si para unos tiene que ver con los nacionalismos, si para otros con agilizar la caída de la institución “x”, si para los de más allá lo que permita desarrollar sus propias venganzas personales, o para los de más acá perpetuarse en el status quo en el que se sienten más felices. Cada cual va a lo suyo y “sálvese quien pueda” sigue siendo la mayor. Eso sí, los eslóganes de ánimo a la ciudadanía (que más bien parece que dirigen hacia la pandilla de tontos que creen que somos y que, en ocasiones parecemos ser), tienen que decir que “Todo va a salir bien”. Lo importante es la moral de las tropas. El calado moral de los que las dirigen es lo de menos.
Igual resulta que no, que nada de esto puede salir bien cuando, en vez de cooperar, a lo que nos dedicamos es a usarnos unos a otros para conseguir cada cual lo que queremos, que es lo que nos pide el estómago, pero no es lo que nos conviene:
Mientras tanto, nos sacamos los ojos unos a otros en un ambiente crispado, en el que los centros comerciales siguen abiertos porque responden a la agenda de alguien o en el que las fake news siguen valiendo más que la verdad, porque a pocos les interesa tomarse el tiempo en profundizar y distinguirla. La verdad no gusta y LA VERDAD de que, detrás de esto, hay mucho más que no se ve a un nivel trascendente y espiritual, tampoco.
La agenda de Dios, superior a cualquiera de las nuestras, se mire por donde se mire, no solo en medio de esta crisis por coronavirus, sino a lo largo de toda la historia de la humanidad, con cada uno de sus episodios oscuros y sus transiciones dolorosas, ha sido siempre la misma: la de hacernos bien, porque nos ama. Esa Verdad, encarnada en un Jesús que decía “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre si no es por mí” (Juan 14:6), no interesa, porque aunque implica amor hacia nosotros, también nos compromete a una respuesta a la altura de esa circunstancia. Y tenemos, cada cual, nuestra agenda, que no incluye un Dios al que agradecerle la vida, o al que rendirle pleitesía.
El envoltorio en el que permite Dios que llegue ese mensaje hacia nosotros y en el que se desarrolla Su programa de rescate para el mundo es uno que, en este tiempo, se sigue aborreciendo, como tiempo atrás, porque no nos lleva hacia donde queremos aquí y ahora, hacia una comodidad permanente a coste cero, sino hacia donde necesitamos a medio y largo plazo para no estrellarnos y hacerlo de forma completamente irreversible, con consecuencias eternas. Queremos lo que Dios nos proporciona, pero sin Él. Esa es nuestra agenda. Y todo lo que quepa en esa consigna, nos viene bien para nuestros propósitos de libertad e independencia. La cuestión es: y luego, ¿qué?
¡Qué diferente de la agenda de Dios, que siempre tiene un lugar prioritario para Sus criaturas, a las que ama, y especialmente para el ser humano, con el que le encanta relacionarse! No lo necesita, pero relaciona con nosotros. Y lo hace en Sus términos, lo cual es normal, porque para eso es Dios y nosotros hombres. En nuestra hoja de ruta lo que nos importa somos solo nosotros mismos. Todo apunta en esa dirección, desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos. En la Suya, por otro lado, Él no se cansa de hacernos bien, de cuidarnos, de permitir circunstancias con las que podamos ver, de forma aún más clara, en qué posibles maneras Su amor nos alcanza. Aunque sea con dolor. Como todo buen cirujano, no es impasible ante el dolor que inflige, sino que es bien consciente de las razones que hay detrás. El dolor que Dios permite nunca es inútil. Solo lo aparenta en nuestra agenda.
El tipo de amor de Dios, visto desde ese prisma, no nos interesa. El amor sacrificial de Jesús y la fidelidad a la que llama como respuesta nos avergüenzan y, por tanto, de manera natural lo aborrecemos. Si hay que incorporar a un Dios a la agenda, queremos uno tipo “genio de la lámpara”, hecho a la medida de nuestra inquietud principal, que somos nosotros mismos. Y no queremos que eso cambie. Lo que queremos es un Dios que lo acepte y calle al respecto. Eso, simplemente, no va a pasar o, al menos, no de forma definitiva.
Dios permanece en silencio y a la espera de nuestra respuesta para aceptar nuestra condición y la Suya. Muchos no responderán o lo harán con una negativa, lo cual es lo mismo. Ese, Su silencio, lejos de ser tiranía o dejadez, es una muestra más de la extensión de Su misericordia hacia un mundo que va a la suya. De terminar aquí las cosas, el final no sería el que nosotros querríamos o desearíamos, porque eso sería negar Su propia naturaleza justa. Luego Él, en Su agenda, paciente, sigue esperando a que el ser humano, cada uno en particular, decida, de una vez por todas, incluirle en la suya a través de Cristo (2ª Pedro 3:9).
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