¡Qué ejemplo el tuyo, Joana!! Nunca lo olvidaré.
Esta mañana hablando sobre ti me ha dicho Elisabet: “Tienes que escribir algo sobre Joana. La conocías desde hace muchos años. Era una mujer muy luchadora y tenía las cosas claras como el agua, a pesar de ser tantas veces ninguneada por su condición de mujer”. Vale, lo voy a hacer, pero se podrían decir tantas cosas de tu vida, Joana, que con toda probabilidad me dejaré muchas importantes por escribir.
Nos conocimos hace más de cuarenta años, cuando ambos éramos estudiantes de teología. Años difíciles y comprometidos en los que, por fin, podíamos comenzar a pensar, a sentir y a ser sin más tutelas que las propias ideas y creencias. Eran los llamados tiempos de la transición, en los que se vislumbraban más cerca las libertades en este país. Recién estrenada la veintena, lo que siempre me llamaba la atención de ti en nuestras conversaciones era que tu modo de hablar, de pensar y de interpretar la realidad se encontraba a “años luz” del resto de compañeros. Me parecía que habías nacido antes de tiempo, sobre todo al escucharte debatir sobre temas que, hasta hacía muy poco tiempo, pertenecían al terreno de lo prohibido. Siempre aprecié tu valentía para reflexionar, hablar y escribir sobre cualquier cosa que te pareciera necesaria, aun al precio de que algunos se escandalizaran y te situaran en los márgenes. Jamás le volviste la cara a la adversidad sin importar de donde viniera.
Andando los años, ese peculiar modo de entender, sentir y vivir la fe te llevo a pensar, estudiar y escribir en profundidad sobre temas que, para muchos, resultaban controvertidos y por los que, a menudo, fuiste criticada y sometida a intentos de “juicios sumarísimos” por algunos de esos pastores faraones, teologuillos narcisistas y líderes de medio pelo que siguen poblando nuestro universo protestante en este país. Aun recuerdo cuando, en una ocasión, habiendo sido invitada para dar una conferencia sobre la mujer, te llamaron a cuentas antes de impartirla para saber qué ibas a decir. Recuerdo muy bien tus palabras después de aquella reunión: “Me los he comido con patatas”. Conociendo tu ironía y sentido del humor, no necesité preguntarte nada más para saber qué había ocurrido.
Podría hablar de ti como esposa, madre y iaia, pero tanto Ignacio como Irene, Nacho y Raquel conocen muy bien y de primera mano cómo has enriquecido sus vidas. Quiero hablar, sin embargo, de tus capacidades como docente en el seminario. Compartimos años como profesores de teología, viendo pasar a innumerables promociones de estudiantes a lo largo de los años. No conocí jamás a nadie, estuviera o no de acuerdo con tus ideas, que no destacara tus capacidades para comunicar y enseñar. Valdría decir, aunque para nosotros siempre tuvo una importancia relativa, que tenías el mejor currículum de todos los que formábamos el equipo residente. Eso, en determinados momentos, es un plus que aporta valor y calidad a lo que se hace y, por supuesto, se nota en el resultado final.
Me gustaría destacar algo que vivimos juntos en aquella brutal crisis institucional sucedida en el seminario, allá por el otoño de 2004. En aquellos tiempos de angustia para ti, para Ignacio y para la mayoría del profesorado, cuando te ultrajaron e infamaron de manera impune haciendo sobre ti afirmaciones vergonzosas que pisotearon tu reputación, no te rendiste, no te doblegaste, no pudieron humillarte. La historia la cuentan siempre los vencedores, pero a ti no te hizo falta reivindicar nada para salir adelante. Te mantuviste en pie respondiendo con la dignidad del que solo persigue mantener y defender con absoluta convicción la verdad y la justicia, aun al precio de sufrir muchas pérdidas ¡¡Qué ejemplo el tuyo, Joana!! Nunca lo olvidaré.
Andando los años, nuestras sienes ya se han plateado por el discurrir de los años y el devenir de la vida. Pero, después de compartir tantas veces mesa y mantel en aquellas inolvidables cenitas de “pa i pernil”; luego de tantas y tan largas conversaciones sobre temas diversos y de habernos reído y disfrutado tanto, solo hay una cosa que quiero decirte Joana, porque de ella estoy absolutamente seguro con esa fe que solo el Señor resucitado puede ponernos en el corazón: “Volveremos a brindar por la vida” porque allí, donde tú estás ahora ya no hay llanto, ni temor ni dolor, solo hay vida y es para siempre. Nos vemos en un ratito.
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