Su documento, de alto vuelo bíblico y teológico, cae a tierra y pierde pertinencia y sentido práctico cuando lo aplica al contexto y realidad que vivimos hoy.
El pastor John MacArthur de la iglesia Grace Community Church, del estado de California, a quien la comunidad evangélica en todo el mundo tiene en alta estima y le confiere un notable respeto, ha suscrito un documento que tiene como finalidad sustentar bíblica y teológicamente un llamado desafiante y abierto a la desobediencia civil con la apertura normal de su congregación en desconocimiento a las medidas sanitarias tomadas por las autoridades, en específico, la que propone limitar la concentración masiva de personas como forma de evitar el contagio con el Covid19.
El documento exhibe una brillante retorica religiosa y una enjundia teológica digna de las mejores antologías sobre el tema. Referencia útil para comprender el orden, la relación y los límites, dentro de sus respectivos ámbitos, de los principios fundamentales de autoridad establecidos por Dios para el funcionamiento apropiado de la familia, la sociedad, el Estado y la iglesia.
Sin embargo, este documento de tan alto vuelo bíblico y teológico cae estrepitosamente a tierra y pierde su pertinencia y su significado práctico cuando proyecta su aplicación hacia el contexto y la realidad que vivimos hoy. Su relevancia real resulta tan ineficaz como la titularidad religiosa y la sapiencia acumulada del sacerdote y el levita que pasaron de largo ante la dramática realidad de un hombre herido y maltrecho que tirado en el camino esperaba una mano amiga para recibir ayuda.
Ni el conocimiento teológico ni los rótulos denominacionales son relevantes cuando la vida, esa vida que Dios ha dado a todos, reclama se cuide con prontitud y amor.
En un contexto de real persecución, el documento de MacArthur sería una guía teológica ideal, pero sucede que las medidas tomadas por las autoridades, si bien es cierto que limitan derechos, lo hacen para todos por igual, por lo que nadie puede alegar persecución ni reclamar por vía de la rebelión o el desacatamiento que está siendo perjudicado de manera particular.
Estas medidas pueden resultar irritantes, pueden ser discutibles y pueden ser enmendables en algunos de sus aspectos, pero lo que no es discutible es que en su esencia y espíritu están orientadas a proteger la salud y a preservar la vida, valores supremos que el Señor nos ha dado y estamos llamados a proteger para su gloria.
El documento (Gracechurch.or, 2020) cierra con un adendum en el que se busca justificar la reacción de la iglesia con su llamado a la desobediencia civil ante la limitación que por más de 20 semanas le ha impedido llevar a cabo sus actividades acostumbradas. Agrega el adendum que las proyecciones originales de mortandad estaban equivocadas y que el virus no es tan peligroso como se temía originalmente. El pastor MacArthur sostiene personalmente que el Covid19 solo ha matado 8,500 personas en el estado de California.
Se alega, además, que capacidad de los pastores para atender a sus rebaños ha sido severamente reducida y que la unidad y la influencia de la iglesia han sido amenazadas.
Entre los puntos que llaman la atención de este adendum está el que argumenta que las restricciones en vigor se proyectan hasta el próximo año y “los principales eventos públicos que se planearon para 2021 ya están siendo cancelados”. Y concluye. “Eso obliga a las iglesias a elegir entre el claro mandato de nuestro Señor y el de los funcionarios gubernamentales. Por lo tanto, siguiendo la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, elegimos con mucho gusto obedecerle”.
El profesor Jaime Daniel Caballero (2020) en un extenso artículo le hace algunas acotaciones a este documento entre las que precisa que el llamado a la desobediencia civil de MacArthur es un grave error y un absurdo porque el gobierno no está interfiriendo en la esfera de autoridad de la Iglesia impidiéndole que se congregue. Lo que se le está pidiendo a la iglesia limitar sus reuniones como se ha hecho con las demás actividades.
Caballero sostiene se trata de un problema de las mega iglesias y de la forma como en el mundo de hoy ha sido concebida la iglesia del Señor, la cual más allá de un edificio y de acuerdo al contexto puede reunir a sus integrantes en casas, plazas, parques, cementerios y espacios públicos, para cantar canciones, orar, leer salmos y predicar la Palabra. Piensa que quizá el Señor está permitiendo esto para que recuperamos el concepto teológico e histórico de lo que significa la Iglesia, hoy, infectada en gran parte por una cultura pop que privilegia la masificación y el espectáculo por encima de los significados esenciales de la vida.
El pastor y teólogo argentino Norberto Saracco (2020) reconoce que lo repentino e inesperado de estas medidas han provocado en algunas iglesias serios inconvenientes y limitaciones que han afectado la vida de sus comunidades, el cuidado pastoral y las finanzas de la iglesia.
El sostiene que como efecto del aislamiento social se genera una conducta alterada e incontrolable, incapaz de medir sus consecuencias. Esto ha llevado a algunos pastores a tener reuniones como sea, aunque tengan exponer a cientos de sus miembros al contagio del COVID19. “Estos pastores no son capaces medir las graves consecuencias de sus actitudes, tanto para la salud pública como para el testimonio de la iglesia”.
Saracco lamenta que haya pastores que no pueden vivir su fe sino como un espectáculo, como un show que no puede detenerse y tiene que continuar, ya que en nada glorificamos a Dios arriesgando la salud de las personas o dando un pésimo ejemplo de super héroes de la fe que viven más allá de una pandemia, sobre todo, cuando por otro lado muchas iglesias están aportando miles de voluntarios y han puesto todo tipo de recursos al servicio de la sociedad y del testimonio del evangelio Jesucristo.
Para Caballero este afán surge de la avidez por poner en alto nuestras actividades y celebrar en medio de la muerte, aunque se presente una imagen vergonzosa de la iglesia ante la sociedad. Ambos, tanto Caballero como Saracco, ven en esta fiebre de apertura aspectos que tienen que ver con la personalidad y el carácter inflamado de algunos líderes y pastores.
Pero retomemos con Caballero (2020) el aspecto teológico de este llamado a la desobediencia civil del pastor MaCarthur. Para justificar una desobediencia civil, sostiene Caballero, es necesario que se esté produciendo una injerencia en la iglesia que pueda ser calificada de persecución, el Estado tendría que estar interfiriendo en asuntos de fe y conciencia de las personas o atribuyéndose potestades en términos de fe y creencias que le pertenecen a la iglesia. Tendría el Estado, además, que estar dictando normas de manera específica en contra de la iglesia, lo que no es el caso. Un vistazo a los estadios deportivos en la actualidad sería suficiente para dejar todo esto claramente explicito.
Cuando se toca la libertad de conciencia, hay otro punto interesante que expone Caballero y sobre el que considera MacArthur también está equivocado. Es en lo que tiene que ver con ejercer la influencia de su liderazgo sobre consciencias débiles de cristianos que piensan que con no seguir el llamado a la desobediencia civil están faltando a su lealtad y compromiso con el Señor.
Esto es un poco complicado y serio. La salud y la vida de una persona se pone en juego en torno a: ¿la lealtad al Señor o a la lealtad a la denominación o de la iglesia? Aquí tendríamos que discernir con mucho cuidado y amor cristiano lo que significa la libertad de conciencia. Se trata de un asunto propio de la dignidad humana.
La persona, explica Caballero, pertenece a la esfera de la familia, de la Iglesia y del Estado al mismo tiempo. El Estado tiene autoridad sobre la Iglesia y la Familia en asuntos competentes a la ley natural, pero no en aquellos relacionados con la ley de Cristo. Es decir, el Estado puede cerrar una iglesia donde el pastor sea un violador, o un estafador, porque estos asuntos corresponden a la ley natural, pero no puede decirles que deberían creer sobre la Trinidad, o aplicar sanciones de disciplina eclesiástica porque están debajo una ley diferente.
En el caso de que haya peligro inminente de muerte, el Estado tiene la labor de la preservación de la vida. Y este es el punto de fondo y central de toda la discusión: ¿Es, estar contagiado de COVID-19 un peligro inminente de muerte? A este punto se reduce toda la discusión. MacArthur no cree que el COVID-19 es un peligro de muerte. Si crees lo mismo que él, dice Caballero, “eres libre de seguirlo, pero si no, no lo hagas”.
Caballero entiende que la libertad de conciencia se aplica para todos, por lo que si MacArthur quiere abrir sus puertas, que lo haga, pero que no turbe las conciencias débiles y poco informadas teológica e históricamente de la mayoría de evangélicos. No es correcto la interferencia en asuntos de conciencia, a no ser que haya un pecado flagrante.
El doctor Xesús Manuel Suárez (2020) ha hecho también observaciones importantes sobre la desobediencia civil en este contexto de pandemia. Él se queja de casos de negligencia gubernamental y del aprovechamiento de algunas autoridades para ampliar inadecuadamente su poder y control sobre la sociedad. Cita el caso del gobierno de España que con conocimiento de la gravedad de la situación que se avecinaba permitió manifestaciones y eventos multitudinarios justo antes de declarar el estado de alarma, al mismo tiempo que aprovechó el estado de excepción para una ampliación inadecuada de sus competencias.
Al doctor Suárez le resulta sintomático el hecho de que personas y entidades evangélicas, que tradicionalmente habían predicado el sometimiento acrítico a todo gobierno, ahora están apareciendo como abanderados de la desobediencia civil. Sin embargo, resalta la avanzada que históricamente ha impulsado los evangélicos por la desobediencia civil en contra de la objeción de conciencia desde la declaración de Lutero en la dieta de Worms pasando por la declaración de independencia de los Estados Unidos.
Suárez enmarca la simpatía de los evangélicos a la protesta en esa tradición evangélica de fructífera lucha histórica por los valores democráticos. Entiende que la desobediencia civil solo es válida si está acompañada de una actitud responsable y dispuesta a rendir cuentas de nuestras acciones y consecuencias. La pregunta que surge es, ante la oposición a las medidas sanitarias vigentes ¿cuáles son las consecuencias? Esta es una pregunta que carga sobre los evangélicos unas consecuencias éticas que están ligadas de manera profunda a la esencia y dignidad de la vida humana. No se trata de poca cosa.
El doctor Suárez nos recuerda que la primera responsabilidad que tenemos como pastores es velar por las vidas de las personas de la congregación y del resto de la sociedad, y resalta que “no podemos reclamar un retorno a las reuniones normales de iglesia si no demostramos que lo hacemos velando por el riesgo vital de las personas con criterio informado y responsabilidad”.
Su exhortación cierra invitándonos como hermano a ejercer nuestra responsabilidad civil con rigor ante el Señor, nuestros hermanos y sus conciudadanos, pero con un grado de prudencia mayor al que sugiere el gobierno, aplicando el mandato de Hechos 20:28 “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos”.
Contrasta con la manifestación del pastor MacArthur un documento suscrito en medio de esta pandemia por el Comité Ejecutivo de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina ACIERA, (2020) que inicia cuestionando el beneficio que pudiera tener para el pueblo y la obra de Dios cualquier actitud de desobediencia a las autoridades en un momento en que debemos priorizar el cuidado del prójimo y el cumplimiento de la ley, antes que nuestras actividades.
El documento señala que “como pastores debemos tener como responsabilidad primaria el cuidado de las vidas, tanto de las de nuestra congregación como de toda otra. “Cuando nos identificamos como ‘pro-vida’ esto no aplica solo frente al aborto, sino a favor de toda vida en toda circunstancia”. Por ello, de forma rotunda concluyen que “no hay ninguna actividad religiosa, por más espiritual que sea, que esté por encima de la vida y del bien común”.
La iglesia cuando acata normas sanitarias emanadas del Estado, aunque no sean las más simpáticas ni las que más se acomodan a sus costumbres, no puede plantear el dilema de si el Señor o César. El Estado está para regular la vida civil en sentido general, y si las normas del Estado tienen sentido general e igualitario en la búsqueda del bien común, los motivos para la reacción de la iglesia no se pueden buscar en el dilema “el Señor o el César”, hay que buscarlas como lo han hechos estos autores que he citado en las falencias personales de sus líderes y pastores y en las distorsiones que históricamente ha venido arrastrando el concepto de iglesias que nos hemos creado, especialmente en estos últimos años.
Referencias consultadas y citadas:
Comunicado de ACIERA, C. E. (22 de mayo de 2020).
Caballero, J. D. (25 de julio de 2020). Semper Reformada Latinoamerica.
Gracechurch.or. (24 de julio de 2020). Cristo es la Cabeza de la Iglesia, no César.
Saracco, N. (04 de junio de 2020). El show debe continuar.
Suárez, X. M. (28 de julio de 2020). Pandemia: medidas sanitarias y desobediencia civil.
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