Hay acontecimientos que, por determinadas circunstancias, causan en nosotros una profunda impresión. Este fue el caso de Saulo de Tarso al contemplar la lapidación de Esteban, el primer mártir cristiano.
Primer capítulo del libro “Pablo, apóstol del Señor. De Jerusalén a Damasco”, de Félix González Moreno, que se puede adquirir en ebook o en papel.
«Y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo... Y Saulo consentía en su muerte»
(Hechos 7:58; 8:1)
La primera vez que se cita al apóstol Pablo en el Nuevo Testamento es con motivo de la muerte de Esteban. Lo que Pablo vio de cerca en aquella ocasión fue suficiente para dejar en él una huella imborrable, una espina en su conciencia que le condujo finalmente a Cristo. Y es que hay acontecimientos que, por determinadas circunstancias, causan en nosotros una profunda impresión. Son acontecimientos que nos marcan y determinan nuestro pensamiento y vida futuros. Después de estos ya no podernos ser los mismos. Este fue el caso de Saulo de Tarso al contemplar la lapidación de Esteban, el primer mártir cristiano. ¿Qué vio Pablo en aquella ocasión que tan profundamente le impresionó?
Un hombre con una fe tan firme como una roca, inamovible corno un Gibraltar. Un hombre cuya fe estaba plenamente en consonancia con la palabra de Dios, y de la cual recibía fuerzas para padecer hasta lo más difícil: la muerte violenta a manos de una jauría ignorante, soberbia, sedienta de sangre y convulsionada por el odio más ruin.
Para aguantar todo esto hace falta tener una gran fe. Y Esteban estimó su vida menos valiosa que su fe. Y nosotros, ¿en cuánto apreciamos nuestra fe? Por no negar a Cristo, Esteban negó su propia vida.
Nosotros no vamos a presumir de fe. No vamos a sostener que estamos dispuestos a imitar a Esteban. Bástenos ser fieles a Jesús en las cosas pequeñas de cada día: en el cumplimiento de nuestra responsabilidad en el puesto de trabajo y en la calle, en el cumplimiento de nuestras obligaciones como padres, madres, esposos e hijos, en el cumplimiento de nuestros deberes de hijos y hermanos. Lo que el Señor nos pide hoy es que aliviemos al que está a nuestro lado; que facilitemos la vida a los demás, empezando por los de nuestra casa y familia y continuando con los hermanos en la fe. Cuando seamos fieles en esto, podremos ser fieles en cosas más grandes.
A Pablo le impresionó la fe de Esteban. Y aquel testimonio fue el primer impacto positivo para acercarle a Jesús. Hay muchas personas en nuestras iglesias que se han convertido gracias al testimonio de otros creyentes. Estos hombres y mujeres vieron a Cristo y su poder encarnados en la vida de hombres y mujeres de fe. Y anhelaron ser como ellos, tener lo que ellos tenían. Y en aquel momento comenzaron la búsqueda que finalmente les conduciría a Jesús.
Pablo vio en Esteban a un hombre que amaba como él no lo había visto hasta ahora. Pablo era un hombre muy religioso que se movía entre personas igualmente muy religiosas. Con demasiada frecuencia los religiosos decepcionan. La mayoría de ellos, no importa a qué credo pertenezcan, son personas legalistas. Son poco naturales, son unos reglamenta vidas. Jesús recriminó a los religiosos de su tiempo su afán perfeccionista, su observancia ciega de un montón de pequeñeces, mientras que se olvidaban de lo esencial, de lo más importante: de la misericordia y del amor en su trato con el prójimo.
Junto a estos religiosos la vida se convertía en una amargura constante. Nosotros tenemos que procurar no caer en este error.
Esteban era diferente a esta clase de hombres. Él amaba. Y Pablo le oyó pedir lo más hermoso, lo más grande, para aquellos que le estaban matando: Esteban pidió por ellos el perdón de su horrible crimen.
Pablo vio y oyó esto, y recibió un fuerte impacto. Y seguramente pensó: No es posible que sea tan mala una doctrina que convierte a los hombres en tan buenos.
Mientras que él, con su verdad y su doctrina, aprobaba la muerte de un inocente, cometiendo un vil crimen, llevado de un celo fanático, carente de todo sentimiento amoroso hacia los que no creían como él, Esteban, sufriendo un cruel martirio, podía orar por los que injustamente le quitaban la vida, pidiendo a Dios el perdón para ellos.
Era evidente que la fe de Esteban era mejor que la suya y que Esteban mismo era mejor hombre que él. Esto se le quedó grabado a Pablo, y desde aquel día comenzó la lucha en su corazón.
Pablo vio, además, en Esteban a un hombre con una esperanza viva ante la muerte, un hombre que veía el «cielo abierto», siempre señal de bendición, y que entró en él de manera triunfal aquel día.
Esto es lo que busca el hombre, lo que necesita, una fe que le ayude a vivir y a morir, mejor dicho, a vivir bien y a morir bien, porque todo el mundo vive y muere de cualquier manera. Pero no se trata de esto, sino de vivir y morir como Dios manda.
Así vivió y murió Esteban gracias a su fe. Y Pablo vio todo esto aquel día, y quedó fuertemente impresionado.
De tales hombres como Esteban, que creen lo que predican, que aman de verdad y que enfrentan la muerte con firme y gozosa decisión emana un poder de atracción que este pobre y ciego mundo desconoce. ¡Cuán a menudo ocurrió en el pasado que los verdugos de los mártires cristianos se convirtieron a Cristo gracias al testimonio de aquellos cristianos que morían a sus manos! ¡Cuántos de los que se han convertido confesaron después que su fe recibió el primer impulso ante el testimonio de cristianos verdaderos y felices en las más duras tribulaciones!
Nadie olvida fácilmente un rostro que mira al cielo como el de Esteban, ni una oración tan sentida y sincera como la de este mártir cristiano.
Aunque Pablo todavía por un tiempo se aferrase a la idea de que Esteban era un hereje que había abandonado la fe de los padres, no obstante, tenía que reconocer que este hombre tenía algo especial y glorioso que a él le faltaba.
¿Pueden decir lo mismo de nosotros aquellos que aún no creen y ven cómo vivimos cada día? Quiera Dios que nuestro testimonio sea tan elocuente y poderoso como el de Esteban. De esta manera se convenirlo a Jesús muchos escépticos y fanáticos como Pablo.
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