¿Informados o transformados?

Dice la sabiduría popular que “una cosa es predicar, y otra dar trigo”. Nos resulta más fácil hablar que hacer. Otras variantes del mismo refrán son: “del dicho al hecho hay un gran trecho”; “la lengua larga es señal de mano escasa”, o “más fácil es dar a la lengua que a las manos”.

Dios mismo, consciente de que sus criaturas ofrecemos mucho pero damos poco, le recuerda a Israel que use su mano, sus ojos y su boca para no olvidar de dónde ha sido liberado: la esclavitud egipcia: “y te será como una señal sobre tu mano, y como un memorial delante de tus ojos, para que la ley de Jehová esté en tu boca”. En otra palabras, aquellos que eran esclavos, ya no lo son, pero puede que con el transcurso de los días, los meses y los años, este pueblo de dura cerviz desaprenda la gran lección: cualquier prosperidad o éxito solo proceden del mismo Creador. La enseñanza que da a su pueblo es clara: tenme presente en todo lo que hagas y todo lo que veas para que mis dichos estén en tu boca. No se trata de información, ni de estar al día en los últimos acontecimientos. Se trata de una transformación radical. Antes eras esclavo y ahora no. Sé de verdad libre en todo lo que emprendas; sé libre de todo lo que veas (y oigas); que nada ni nadie te ate. 

El mismo Jesús llegó a afirmar que cualquier persona que oyera y practicara sus palabras sería como un sabio que edificó su casa sobre la roca, poniendo un buen fundamento (Lucas 6:46-47). Jesús enseñaba para cambiar vidas. Sus discursos eran más prácticos que teóricos: todo aquel que te pida, dale… aprended de mí que soy manso y humilde… En definitiva, poca teoría y mucha práctica. Poca información, mucha transformación. Pocos datos, mucha vida. Santiago, el apóstol, va en la misma línea cuando exhorta a los creyentes a no ser solo oidores de la Palabra de Dios sino también hacedores (Santiago 1:22-27). 

Este principio no es nuevo, como diría Salomón, a pesar de que la UNESCO afirme que “la educación transforma vidas y ocupa el centro mismo de su misión: consolidar la paz, erradicar la pobreza e impulsar el desarrollo sostenible”. Todas éstas, son acciones que pretenden, de alguna manera, traer libertad; son hechos, no simplemente dichos. Por eso, la misma Organización ha desarrollado un plan estratégico que pretende lograr para el 2030 como fecha tope.

La educación actual ha puesto otra vez sobre la mesa un viejo debate: cuánto de lo que aprendemos (en la teoría) sabemos desempeñarlo (en la práctica) a diario.  

Ya la antigua educación romana, a través de su  humanitas, se planteaba la necesidad de adquirir conocimientos que desarrollaran destrezas para saber más, para vivir mejor y para hablar con convicción. La educación romana toma lo mejor de la griega y le añade un carácter menos teórico, más útil y práctico. Quizá por eso su influencia es tan grande. Siglos después, no solo hablamos lenguas que proceden del latín sino que también disfrutamos de numerosas calzadas romanas y monumentos como los acueductos, fruto de una ingeniería romana muy pragmática. Esta convicción de dejar un legado a la próxima generación se extrapoló a todos los ámbitos, incluído el urbanístico. 

De igual manera, en la educación actual, se ha visto que la multiplicación de la información no produce mejores estudiantes. La nueva ley de educación, LOMLOE,  sigue el patrón de la UNESCO y defiende con convicción que la educación es la mayor riqueza de un país y el principal recurso de sus ciudadanos para construir su personalidad. Además, se consolida sobre tres principios: la conciliación de una educación de calidad y equidad (para todas y todos), el principio del esfuerzo (aplicado a familias, docentes, centros educativos, administraciones y la sociedad en su conjunto) y, por último, el compromiso con los objetivos educativos planteados por Europa.  

El antiguo deseo de aprender para vivir mejor ha vuelto para quedarse. Ahora se llama educar en competencias. La Orden ECD/65/2015 de 21 de enero, “incide en la necesidad de la adquisición de las competencias clave por parte de la ciudadanía como condición indispensable para lograr que las personas puedan alcanzar su pleno desarrollo individual, social y profesional”.

¿Cuáles son esas competencias que debe aprender y desempeñar el estudiante? La competencia en comunicación lingüística, la competencia matemática y competencias básicas en ciencia y tecnología, la competencia digital, la competencia aprender a aprender, las competencias sociales y cívicas, la competencia sentido de iniciativa y espíritu emprendedor, y, por último, la competencia en conciencia y expresiones culturales.

Atrás quedó el tradicional sistema de la clase magistral en la que el docente hablaba y los estudiantes escuchaban. Ahora se busca la combinación de conocimientos, capacidades o destrezas y actitudes adecuadas. El saber va más allá del saber decir. Ya no es tan importante el “qué” sino el “cómo” y el “para qué”. No se trata de repetir como papagayos la información que encontramos a espuertas en internet, sino de descubrir, practicar y compartir entre todos para crecer y progresar. En definitiva, como decía, aprender para vivir mejor. 

¿Informados o transformados? Los creyentes, independientemente del ámbito en donde nos encontremos, no debemos ser solo creyentes oidores bien informados. Más bien deberíamos ser personas transformadas que miramos a Jesús, el Gran Maestro, y le entregamos nuestras manos y nuestra boca, todo lo que hacemos y proclamamos. Como afirmaba Spurgeon:“mirar a Jesús es encontrar la fuerza para servirle a él, y servir a los demás”.