Jesús y la siembra que da fruto

Acababa de recibir y leer una meditación que hablaba de Santiago, el hermano de Jesús, y no pude dejar de reflexionar acerca de la palabra leída en la misma y de repasar algunos pasajes del Nuevo Testamento, llegando a escribir estas líneas. 

¡Su hermano! El que en un momento no creyó en Él; en Juan 7.5 dice: “… y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él”, a pesar de ver las grandes cosas que hacía. Pero al mismo tiempo vemos el otro lado de los hechos: el cambio radical que se opera en este hermano a raíz de su encuentro con Jesús resucitado. Como el de cualquiera que le abre las puertas de su corazón para que entre y cene con Él. Y te vas asombrando más al comprobar que este Jesús, el nuestro también, nuestro amado, no toma en cuenta la pasada actitud de su hermano, sino que tiene misericordia, ama, es benigno. ¡Y Su siembra da fruto!

Y en su progreso de peregrino, vemos la evolución de Santiago, por ejemplo, lo vemos en el aposento alto: “Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús y con sus hermanos” (Hch. 1.14). O cuando tiene un papel relevante en la resolución de una controversia, recordemos el concilio de Jerusalén, cuando al final de su discurso dice: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios”, apoyando la defensa de Pedro, Pablo y Bernabé en que los gentiles oyesen también la palabra del evangelio y creyesen. ... Pablo corrobora estos hechos en Gálatas 2.9: “Y reconociendo la gracia que me había sido dada, Santiago y Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión”. Y aún más, podemos leer esa edificante y retadora epístola que escribió, a través de la cual nos habla de una fe viva que implica acción, una fe que impulsa a la misión. Y en la que se acuerda de los pobres.

¡Oh alma mía, ¿seré yo capaz de hacer lo mismo con mi prójimo?, decimos nosotros, gimiendo en este proceso de parecernos más a Él.

Luego, volvemos a ese aspecto citado que dice que los hermanos de Jesús pensaron que éste estaba trastornado por la forma como actuaba. Pero qué persona cuerda, pensarían, podría atreverse a curar en un día de reposo, estropear su reputación conseguida con mucho esfuerzo, teniendo en cuenta de dónde venía, comiendo con pecadores, tocando leprosos, dando de comer a cuatro o cinco mil hambrientos; ayudando a un centurión romano, sanando a un ciego cuyos padres de seguro debían haber sido pecadores del más alto nivel... 

Hay más, no olvidamos que Jesús también se reunió con lo considerado lo mejorcito de la sociedad de la época, demostrando que para Él había un lugar para todos. Pero concluyamos diciendo que Jesús también fue muy comentado cuando dijo que dejaran que se le acercaran unos niños cuyos padres deseaban que los tocase. Y nos preguntamos, ¿actuamos como Jesús o tememos que piensen que estamos trastornados, y dejen de hablarnos, nos marginen de proyectos y parties tan agradables?