La fe nos ofrece la posibilidad de continuar confiando en Dios, al mismo tiempo que aceptamos los límites de nuestra humanidad.
Nunca antes en la historia del mundo contemporáneo hemos enfrentado una experiencia de dolor, miedo e incertidumbre tan atroz. Nunca antes el alma colectiva de la humanidad se ha sentido tan vulnerable, indefensa y desvalida. Nunca antes en este país se ha vivido con tanto miedo y desasosiego frente a una enfermedad que ejerce su soberanía de manera absoluta e implacable. Nunca antes como cristianos nos hemos enfrentado a un terremoto que sacuda, golpee, confronte y desafíe de una manera tan brutal los pilares de nuestra vida.
Vivimos momentos de llanto, dolor, inseguridad, inestabilidad y duda. Somos hijos de Dios, pero nos habita la misma vulnerabilidad que a los demás. Confiamos en las promesas del Señor, pero estamos expuestos a las mismas enfermedades y afecciones que golpean a todos los seres humanos. Sin embargo, frente a la falta de esperanza y fundamento último, cuando el mundo siente que el suelo se abre debajo de sus pies, los creyentes podemos gritar con absoluta convicción: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.
Por eso, frente a circunstancias imponderables que se encuentran más allá de todas las posibilidades humanas, las convicciones pueden más que el miedo, y la seguridad más que la angustia porque el Dios de Jacob nos acompaña en el valle de sombras: “El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”. (vs. 7, 11) La fe nos ofrece la posibilidad de continuar confiando en Dios, al mismo tiempo que aceptamos los límites de nuestra humanidad.
Existen multitud de interrogantes que golpean nuestro interior, pero hemos de reconocer con humildad que pertenecen a un misterio que hoy por hoy nos es imposible descifrar, porque el misterio no es la ausencia de significado, sino la presencia de más significado que aquel que nos es posible comprender. Por eso, ante un seísmo sin precedentes como el que experimentamos en estos días, somos invitados a ponemos delante del Señor con esta plegaria: “Señor, Dios mío, no se lo que ocurrirá en el futuro. No veo con claridad hacia dónde me encamino en medio de todo este drama que parece imparable. Pero sé que más allá del perímetro de la niebla que me impide ver con claridad está tu diestra que me sostiene y me guía y esto es suficiente para seguir adelante, porque sé que tu amparo y fortaleza nunca me faltarán”.
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