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Una imagen de Saulo camino de Damasco

La imagen de Saulo camino de Damasco es digna de una atenta consideración.

LA CLARABOYA AUTOR 604/Felix_Gonzalez_Moreno 23 DE AGOSTO DE 2020 09:30 h
Imagen de [link]Vignesh S[/link] en Unsplash.

«Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.»



(Hechos 9:1-2)



La imagen de Saulo camino de Damasco es digna de una atenta consideración. Este hombre llevaba consigo tres cosas en su viaje: una en su cabeza, otra en su mano y otra en su corazón.



 



En su cabeza



En su cabeza llevaba la mejor educación y cultura teológica que podía conseguirse en su tiempo. Era extremadamente celoso de la ley, lo que le constituiría, sin duda, en un buen estudiante de las sagradas Escrituras; además, su maestro fue el sabio Gamaliel, y estos sabios no tienen a tontos como alumnos. Saulo, pues, disponía de una excelente formación intelectual y religiosa gracias a su propia condición y a sus maestros.



Pero como muchas veces ocurre, estas mentes privilegiadas por su propia condición y por sus circunstancias, no siempre aciertan a entender las cosas espirituales en su justa medida. ¡Cuántos son los intelectuales y teólogos que tienen ideas y creencias contrapuestas a la revelación de Dios! Y al decir esto no estamos haciendo apología de la ignorancia ni de la incultura. Lo que sí decimos es que a Dios no se llega por la cabeza, por la razón, por el intelecto. Jesús no dijo: «Bienaventurados los inteligentes, porque ellos verán a Dios», sino «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.» Y el corazón solo lo limpia la sangre de Cristo.



Saulo tenía, pues, aquella gran riqueza religiosa en su mente. Pero le faltaba el conocimiento que procede del Espíritu Santo y la iluminación que procede del cielo. Sin ambas Saulo y cualquier otra persona están sumidos en la ignorancia más lamentable. Porque todo su saber no les lleva a ninguna parte. Es más precioso y de más valor el conocimiento de una sencilla ama de casa o de un peón del calzado, pero que saben que Cristo es su Salvador y Señor, que el de un profesor universitario o el de un doctor en Teología, que ignoran esto último. Pues el conocimiento del ama de casa y del zapatero les llevará al cielo, mientras que el de los intelectuales no les llevará a ninguna parte, ni les librará de la condenación eterna. Recordemos que es mejor ser un paciente de Jesucristo que un Doctor en Teología.



Los padres cristianos nos preocupamos de que nuestros hijos vayan a buenos colegios y aprendan bien. Pero nuestra mayor preocupación debe ser que aprendan a conocer a Cristo, que reciban el conocimiento espiritual que viene de Dios y que nos da la vida eterna. A Saulo le falta esto cuando iba camino de Damasco.



En su mano



Saulo llevaba en su mano unas cartas, unos poderes, del sumo sacerdote de Jerusalén, que le revestían de autoridad para detener en Damasco a cualquier judío que se identificase con Cristo y conducirle a Jerusalén ante el consejo supremo. Estas cartas oficiales realzaban la figura de Saulo a los ojos de sus paisanos. Eran cartas extendidas por el sumo sacerdote y, por supuesto, estos documentos no se facilitaban a cualquier persona. Tenían que ser personas que mereciesen la confianza del sumo sacerdote. ¿Acaso escribiríamos nosotros una carta de recomendación a cualquier extraño que nos la pidiese? ¿La escribiríamos incluso a favor de todas las personas que conocemos? No, seguro que no. Sentimos que no podemos recomendar a cualquier persona. Y máxime cuando se trata de asuntos muy delicados.



De manera que Saulo tenía que ser bien conocido del sumo sacerdote, y sus ideas tenían que ser muy afines con las de los gobernantes de Jerusalén. Pero no contaba con el poder del Espíritu Santo, con ese poder que sólo puede facilitar el Sumo Sacerdote celestial, Jesucristo. Esta es la única autorización que capacita y legitima a una persona para prestar un servicio a Dios. Este es el único poder con el que una persona puede atreverse a dejar su casa y su tierra y dedicarse a hacer la obra de Dios. Los colegios pastorales y los organismos religiosos pueden extender cartas de recomendación, los seminarios teológicos pueden extender también certificados de estudios y notas de recomendación. Pero todo esto no sirve de nada positivo a menos que el Sumo Sacerdote celestial, Cristo Jesús, nos haya dotado del poder del Espíritu Santo.



Y Saulo no contaba con este poder. Por eso el fruto de su obra no era bueno. Su presencia llenaba de miedo y espanto a los sencillos cristianos. Su autoridad le conducía a la crueldad, al separar a las familias cristianas, No sembraba paz, sino dolor y lágrimas. Donde llegaba este religioso sin autoridad espiritual divina, llegaban también la muerte y el drama. Y todo esto gracias a unas cartas humanas extendidas a su favor. Todo esto gracias al ejercicio de una autoridad sin autorización divina.



A veces el cristiano puede creerse con la autoridad para emprender una determinada tarea. Pero lo decisivo es saber de dónde procede esa autoridad. ¿Procede de Dios o de los hombres? Si procede de Dios, será una autoridad para bendición de la iglesia; si no procede de Dios, dañará al Cuerpo de Cristo.



En su corazón



Finalmente, en su corazón llevaba Saulo un celo ardiente y la firme voluntad de luchar por su vieja religión, haciendo todo lo posible para combatir y arrasar a sus oponentes, los cristianos. La visión de este Saulo debe producir en nosotros misericordia. ¡Un hombre de tanto conocimiento religioso y de tanta autoridad y celo combatiendo a Dios! En principio es normal y lógico que las personas se aferren a las ideas religiosas heredades de sus padres y las defiendan. Pero es muy delicado y lamentable que las ideas religiosas simplemente se hereden. Este es el camino del fanatismo, el camino del error. Cada generación de cristianos está obligada a beber directamente de las fuentes de las Escrituras y a contrastar con estas las ideas religiosas heredadas de sus progenitores. Si nosotros exigimos esto a los demás, no podemos sustraernos a eso mismo. Nos parece una locura cuando alguien nos dice: «Yo creo así porque esta ha sido la fe de mis padres y abuelos y de toda mi familia.» Así me han argumentado muchos turcos y muchos católicos de diferentes países. Y así creen también algunos denominados cristianos evangélicos. Su fe no se fundamenta en el evangelio de Jesucristo, ni en una experiencia personal de conversión a Dios. Aquí se encuentra a veces la razón de su sinrazón, la razón de su fanatismo, de su falta de amor al evangelio y a la palabra de Dios, de su falta de amor hacia los que han creído en Cristo.



Saulo tenía un gran celo religioso, pero le faltaba el celo del amor del Señor, un celo del que él mismo escribirá años más tarde a los cristianos de Corinto, diciéndoles: «El amor de Cristo nos constriñe» (2 Corintios 5:14). El fanatismo religioso es una cosa muy distinta del celo que provoca en nosotros el amor del Señor, un amor que sólo busca ayudar al prójimo y glorificar el nombre de Jesús. Nosotros necesitamos de este amor al hablar con las personas que no tienen nuestra misma fe. No podemos odiar ni maltratar con palabras ni argumentos a los que no creen como nosotros. Esto es lo que hacía Saulo con los primeros cristianos, y todos comprendemos lo equivocado y lamentable de su conducta.



Quiera Dios darnos sabiduría, amor y paciencia para acercarnos a estas personas y dialogar con ellas. Y que a través de nuestra conversación no se sientan nunca como arrojadas a una fría e inmisericorde mazmorra de incomprensión y de rechazo, sino arrojados a los brazos tiernos y salvadores de Jesús.



Este Saulo camino de Damasco es para todos nosotros un ejemplo a evitar. Concédanos el Señor esta gracia.



 



N.d.E. El ibro “Pablo, apóstol del Señor. De Jerusalén a Damasco”, de Félix González Moreno, que se puede adquirir en ebook o en papel.


 

 


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